Es evidente que el carnaval nuestro ha adquirido una diversidad, una masificación y un impacto de convocatoria nunca visto en tradición popular alguna, con excepción del merengue que por momentos fue el gran convocante de la pasión danzaría dominicana y de ultramar en su mayor apogeo.

Hoy estamos ante un hecho cultural desbordante, con retos específicamente definidos, con desafíos para relanzarlo y hacerlo competitivo, llamativo, destino turístico internacional e industria cultural, por lo que su estudio actual, sus tendencias, peligros y desatinos de sus organizadores y agentes promotores, obligan a una reflexión, dado que, como manifestación de la cultura popular, no tiene propietarios, pues su dimensión es patrimonial de la nación en su conjunto y sobre todo, de sus portadores y gestores.

Estas convulsivas y prometedoras expectativas creadas por el carnaval, hacen pensar en su valor identitario, comercial, lúdico, de gestión, y sobre todo, de planificación y organización, de una actividad cultural de gran envergadura, que mueve recursos y pasiones, además de los conflictos recurrentes que le son inherentes, y que siguen martillando como amenazas, sobre su permanencia, y sobre todo, su crecimiento y proyección.

El hecho de que los Ayuntamientos se hayan apropiado en algunos casos como exclusivos de la organización, normativas y marcos organizativos de los carnavales, no ha ayudado a su fortaleza, pues cada vez más los carnavaleros se quejan de la intromisión y el verticalismo presente en estas formas de gestión.

Así mismo, es preocupante la creciente tendencia farandulera que ha acompañado la actividad y jornadas carnavalescas en todo el país. Si bien es el carnaval una festividad sin límites, hoy convertido en un desenfreno de los organizadores, más interesados en lo comercial que en lo esencialmente cultural de su práctica. También es evidente la poca comunicación entre organizadores y portadores, afectando su consolidación.

Es preocupante, la cantidad de carnavales creados por los municipios a través de gestores y munícipes de los ayuntamientos. Una tradición carnavalera no se crea por decreto, es el resultado de una historia que se forja a través del tiempo, desde las raíces mismas de los sectores populares que revelan su creatividad, talento e imaginación.

Este proceso obviamente, no se improvisa, no se acelera, sí apoyamos los esfuerzos de investigación que dan a determinados carnavales, un signo identitario propio, una cédula de identidad, un acta de nacimiento y un corpus conceptual y creativo, que son dos cosas distintas.

Si bien celebramos que el nuestro es de los carnavales más territorialmente activo y que su presencia se expande por todos los rincones del país, no menos cierto es que también existe en este desplazamiento geográfico, carnavales forzados, que aún no han madurado o que no son la resultante de procesos de imbricación, de una lenta y creciente conformación, y por ello no terminan de cuajar.

Sin embargo, todo es parte de una ebullición particular que ha contagiado al carnaval y por supuesto, todos quisiéramos tener el que nos representa, y es bueno, en tanto impulse la creatividad, el ingenio, la investigación sobre las raíces y las identidades locales que le den al mismo, morfología y, símbolos y contenido. De lo contrario, brotan de la nada, sin lograr aún una estatura de contagio lo cual nos parece un buen marco de despegue, un buen inicio, pero con tareas por delante.

Como igualmente complejo, es lo relacionado a las fechas de celebración de los carnavales nacionales. No es común entre nosotros que los carnavales salgan antes de la cuaresma solamente, es decir, en todo febrero. En distintas épocas del año salen carnavales en muchas poblaciones del país. No olvidemos que las dos fechas patrias nuestras están ligadas al carnaval como forma de celebración: 27 de febrero y 16 de agosto.

Todo esto hace más complejo la convocatoria. Por todo ello vemos lo difícil que es abordar esta tradición popular. Lo cierto es que, en estos momentos es claro que el carnaval es masivamente convocante, tiene problemas con el manejo de su comercialización, los portadores o carnavaleros están muy distanciados del hecho cultural que ellos producen, y es menester, un alto en el camino, una reflexión y un relanzamiento.