Todo hecho humano, histórico o insignificante, es irreversible y de él solo cabe realizar descripciones, comentarios e interpretaciones.
Fue lo que realicé al escribir acerca del hecho semiótico del Clásico de 2006 donde nuestro país fue vencido por Cuba en un artículo publicado en Hoy, incorporado luego en mi libro Estudios lingüísticos, literarios, culturales y semióticos” (SD: Unapec, 2011, pp. 441-43).
El deporte es acción que pertenece a la cultura popular, como la farándula, los entretenimientos o las diversiones. Estos aspiran a la perfección, que es su rasero o medidor, pero difieren del arte en cuanto son ideologías y este último las atraviesa o transforma.
Un partido de béisbol escenificado en el terreno de juego es un hecho semiótico, por ser pura acción cuyo entendimiento pasa por el conocimiento de sus reglas y el sistema de signos discretos que lo rige (discurso oral y escrito).
Las derrotas de 2006 y 2009 frente a Cuba y Holanda en el terreno de juego no tuvieron las mismas motivaciones ideológicas de las ocho victorias sin derrota del equipo dominicano en este 2013 ni la grasa de 2.4 millones de dólares que con este triunfo serán distribuidos entre los 28 integrantes del equipo criollo. Que si reparte de modo igualitario y no por rendimiento, a cada pelotero le corresponden 85.714 dólares. El oro quebranta voluntades, dice un refrán medieval español y Quevedo lo refrendó en un poema titulado “Poderoso caballero es Don Dinero”. Solo no se las quiebra a las personalidades persistentes, que son las enfocadas en valores, pero estas son siempre una minoría y en ciertas épocas como la actual pueden contarse con los dedos de la mano y sobran dedos.
De modo que la estrategia de la gerencia (Moisés Alou) y la dirección (Tony Peña) fue lo que faltó en 2006 y 2009, aparte, claro está, de la motivación del quebrantador de voluntades y, en último lugar, pero inseparable de todo esto, la ideología del machismo, el orgullo personal disfrazado de patriotismo, donde cada pelotero asumió la herida de las dos derrotas anteriores como una herida y una mancha individual. A un macho dominicano no se le derrota de la manera en que lo fuimos en 2009, ni siquiera en 2006, porque Holanda no tenía tradición beisbolera (Cuba sí) ni era equipo profesional de calidad para derrotar “vergonzosamente” al primer país productor y exportador de talentos a las Grandes Ligas, desde Osvaldo Virgil hasta Robinson Canó.
No señor, a ese machismo destartalado había que recomponerle el cuerpo, como a Osiris, y mostrar el único símbolo fálico de la hombría dominicana: el plátano de Fernando Rodney, adoptado como el falo poderoso de todos los quisqueyanos, pero primero de todos los miembros del equipo criollo. Ese plátano poderoso está en cada inconsciente dominicano y en el terreno de juego simbolizó un tótem de poder, al igual que la flecha disparada al cielo simboliza el deseo de victoria y de gloria. Pero todo eso es ideología, como el machismo mexicano que no es tal, pues Octavio Paz muestra que el mexicano es un llorón en busca de la mujer que le ha abandonado.
Atrás quedaron los desaciertos y los miedos de los Menores frente a la poderosa escuadra ideológica cubana de 2006; atrás quedaron la falta de motivación, los temores a lesiones y a la pérdida del dinero de la temporada de abril en las Grandes Ligas; atrás quedaron los nubarrones de empobrecimiento de la crisis financiera desatada en los Estados Unidos por el gobierno de George Bush en 2008 y cuyos efectos se sienten todavía en 2013 con el desempleo y la crisis inmobiliaria; atrás quedaron los efectos de la crisis financiera norteamericana sobre nuestro país y el agujero fiscal de más de 280 mil millones de pesos dejados por el gobierno corrupto de Leonel Fernández.
