El pasado domingo, por distintas razones, vivimos un día histórico en nuestro país. Las primarias del partido oficialista, abiertas, y con un nuevo método de recepción del voto.
Hubo rampantes violaciones a las normas y acuerdos. La voluntad, de lado y lado, fue violentada con dinero y favores. Los dos candidatos hicieron lo que siempre se hace: usaron la ignorancia que deliberadamente han impuesto a un pueblo que siempre es mantenido en base a promesas. Se aprovecharon de las necesidades, se beneficiaron de las carencias y explotaron las debilidades morales. Compraron votos. Compraron cédulas. Ofrecieron transporte y seguimiento. Amenazaron en instituciones públicas. No importa que nuestro primer mandatario pretenda ignorarlo, tanto su candidato como el que se le opone jugaron sucio. Nada nuevo.
Terminado el día, se ofrecen resultados preliminares. El expresidente Leonel Fernández cita al pueblo a las puertas de un reconocido hotel para emitir declaraciones ante lo que era una inminente (y aparente) derrota.
¿Sus declaraciones? Increíblemente punzantes. Creó el famoso algoritmo, muchos comunicadores lo repetían como si fuese una persona física. En la punta de la lengua de todos estaba hardware y software, fraude electoral y la fuerza del pueblo.
Ese ataque frontal puso en tela de juicio la institucionalidad de la República Dominicana. Un certamen supervisado por todo el mundo, por países y organizaciones internacionales, por mandatarios y todo tipo de empresas, fue tildado de fraudulento por uno de los políticos más influyentes de las últimas décadas y no solo del país, sino de la región.
Todos nos quedamos atónitos. Si Leonel Fernández, que puede ser catalogado de mil maneras, pero jamás como un imprudente con su palabra, decía eso, fuertes pruebas debían tener.
Difirió la presentación de estas pruebas al día siguiente, algo que muchos tildamos de inapropiado, pero entendimos era necesario reunir y presentar las pruebas.
Llegó el lunes, 10pm, todo el país pendiente pensando que veríamos grandes y contundentes elementos probatorios sobre lo que ha sido la denuncia más rimbombante que hemos visto en las últimas décadas, y el pueblo recibió un talk show.
Al día siguiente, no el exmandatario, sino su equipo, anuncia una nueva rueda de prensa con las famosas pruebas, hacen imputaciones personales. Llega el momento esperado, muestran opiniones, ahora graficadas, pero tampoco pruebas que puedan ser escudriñadas por la sociedad civil.
Del lado contrario, tanto la JCE como el equipo del candidato oficialista desmontando en una guerra de tweets y entrevista los argumentos de su opositor, generando una montaña rusa mediática que mantiene cautivada la atención de todos.
El problema de las declaraciones del Dr. Fernández, de la posición “a la defensiva” de la Junta, y de los ataques personales entre todos los involucrados, es que victimizan, de nuevo, a la sociedad. Tanto el oficialismo como su adversario deben manejar mejor su posición pública.
La institucionalidad ha sufrido demasiado los últimos años. Los Tribunales, la Procuraduría, todo ha sido afectado directa o indirectamente con la falta de prudencia de nuestros políticos. Se realizan grandes esfuerzos para recuperarla, pero es necesario que todos apoyemos esa quimera denunciando el irrespeto y promoviendo el respeto. No podemos permitir que todos los estamentos públicos administrativos sean transformados en Ministerios.
Pero si vamos a atacar la institucionalidad propia del organismo más importante en este tipo de situaciones, es necesario hacerlo con pruebas contundentes. No hubo coherencia entre las declaraciones y promesas del domingo en la noche, y el programa de opinión del lunes o la rueda de prensa del día siguiente.
La Junta Central Electoral, organismo altamente cuestionado por la facción del expresidente, debe enfrentar todas y cada una de las denuncias, demostrar fehacientemente (no en redes sociales y entrevistas) que todo se mantuvo en orden, y desmontar las acusaciones graves que ha recibido. Ya avanzamos con la propuesta – desde la JCE – del conteo manual de las mesas más afectadas por las denuncias. Se empañó un poco por la renuncia y des-renuncia de uno de los actores relevantes por dicho órgano, pero no deja de ser un paso favorable a la transparencia.
El oficialismo no debe actuar como que ha ganado, pues es un mismo partido, a lo interno, que está fraccionado. Son ellos los que más interés deben tener de que todo se aclare y salga a la luz, pues el proceso electoral debe ser fortalecido por este gran trauma, este ensayo ha dejado mucho que desear, pero es la oportunidad para que se identifiquen esas vulneraciones, si las hubo, y si no, de que el pueblo finalmente pueda confiar plenamente en lo que el estado le ha dicho. Se deben al voto que allí los colocó, y por ello, a la verdad.
Solo nos queda tener esperanza de que, quien sea que termine siendo el candidato, se enfoque un poco en mantener las formas y promover la institucionalidad, que no solo es un comodín en el presente escrito, sino que es la gran víctima de estos últimos acontecimientos. Esperemos que el expresidente no esté solamente creando una crisis para eventualmente negociar. Esperemos, también, que, si sus denuncias son reales, que se llegue hasta las últimas consecuencias.
Y todos los bandos envueltos, la política no puede ser como la pelota. El daño al pueblo y sus instituciones puede ser irreparable. Dejemos el fanatismo y enfoquémonos en lo que realmente importa: respetar las formas para que, luego de este chisme, el país tenga futuro. Seamos todos responsables.