“A la hora de depositar nuestros votos los estadounidenses siempre lo hacemos como si aún estuviéramos en las cavernas”. Así dice el historiador Richard Shenkman en su reciente libro “Los animales políticos: cómo nuestro cerebro cavernario nos impide votar como seres inteligentes” (History News Network).

Mutatis mutanda (cambiando lo que hay que cambiar) esta característica  se puede aplicar a cualquier país. El “cerebro cavernario” pertenece a la etapa evolutiva de la “Edad de piedra”, del “Plioceno”, cuando predominaban los instintos primitivos, el “fight-flight síndrome” (el síndrome de pelear o de huir) como los principales medios de supervivencia de la especie humana sobre la tierra.

Richard Shenkman, en su otro libro: “Just how stupid are we?: Facing the truth of the American voter” (“¿Qué tan estúpidos somos?: La verdad sobre el votante estadounidense”), dice lo siguiente: “Nuestro sentido de seguridad tribal siempre se dispara cuando surge un “visionario” que nos hace percibir a otro grupo como un potencial enemigo (real o imaginario)”. Esta es la raíz del fascismo y del nacionalismo tradicional que ha afectado a muchos de nuestros pueblos.

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La insula

Cuando Donald Trump ataca a los inmigrantes mejicanos, presentándolos como una amenaza, detona en nuestro cerebro cavernario (área de la Ínsula anterior, dentro del surco lateral conocido como la fisura de Silvio) la señal de alarma, tal como si todavía viviéramos en las cavernas del Plioceno. Como decía Lope de Vega en “Fuente Ovejuna”: Todos a una.

¿Será Donald Trump nuestro próximo anti-mesías o nuestro anti-cristo “anhelado”?

“Yo sé que está mintiendo pero él será nuestro próximo presidente”- nos dice Clara, una republicana que cree a rajatablas lo que dice su candidato… aunque diga muchas mentiras. “Es como si estuviera leyendo nuestro mente”- continúa diciendo Clara- “Él dice las cosas como son, como nosotros quisiéramos oírlas”.

Ese es el enfoque característico del cerebro cavernario, cuando la frustración y el miedo predominan en el subconsciente de los pueblos, propios de la Edad de Piedra, cuando el cerebro humano apenas empezaba a desarrollarse ante el devenir de un medioambiente agresivo. Es lo que se conoce en inglés como “cognitive bias” (el prejuicio cognitivo).

La “falsa alarma”, como la que Trump ha despertado en la mente de los votantes, es un fenómeno atípico a estas alturas del juego político,  y pone en manifiesto la vulnerabilidad de las masas. Mientras más desinformadas están, mientras más aturdidas se encuentran tratando de sobrevivir en el devenir cotidiano, más posibilidades hay de convertirlas en víctimas del circo eleccionario.

Este fenómeno tan norteamericano es la verdadera razón por la cual se diseñó el “Colegio Electoral”, y aparecieron después los “Delegados” y los “Súper Delegados”, para contrarrestar y contrabalancear el voto popular, tradicionalmente a merced de los vientos propagandísticos de los intereses creados.

Eso de que es la gente la que elige a sus presidentes es tan rancio como creer en la democracia pura y dura. Esta jamás ha existido en ninguna parte, ni siquiera en la Grecia de Platón y de Sócrates, donde las mujeres no podían votar ni tampoco los esclavos. Lo mismo sucedió en Roma, durante la República, cuando el Senado era el epicentro de la gobernabilidad cotidiana. Después que surgieron los césares (etapa imperial despótica y antidemocrática), la realidad política romana pasó a ser aguja de otro costal.

Conscientes de que siempre se vota con el cerebro cavernario, no se puede dejar al capricho de la plebe el resultado final de las elecciones. Eso sería equivalente a lo que se conoce como “collective cognitive disonance” (disonancia cognitiva colectiva), cuando no se quiere admitir la realidad objetiva…aunque ésta sea cierta. Por lo menos así pensaron los creadores de los “súper-delegados” eleccionarios.

Un ejemplo constante y sonante es el de España y su sistema parlamentario actual, donde se ha creado un tranque nunca visto desde la época franquista. Por un lado, esta situación es un ejemplo palpable de democracia operante pero, por otro lado, es una indicación de intransigencia atípica e inusitada. Mientras en el resto de Europa (por ejemplo, en Alemania) los acuerdos interpartidistas están a la orden del día, facilitando así la gobernanza, en España la decisión colectiva de los votantes no es adecuadamente interpretada por los grupos parlamentarios, polarizados en sus respectivas trincheras doctrinarias, algo nunca visto en sus 40 años de democracia.

El cerebro cavernario es el que siempre prevalece en épocas de elecciones, cuando la realidad objetiva pierde sentido en aras de la propaganda eleccionaria. Sea verdad o mentira, es en estas épocas cuando revivimos nuestra etapa cavernaria, convirtiéndonos todos de repente en ciudadanos de la Edad de Piedra originaria.

¿Qué otra cosa es la que estamos hoy viviendo, ante incidentes como la tragedia política que hoy día se vive en Brasil y el sainete que cada cuatro años escenifican los votantes en los Estados Unidos? ¿No es ésta una época cavernaria, como la que se está viviendo también en la República Dominicana?

La época de los carnavales políticos donde las masas están a merced del cerebro cavernario. Dígame usted si existe alguna diferencia.