Todos estos peloteros volverán en abril a reiniciar su acumulación individual en la Gran Carpa y el Clásico Mundial de 2013 será para ellos un feliz recuerdo cuando les venga a la memoria. En cambio, aquí nos quedamos, en el terreno de juego de la política, los dominicanos que no emigramos, los que no chupamos la cuaba cada cuatro años, los que soportamos apagones, carencia de agua, calles y calzadas sucias, llenas de miasma, un tránsito caótico que refleja nuestro propio desorden mental; aquí nos quedamos sin resistir la vaquita de ordeño de la gasolina cuyo índice de precios sube semanalmente, y con esa alza todos los productos, para ir a engrosar los ingresos del fisco cuyo jefe pugna por paliar el déficit dejado por Leonel; aquí nos quedamos los faltos de conciencia política y de conciencia nacional, los faltos de conciencia de clase y de conciencia de ser sujetos y que solo aspiramos a atrapar cada cuatro años el “faul” del clientelismo y el patrimonialismo cuando los más de 6 millones de electores acuden a votar por los candidatos presidenciales, legislativos y municipales en esas ratoneras de la Junta Central Electoral; aquí quedamos para seguir por la televisión y la prensa las hazañas de nuestros Heracles de las Grandes Ligas y si su respectivo equipo no clasificó, recibirles y seguirles en las vacaciones de septiembre a través de las entrevistas que ofrecen a los editores deportivos donde les cuentan sus acciones y gestas gloriosas en las Grandes Ligas y lo que se proponen realizar para la próxima temporada; aquí nos quedamos para seguir a través de los medios la exhibición de sus grandes carros de marca y las suntuosas residencias muy bien ganadas a base de sudor o para enterarnos de los escándalos y ultrajes, de los menos, a la sociedad de donde surgieron y que ahora miran con aire de superioridad y en términos de conquistadores etnocéntricos.
Y nadie les envidia sus riquezas, pues hemos aprendido, al igual que ellos, que en los Estados Unidos nadie envidia la riqueza ajena conquistada conforme al trabajo, esfuerzo y talento y que, al contrario, la gente se alegra de esos logros porque ve realizada la divisa de igual oportunidad para todos.
Pero en nombre de todo eso, no vengan a estrujarnos sus riquezas en el rostro, no vengan a asesinar compatriotas y luego, con el alegato de que perderán la próxima temporada de Grandes Ligas, no obliguen a nuestra ya de por sí corrompida justicia a transarse por unos cuantos dólares y no contribuyan a volver más clientelista y patrimonialista de lo que es, a nuestro sistema presidencialista, sobre todo cuando ustedes saben que allá, en los países, deben pisar fino, andar por el librito y respetar las leyes del tránsito o de lo contrario deben abstenerse a las consecuencias. Aquí aspiramos a lo mismo.
¿Por qué entonces, cuando vienen a descansar para volver en abril a las Grandes Ligas, actúan como personas prepotentes, con aire de superioridad y llevándose de encuentro las leyes, la decencia y el respeto al derecho ajeno? La minoría que obra así, sabe que no habrá consecuencias aunque dudo que sus miembros sepan lo que es un Estado clientelista y patrimonialista.
A los miembros de esa minoría el nivel cultural no se lo permite. Las entrevistas que ofrecen a los medios les delatan. Entonces les surge del fondo del alma el resentimiento social y la forma de resarcir esta creencia torcida y este deseo de reconocimiento es castigando a la sociedad con el poder de sus riquezas deportivas.
Y no quisiéramos ver a hombres de tanta calidad en el terreno de juego actuar así. Ojalá que la humildad y las riquezas vayan siempre de la mano de hombres de tanta calidad en el terreno de juego como son Robinson Canó, José Reyes, Pedro Strop, Samuel Deduno, Fernando Rodney, Hanley Ramírez, Miguel Tejada, Carlos Santana, Moisés Sierra, Alejandro de Aza, Kelvin Herrera, Nelson Cruz, Edinson Vólquez, Casilla, Dotel, Veras, Severino, Cedeño, Castro, Encarnación y a los demás que no seguí en sus acciones, pues solamente pude ver por televisión los últimos dos partidos del Clásico.
A Tony Peña y Moisés Alou no encomio. Su actuación y su conducta llena de humildad y grandeza, ya las demostraron a través de toda su carrera en las ligas menores y mayores y las siguen demostrándolas fuera de las Grandes Ligas, después de su retiro como peloteros activos.
