Tanto la Biblia como la historia secular nos muestran claramente los efectos devastadores que puede producir un líder insensato en una nación o en cualquier área de mando de una sociedad.

En varias ocasiones, el rey David tuvo que humillarse y pedir perdón tanto a Dios como a los hombres por los daños terribles que había producido a su nación y a sus gentes.

Al actuar contra los principios divinos, el líder de Israel provocó en un solo día la muerte de unas 70 mil personas.

Lo que produjo la caída de un poder tan fuerte y sólido como el Imperio Romano fue, precisamente, la condición desquiciada de sus emperadores y las luchas intestinas por ese mismo poder entre los ambiciosos del trono.

El carácter desenfrenado de sus reyes hizo de Roma una verdadera locura en donde los valores rodaron por el suelo y donde se le dio lugar a todo lo malo.

Cuánto dolor se hubiese ahorrado Italia si los ciudadanos hubieran tenido un poco más de cuidado a la hora de conceder poder a un hombre como Benito Mussolini. Desde su nombramiento como jefe de gobierno en el 1922, su régimen fascista anuló las libertades públicas, llenó las cárceles de opositores, condenó a la muerte a ciudadanos, a  cadena perpetua y desterró a honorables hombres del pueblo.

¿Y qué decir de un hombre sin carácter como  Adolfo Hitler?

En sus malvados hornos ardientes asesinó vilmente a casi seis millones de judíos inofensivos.

Se estima que con sus guerras alocadas,  él produjo la muerte a más de 60 millones de personas.

Sin embargo, uno de sus generales llegó a decir que quien tenía la oportunidad de estrechar la mano del Fuhrer, si estaba enfermo se sanaba.