Soy de los dominicanos que durante los años 50 y 60 se escolarizó en una pequeña escuela de pueblo, con profesores consagrados a su profesión, ejemplos de civismo y moralidad, que nunca dejaron de lado su obligación de conocer y tratar a nuestros padres para asegurar el necesario vínculo de la escuela con la casa, cosas que tal vez estén envidiando alumnos y profesores de hoy en escuelas flamantes, con ordenadores y tabletas en manos, pero con frecuencia superpobladas y en un entorno donde el aprendizaje y la enseñanza se producen en condiciones poco favorables.

En el Liceo Francisco Gregorio Billini de Baní tuve excelentes profesores, dentro de ellos a Dione Daniel, un hombre culto, afable, que por más de 30 años ejerció su profesión con la misma devoción que el cura párraco ejercía la suya, contribuyendo así a la formación de más de una generación de banilejos que, sin ánimo de jactancia, hoy somos profesionales competentes en diferentes áreas del conocimiento.

Jubilado con una irrisoria pensión que no le permitía cubrir sus necesidades básicas, el profesor Daniel pasó a ocupar un empleo en el ayuntamiento de Baní, durante la gestión de Chacho Landestoy. Una vez en ese nuevo empleo, perdió su pensión de maestro y con el cambio de administración el pasado año perdió su empleo en el ayuntamiento. Para nuestra indignación, tenemos ahora al entrañable profesor Daniel, ejemplar servidor público durante décadas, desamparado, sin empleo y sin pensión.

Para nuestro asombro, ni las autoridades locales del Gobierno del Cambio ni el ministro de Educación, que es de Bani, se han dignado en escuchar los reclamos de los banilejos que debemos en parte al profesor Dione las personas de bien y los profesionales que somos, para que se le devuelva una pensión que le permita una existencia digna bien merecida.

Parecería que nos hacemos cada vez más especialistas en hacer cosas que van en el sentido opuesto a los objetivos deseados y el caso del profesor Daniel es un ejemplo, ya que envía un mensaje desmotivador a nuestros jóvenes, sobre todo a los más brillantes que son los que más necesitamos para que se incorporen a la carrera de maestro, sin lo cual jamás lograremos una educación de calidad.

Finlandia, uno de los países más exitosos en materia de educación, es un buen ejemplo de que podemos seguir aumentando el presupuesto en educación, construir más y mejores escuelas, hacer todo lo que se nos ocurra para enriquecer los programas de enseñanza, dotar de computadores y tabletas a todos los alumnos y personal docente, pero mientras no seamos capaces de motivar, interesar, reclutar por lo menos a una parte de los jóvenes más brillantes del país para la carrera de maestro, ni soñar con una educación de calidad, condición indispensable para el desarrollo.

Los jóvenes, sobre todo los más brillantes, no son tontos, tienen por delante otras opciones de carrera mejor remuneradas y con condiciones de trabajo más atrayentes que la que tuvo la desdicha de elegir el profesor Dione Daniel.

No es devolviendo al profesor Daniel su bien merecida pensión que vamos a interesar a nuestros mejores estudiantes por la profesión de maestro, pero es un paso en la buena dirección, mejores salarios y condiciones de trabajo, más estímulos y reconocimiento social deben ser parte del paquete dirigido a devolver a esta profesión el estatus que se merece.