En la democracia es esencial hacer valer los procesos institucionales sobre los designios de las personas, aun aquellas con gran carisma y capacidad de generar adhesiones políticas.
En los partidos, una expresión manifiesta de la institucionalidad es la capacidad de crear adhesión a la organización por encima de sus líderes.
Sin duda, los individuos cuentan en política; por eso, por ejemplo, hay mejores y peores candidatos en una campaña electoral, y hay mejores y peores presidentes. Pero un partido institucionalizado deberá tener los mecanismos establecidos para escoger en competencia legítima a los mejores, sin que los peores se impongan arbitrariamente. Es cuestión de simple lógica electoral para intentar ganar.
El caudillismo es endémico en el sistema político dominicano (y en otros países de similar estructura social) porque muchas personas viven del negocio político y dependen del Estado para subsistir o para hacer fortuna
Los mecanismos para elegir candidatos han cambiado a través del tiempo. En los inicios, cuando los partidos no estaban masificados, predominaba el caudillismo craso. Actualmente se utilizan primarias, donde los aspirantes buscan el apoyo mayoritario de los miembros de su organización o del electorado en general, según sea el sistema de primarias imperante.
En República Dominicana, el caudillismo fue una constante durante el siglo 20 en dictadura y en democracia. Trujillo fue un caudillo militar que impuso de manera dictatorial su poder por 31 años.
En las décadas de 1960 y 1970, Joaquín Balaguer se erigió en caudillo. Tenía seguidores, pero no suficientes. Impuso sus triunfos en elecciones fraudulentas. Lo caracterizó el “vuelve y vuelve”.
Juan Bosch fue un caudillo, aunque su poder personalista se moderara por sus principios de justicia social. José F. Peña Gómez también fue un caudillo, aunque por su negritud y origen haitiano no llegara a la presidencia.
Desde la transición política de 1978, el país espera el fin del caudillismo. ¡Pero oh no!, sigue vivito y coleando.
El PLD está mejor organizado que otros partidos; aun así, Leonel Fernández se ha declarado el líder que lleva y entrega la antorcha, aunque actualmente tiene de obstáculo ante a sus planes reeleccionistas la alta aprobación de Danilo Medina, que ha buscado desde la presidencia generar adhesiones políticas.
Con el sistema de reelección no consecutiva que estableció la Constitución de 2010, se fomenta el caudillismo. He ahí que Leonel Fernández e Hipólito Mejía estén aspirando por cuarta vez a la candidatura presidencial.
El PRD, después de ser una mina de líderes políticos, ha devenido en un partido disminuido y atrapado, e imposibilitado de ganar elecciones. Las encuestas hablan por sí solas.
El nuevo engendro político llamado Partido Revolucionario Moderno (PRM) tiene dos figuras enfrentadas por la candidatura presidencial. Con Hipólito Mejía en el ruedo electoral, las aspiraciones de Luis Abinader quedan truncadas. Ahí no hay condiciones para celebrar primarias democráticas.
El Partido Reformista es tan caudillista que nunca pudo superar la pérdida de su inefable padre. Es una organización moribunda que se mantiene en la palestra gracias al PLD que inyecta a sus dirigentes con puestos en el Gobierno.
Los otros partiditos son todos caudillistas, alguien es batuta y constitución. Como tontos no son, la mayoría se cobija en un partido ganador.
El caudillismo es endémico en el sistema político dominicano (y en otros países de similar estructura social) porque muchas personas viven del negocio político y dependen del Estado para subsistir o para hacer fortuna.
Si Leonel Fernández e Hipólito Mejía son los principales candidatos de la contienda electoral de 2016, un amplio segmento del electorado carecerá de entusiasmo en el mejor de los casos, o estará simplemente asqueado. Será una reedición más del caudillismo; ambos en cuarta repostulación y con alta tasa de rechazo.
Pero el mesianismo los embriaga y el clientelismo los sostiene.
Artículo publicado en el periódico HOY