La admiración que tengo por Winston Churchill me ha llevado a leer varias de sus biografías. La mejor de estas es la escrita por Boris Johnson, periodista y actual alcalde de Londres. En lugar de la narración cronológica de la vida de Churchill, Johnson la presenta de una forma original. Por un lado, se enfoca en los rasgos característicos de la personalidad del político inglés; por el otro, en los hechos de su vida, organizados por su relevancia y no por su orden en el tiempo.

Leí la biografía de una sentada porque está escrita con mucho humor y ninguna pedantería, y porque Johnson ha puesto en ella toda la admiración que también él siente por Churchill. La misma se resume en su título: “El factor Churchill, cómo un solo hombre ha hecho la historia”. Creo que Johnson no exagera: Churchill ha sido, probablemente, el más grande estadista de todos los tiempos ¿Por qué?

En primer lugar, por su gran voluntad. En junio de 1940, cuando Hitler controlaba toda Europa, cuando Stalin y Mussolini eran su aliados, cuando Roosevelt no quería intervenir en la guerra, cuando la mayoría de los políticos ingleses estaban dispuestos a pactar con Hitler, en fin, cuando Inglaterra estaba sola y no parecía tener la mínima posibilidad de ganar la guerra, Churchill se opuso. Contra todo pronóstico, los ingleses y sus aliados ganaron la guerra. Sin la firmeza de Churchill la guerra se hubiera perdido y el mundo actual sería, seguramente, muy diferente.

Churchill celebra la victoria frente a al multitud, mayo 1945

Churchill  era además sincero. En lugar de mentir a los ingleses, les informaba sobre la gravedad de la situación: “ Solo puedo prometerles sangre, sudor y lágrimas”, les dijo al inicio de la guerra. Y cuando la balanza empezaba a cambiar, cuando los ingleses estallaban de júbilo por sus triunfos en el norte de África, Churchill les advirtió: “Este no es el principio del fin. Es, quizás, el fin del principio”.

Churchill fue responsable. No le temblaba el pulso para tomar decisiones dolorosas. Cuando Francia se rindió, corría el riesgo de que su flota, la segunda del mundo, cayera en manos de los nazis. A pesar de que los franceses eran sus aliados, Churchill ordenó el bombardeo de la flota francesa, frente a las costas de África. En el ataque murieron miles de franceses.

Churchill era también sensible: cuando informó al parlamento sobre los resultados de la operación, lo hizo con lágrimas en los ojos. Fue un pintor aficionado, pero de gran calidad. Recientemente, uno de sus cuadros fue vendido por más de un millón de dólares.

Churchill era valiente. Participó en combates en cuatro continentes. Nunca temió estar en la primera línea del frente, al alcance de las balas enemigas. Piloteó aviones de guerra y sobrevivió a la caída de uno de ellos. No por eso se amilanó. Siguió piloteándolos.

Churchill fue un visionario. Antes de la guerra, fue el primero en advertir que Hitler era un peligro para Europa. Después de esta, fue el primero que advirtió que Stalin era un peligro para el mundo. De hecho, luchó por que el desembarco aliado se realizara en el norte de Italia, en el Adriático, a fin de cortarle el paso a las tropas soviéticas. Los americanos insistieron en desembarcar en Normandía, dándole tiempo a Stalin para apoderarse de toda la Europa del Este e instalar regímenes satélites que tardarían cinco décadas en caer. Por cierto, fue Churchill quien acuñó la frase “Cortina de Hierro”.

Churchill tenía un pensamiento político original. No se le podía encasillar en una corriente política. A pesar de pertenecer al Partido Conservador, favoreció a las clases humildes con medidas tales como la creación del sistema de seguridad social inglés o de las agencias contra el desempleo, medidas características de un partido de izquierdas. Como, a diferencia de Churchill, los conservadores apoyaban el proteccionismo, se pasó al Partido Liberal, regresando al Partido Conservador veinte años después.

La agilidad mental de Churchill fue inigualable. Cuando los conservadores lo acusaron de tránsfuga, les respondió: “ Hay hombres que cambian de partido en nombre de sus ideales. Hay hombre que cambian de ideales en nombre de su partido”.

Churchill fue un trabajador sin par. Durante la guerra, apenas dormía algunas horas en un catre militar. Era capaz de dictar artículos, libros, cartas a cinco secretarias a la vez. Y no solo en su oficina, sino en su habitación y hasta en su baño. Dictaba hasta cuando salía de la bañera, para rubor de sus secretarias.

Churchill fue un gran escritor. Pocos saben que ganó el premio Nóbel de Literatura. Pocos saben que escribió más que Shakespeare y Dickens juntos.

Podría esperarse que, con tantas virtudes, a Churchill, se le subieran los humos a la cabeza. Pero no. Nunca se tomó en serio. Su legendario humor es prueba de ello. A Churchill le encantaban los tragos. Desayunaba con champaña y tomaba whisky todos los días. Una vez, una diputada socialista lo acusó de borracho. “Y usted es fea. Y continuará siéndolo cuando se me pase el jumo”.

Pero para Churchill no todo fue éxito. Durante casi una década nadie quiso que volviera a la política,  atravesó el “desierto”. Luego de volver y ganar la guerra, perdió las elecciones de 1945. También Churchill conoció la ingratitud de los pueblos.

Churchill también cometió errores, también tuvo defectos. Su proyecto de desembarco en Galípoli, durante la Primera Guerra Mundial, fue un verdadero fiasco que causó miles de bajas entre sus tropas. Insultó a Gandhi por pretender la independencia de la India. Fue partidario del uso de gases durante la guerra. Fue imperialista. Fue machista. Los errores de Churchill fueron muchos, peros sus virtudes fueron más.

Churchill se retiró de la política luego de dedicarse a ella durante más de seis décadas. Hasta la fecha, creo, no ha habido un político más influyente que él.

Mientras leía su biografía, me pregunté con frecuencia si en nuestro país hemos tenido un gran estadista, un Churchill dominicano. Pensé en Bosch y en Balaguer.

Como Churchill, Bosch fue “ el político más avanzado de su tiempo”. El Reino Unido estaba preparado para un político como Churchill. Nuestro país, en cambio estaba atrasado para Bosch. Eso explica el golpe de estado de 1963. El golpe fue para Bosch el inicio de una travesía del desierto que duro hasta su muerte.

Balaguer fue un admirador de Churchill – construyó la avenida homónima – pero no estuvo a su altura. Basta mirar su legado para darse cuenta de ello: un Partido Reformista parásito, un PLD enquistado en el poder. El PLD fue una creación de Bosch. Pero a partir del “Pacto Patriótico, fue Balaguer el que lo adoptó.

Un político gobierna para su generación. Un estadista gobierna para las futuras. Bosch tuvo la visión necesaria, pero no pudo gobernar. Balaguer pudo gobernar pero no tuvo la visión. Prefirió faraónicos programas de construcción a combatir esa corrupción que se detenía en la puerta de su despacho. La misma corrupción que pone en peligro el futuro de nuestra sociedad en la actualidad.

Necesitamos políticos con carácter, sinceros, responsables, visionarios, sensibles, creativos, valerosos, trabajadores, inteligentes, pero también imperfectos, que no se tomen demasiado en serio.

Necesitamos un Churchill dominicano.

Nuestra supervivencia como nación depende de ello.