Hace unos días, un grupo de intelectuales, profesores universitarios y activistas sociales publicaron un documento donde clamaron el final de la represión y de la violación a los derechos humanos efectuadas en Nicaragua por el gobierno encabezado por el presidente Daniel Ortega.
En la carta se señala el sentimiento de frustración histórica causado por el hecho de que un gobierno producto de una revolución aclamada en el mundo y responsable del derrocamiento de una de las dictaduras más despiadadas del hemisferio, terminara incurriendo en los mismos desvaríos del tirano Anastasio Somoza Debayle.
Quiero llamar la atención sobre un señalamiento del texto en el que los firmantes manifiestan su indignación ante el silencio compromisario de líderes, intelectuales y activistas latinoamericanos que, por identificarse con ideas socialistas y comunistas, entienden que cualquier señalamiento, reclamación o crítica a un régimen considerado de izquierdas es un acto de complicidad con la política exterior de los Estados Unidos.
Tratándose de este tema, ha sido una costumbre de estos practicantes del activismo de izquierdas incurrir en la falacia de la falsa dicotomía según la cual uno está obligado a tener que elegir entre dos opciones contrapuestas como si fueran las únicas posibles. El argumento es simplista: “O estoy con el imperialismo o estoy con los gobiernos de izquierda. Si apoyo al imperialismo, rechazo todas las acciones de los gobiernos de izquierda, si estoy contra el imperialismo, apoyo todas las prácticas de los mencionados gobiernos.
La experiencia histórica y presente de America Latina nos enseña lo incorrecto de comprometerse con uno de estos dos polos. El hecho de que debamos rechazar prácticas injerencistas por parte de naciones con estrategias políticas neocolonialistas, no significa que debamos aplaudir o callar ante las acciones autoritarias y totalitarias de gobierrnos que se autodenominan progresistas.
En la carta se afirma: 'No hay peor imperialismo que el colonialismo interno que se torna violencia opresiva revestido con retórica antiimperial”. En otras palabras, la violencia ejercida desde dentro en nombre de la protección y la soberanía no es menos maligna que la ejercida desde el exterior en función de intereses foráneos. Es violencia que destruye la dignidad y la integridad de las personas, así como el sentimiento de copertenencia al proyecto colectivo que el gobierno represor dice representar.