Entre caballeros deportivos, no se hable de venganza, que es ruindad. Nada había que vengar. El vengar en boca de los peloteros y la fanaticada dominicana es culpar al otro de la derrota. Hace más de tres mil años que los griegos establecieron que únicamente los seres humanos, no los dioses, son los responsables de sus actos. Solo el equipo dominicano fue el responsable de su derrota en 2006 y 2009. Cuando peloteros, fanáticos y narradores y comentaristas apelan a Dios para decir que fue el responsable de la victoria, ignoran el conocimiento nuevo que aportaron los griegos 400 años antes de Cristo y se quedan en la reproducción de simples ideologías. Y que no se hable más del peluquín.
Por último, es grato reconocer la labor de narración de Jancen Pujols y Osvaldo Rodríguez Suncar. Antes, en los años 40 hasta los 60, esas funciones estaban separadas, pero hoy, al parecer, la mundialización del neoliberalismo las ha unido. Antes de llegar Rafael Rubí (1913-72), el Dinámico, Mario –Cuchito– Alvarez Dugan comentaba, no narraba. Félix Acosta Núñez (1924-2005) y Max Reynoso (19- ) narraban, desde la época de la Normal, no comentaban, y tenían su propio programa deportivo y eran editores deportivos en los periódicos, al igual que Billy Berroa (1928-2007), el Internacional, o Ramón de Luna, Lilín Díaz y Papi Pimentel, quienes solamente narraban los juegos de béisbol.
No había pluriempleo en la época dorada de la narración de las Grandes Ligas, donde, como Zeus griegos, tronaron los miembros de la Cabalgata Deportiva Gillette, con la excelencia internacional jamás superada hasta hoy, Buck Canel (1906-80), Felo Ramírez, el Orgullo de Bayamo (1923-2010), Monsieur Lacavalerie (1924-1995, venezolano) y Lalo Orvañanos (1913-2001), de México: grandes voces y gran cultura de la cual copiaron todos los narradores y comentaristas deportivos del Caribe, Centroamérica y México.
Es cierto que hubo grandes voces narrativas en el Caribe, como la de Pancho Pepe Cróquer (1920-1955, puertorriqueño) la del venezolano Delio Amado León (1932-1996) y su compatriota Marco Antonio Lacavalerie, o la del maestro Rubí, quien impuso su escuela en nuestro país y relegó la vieja escuela de narrar a un segundo plano o comentaristas insuperables como el cubano Manolo Serrano o los dominicanos Cuchito Álvarez y Álvaro Arvelo. Pero este material, al igual que el surgido en la época de las dictaduras caribeñas o con la globalización, se queda muy por debajo de la máxima aspiración a la excelencia internacional que alcanzaron los integrantes de la Cabalgata Deportiva Gillette.
Aquellos señores tenían un respeto por la cultura, el idioma y el público. Y pongo un ejemplo criollo entre varios: Mario Álvarez Dugan, quien demostró que no solamente era narrador y comentarista deportivo, sino que luego se convirtió en uno de los grandes directores de periódicos del país (El Nacional y Hoy).
La narración y el comentario deportivo de hoy, al igual que los programas de panel por radio y televisión están salpicados, en la mayoría de los casos, por la obscenidad, la frivolidad y la incultura.
Y para clausurar esta reseña, incompleta por lo demás, la narración y el comentario deportivo son inseparables de las voces de los locutores que leen los anuncios. Al parecer La Voz Dominicana les turnaba: unas veces eran Julio César Félix, otras Ramón Rivera Batista o después de la muerte de Trujillo, Freddy Mondesí y Nova Ramírez.
Estábamos en la época de la dictadura, donde todo era propaganda e ideología, y se usan, aunque en ruta de paso, los anuncios versificados, como este que leía con voz engolada Rivera Batista: “Palo a palo y mano a mano/hay que ser buen deportista/pero hay que ser mejor trujillista/tomando Cidra, mi hermano.”
Hoy la prosa de prisa no permite casi los versos medidos, pero el mejor anuncio del Clásico pautado para el país fue el de los extranjeros (italianos y españoles) que disputaban, en medio de algunos dominicanos, acerca de la excelencia del equipo criollo.