En la estructura social dominicana el chisme y la calumnia es tan popular que luciera como una enfermedad crónica de nuestra mentalidad como pueblo. No importa el nivel educativo, la ocupación profesional, el género o la edad, el chisme se expresa con tanta intensidad que hay algunas personas que no pueden sostener una conversación sin apelar a rumores o difundir maledicencias contra otras personas. Es el recurso más común entre muchos hombres y mujeres cuando identifican a alguien que afecta sus intereses, en lugar de argumentar, se sueltan todo tipo de suposiciones para mancillar la buena fama de quien considera su adversario. Hay chismes en los medios de comunicación, en el Palacio Nacional, en los sindicatos y organizaciones profesionales, en las empresas, las sacristías, las estructuras educativas y todo espacio donde se reúnen hombres y mujeres a dialogar y negociar. El chisme es lanza para alcanzar objetivos y excusa para justificar prácticas corruptas frente a quienes le denuncian.
Para muchos extranjeros que nos visitan por vez primera o dominicanos que salen a vivir fuera del país, uno de los primeros rasgos que descubren es la actitud chismosa de la sociedad dominicana en su diario vivir. Un excelente ejemplo es cuando Juan Bosch describe la vida de Hostos en Santo domingo a finales del siglo XIX: “La plácida vida de la vieja ciudad de los Colón, con sus calles pedregosas y enyerbadas, de casas bajas, gruesas paredes y ventanas enrejadas por barrotes de hierro; con sus templos imponentes y sus recias murallas cercándola, es buena para el descanso y para la recoleta vida que él exige. La gente es cordial; y los vicios nacionales, el chisme y la calumnia, no pueden traspasar el umbral de su casa, templo de estudio y de meditación.” (Bosch, Vol. VI, pp. 221-222). La designación de “vicio nacional” es correcta, en dicho tiempo y la actualidad, potenciado por las redes sociales, por las bocinas pagadas por el gobierno, por el debate político, y todo escenario en que exista interés en desplazar a alguien de una posición o los intereses del chismoso se vean afectados y busque un responsable para denigrarlo.
El mismo Bosch fue blanco toda su vida de legiones infernales de chismosos que buscaban erosionar su figura como literato, escritor y político, y su participación en las campañas políticas (1962, 1966, 1978, 1982, 1986, 1990 y hasta la de 1994) usualmente era combatida por heces humanas que propalaban rumores y falsedades para erosionar el voto a su favor. En uno de sus textos autobiográficos refiriéndose a su salida del país en 1938 señala: “La marcha de la sociedad la rigen los políticos; ellos deben ser seis, siete; así es en todos los países y así ha sido siempre; nosotros involucramos los principios universales y exigimos que las mujeres, los niños y hasta las bestias actúen en política. Yo, que repudiaba y repudio tal proceder, vivía perennemente expuesto a ser carne de chisme, de ambiciones y de intrigas. Yo no concibo la política al servicio del estómago, sino al de un alto ideal de humanidad.” (Bosch, Vol. VIII, p. 593). Basta recordar con precisión todo el despliegue de falsedades que se lanzaron contra Bosch en 1962 y durante todo su gobierno hasta que lograron derrocarlo y condenar al pueblo dominicano a un baño de sangre y represión que duró hasta el 1978. Y como he dicho tantas veces, nadie ha pedido perdón por tantas mentiras que destruyeron nuestra democracia y que gestaron el asesinato de tantos jóvenes.
No pretendo decir que únicamente en la sociedad dominicana hay chismes, pero en nuestro lar nativo es exagerada su presencia y su influencia en la toma de decisiones. Recientemente el Papa Francisco señaló directamente la naturaleza perversa del chisme y la condición de pecadores de los chismosos y chismosas. Señaló Francisco que: “los chismes matan y los chismosos y chismosas son terroristas.” Y él mismo ha sufrido campañas constantes, en el seno de la Iglesia y fuera de ella, de chismes para desacreditar su pontificado. Matizó sus palabras con precisión: “Los chismosos y las chismosas son gente que mata a los demás, porque la lengua mata, es como un cuchillo. Tened cuidado, el chismoso y la chismosa es un terrorista, tira la bomba a los demás y se va tranquilo". Estos señalamientos del Papa son consistentes con el Evangelio y el sufrimiento de Jesús, que en su vida padeció constantemente los rumores y chismes de quienes se consideraban afectados por sus palabras y acciones. La ruta de Jesucristo hacia el calvario estuvo empedrada de la maledicencia de chismosos que se aferraban al dinero, el poder político o el encumbramiento religioso.
El caso dominicano como estructura social, el mismo Bosch lo analiza en muchos de sus textos, está impregnada por el chisme debido a la deformación histórica del modelo económico, social y político que ha gestado una pequeña burguesía ávida de poder y resentida contra quienes obtienen más relevancia que la ganada por ellos. La pequeña burguesía dominicana ha deformado toda la institucionalidad para imponer sus apetitos y deseos egoístas. No hay Constitución, ni negocio limpio, ni integridad, ni el respeto a los otros y sus derechos. El pequeño burgués en la medida que acumula poder abusa del otro o le esquilma para su beneficio. Se busca ansiosamente el ser identificado con el poder económico, político, militar y social para considerarse que vale. Sin dichos símbolos -un carro de lujo, un rango militar, el acceso a espacios privilegiados, el reconocimiento frente a los demás- el pequeño burgués se siente anulado, sin valor, carente de significación. Es por eso que el chisme pasa a ser el arma arrojadiza, el instrumento terrorista (en palabras de Francisco) para destruir a los otros y destacarse el chismoso por encima de otros.
Si Bosch tiene razón el chisme únicamente se extirpará cuando logremos una sociedad donde el imperio de la Ley sea igual para todos y el desarrollo de cada cual estará amarrado estrechamente al esfuerzo y talento en el trabajo productivo. Para eso es necesario desatar toda la capacidad productiva y creadora de todos los dominicanos y dominicanas, erradicar los miedos y temores inculcados para mantener la sociedad sumida en el control de sus explotadores, y que la razón y la ciencia sean el criterio para la verdad. Mientras mantengamos una sociedad deforme por la mentalidad pequeño burguesa la miseria y la ignorancia prevalecerán.