Del caudillismo y sus demonios existe una sombra ruin que es preciso conjurar para siempre en América Latina. El camino no será fácil, y no lo será por innumerables razones. Entre ellas, la fuerza cíclica de la historia, el subestimado poder de las circunstancias, la marginación, el oportunismo, la vileza, la fatalidad, y aún más: nuestras tendencias a confiar en palabrerías de gran resonancia popular y la inclinación que tenemos los humanos de creer más en ideologías que en ideas discutidas en mesas plurales.

No podríamos dejar de mencionar el daño que causa el peso de una virtud que se llama fidelidad, que nos imprime en el alma esa característica ingenua de entregar el corazón a líderes inescrupulosos, los cuales abundan tanto en la derecha como en la inexistente izquierda, la cual hoy se resume a un concepto romántico de igualdad que poco tiene que ver con lo que se evidencia en las sociedades que todavía adoptan o dicen adoptar el sistema.

La definición de la RAE para la palabra caudillo dice poco; consta de una brevedad marcada de silencio y espacio, y por eso nosotros, los oriundos de Latino América, nos vemos en la necesidad de concebirla dentro de un contexto más personalizado. Caudillismo es, pues, tela de otro costal para nosotros. Es, a menudo, continuismo que resulta de engaños calculados: campañas turbias, votos comprados, fraudes electorales, jugadas geopolíticas oportunas de potencias, dictaduras militares inusitadas, alianzas raras, y sobre todo, de muchas promesas que un pueblo ignorante y sin conciencia es capaz de creer.

Caudillismo es, en fin, fuera del contexto del líder virtuoso, un volver y volver al poder del que debiéramos cuestionarnos, ¿Pero otra vez? ¿No hay acaso otros que lo puedan hacerlo mejor? Mas no pierdas el tiempo preguntándole esto a un caudillo de los nuestros. Te hablará de una visión conmovedora que ha ensayado muy bien ante el espejo con la ayuda de un asesor de imagen de renombre que, es posible, contrató de un país lejano. 

Sentido de Destino

Nuestros caudillos se asemejan a seres divinos, aunque de divino tengan poco; tanto aman la patria que la quieren gobernar para siempre. Y son, ante el lente de una concepción viciada que defienden a morir, y probablemente sea digna de los servicios de un buen psiquiatra, mesías políticos, elegidos; acaso redentores.  Y por eso existe en ellos ese sentido de destino que les recuerda “¿Si no YO para esta misión, ¿quién demonios la va a realizar?”. Vienen ellos, pues —marcados por un azar probablemente maldito— a este acongojado mundo para cumplir un deber casi cósmico; mandar, porque de eso saben mucho, y para ser adorados, admirados y reverenciados. Y por qué no, para gozar, dada las circunstancias, de los privilegios propios de los palacios de gobierno, a los que sin reticencias ni dobleces de espíritu son capaces de convertir en aparatos de ineptitud organizada para la cual es común encontrar un contingente de servidores diestros en pintar el cielo de color azul en las noches más oscuras. 

Astucia

El caudillo nuestro es astuto; no es tan aturdido como a veces aparenta: sabe cuándo ser paloma y cuándo ser serpiente. Maneja la cadencia del tiempo como un gato que espera con paciencia un movimiento falso del ratón. Conoce la fuerza del silencio contaminado con pensamientos atroces. Te dirá que es un igual a ti, si con ello puede alcanzar algún fin. Hasta podría confesarte lo mucho que sufre por los pobres, por la delincuencia, el crimen organizado y las injusticias, y ¡Cómo pierde sus noches en vela pensando en hacer la vida más igualitaria y llevadera para la amada nación! “Es un buen tipo, tiene un gran corazón”, te atreverás a afirmar al oírlo. Y no es que el caudillo sea bipolar si en algún momento se empalague de esos teatros baratos de humanismo y empatía que personifica y se muestre de repente de mal humor. Nadie es perfecto.

Contrastes

Lo cierto es que hemos tenido caudillos marcados de contrastes en la región latinoamericana; intelectuales y sobrios, como lo fue Balaguer (siete veces presidente) en República Dominicana, país que gobernó hasta siendo ciego, llevando al mismo tiempo una vida paralela de poeta taciturno que a nadie ocultó, y otros más toscos y bocones, como lo fue Chávez: líder de la pesadilla bolivariana a la que debemos hoy la crisis humanitaria y política del pueblo venezolano. Y entre estos dos extremos encontramos —ayer y hoy— de todo: tímidos acomplejados, visionarios incoherentes, carismáticos provocadores, populistas vestidos de ovejas, demócratas dudosos, y hasta pilatos y maquiavelos. Es que en esta viña del señor tan nuestra hay de todo.

Debo advertir que no debemos asombrarnos o llamar vanidad al hecho de que estos patriotas quieran de todo corazón, cuando ya no estén en este mundo, ser recordados por el pueblo como hombres de bien, que recibieron calumnias sólo por envidia y venganzas políticas inmerecidas.