El origen de la pobreza yace en su propia fuente, la miseria de la mente del humana, la cual no radica en la escasez de conocimiento como tal, sino en la resistencia a adquirirlo, rectificar la propia conducta, admitir y enmendar errores, establecer redes de confianza con valores y principios que permitan nuevas condiciones para relacionarnos con el capital, y ni hablar de la ciencia, sin la cual no habrá progreso, la que se necesita para investigar y generar las soluciones, que posteriormente permitirán innovar y superar las condiciones de indignidad de la pobreza, sin todo el conocimiento que sea posible interiorizar y la ética que se requiere para fomentar la crítica, el debate y la corrección de los errores, ni todo el oro del mundo le será suficiente a una mente miserable.

El capitalismo en Latinoamérica contiene factores que en esencia lo hacen particularmente violento e inestable, a pesar de poseer recursos que otras zonas geográficas no tienen, la región se caracteriza por una carencia crónica de capital, lo que la hace dependiente y que por tanto requiera de la asociación y cooperación con potencias extranjeras, con las que a juzgar por los resultados, tiene un patrón de comportamiento desordenado, inestable y permeado por la corrupción. Felipe Pazos connotado economista desertor de las filas revolucionarias, lo reconocía en su crítica al modelo de desarrollo cubano en auge de la Revolución cubana, al reconocer que hay factores accidentales y pasajeros y otros que son de carácter formal e institucional, y son esos los dignos de estudio, ya que en ellos se expresa la interacción de fuerzas productivas por un lado y el marco social que sub-utilizan el potencial humano, por el otro, lo que inexorablemente conduce al control de los monopolios, y a estas alturas del juego a una concentración del poder político en manos de los nuevos ricos, los negociantes de la política.

Pero hay quienes por conveniencia estratégica por fines políticos particulares, ponen su atención únicamente en condiciones históricas que modelaron en una etapa específica la estructura del subdesarrollo actual y construyen una narrativa que prefigura el capitalismo como un gigante de treinta cabezas y no se permiten ver lo que realmente es, molinos de viento y los supuestos brazos largos, no son más que aspas que movidas por el viento hacen andar la piedra del molino. Centrar la atención en los orígenes coloniales y neocoloniales sin prestar la requerida atención en los aspectos esenciales que aún se mantienen en las relaciones humanas y de poder sobre todo, nos devuelve al mismo punto del círculo vicioso.

Sin relaciones humanas basadas en la búsqueda de consenso, respeto y el compromiso de corregir errores para establecer redes de confianza como fuerza socializadora, guarecida en la fortaleza del Estado de derecho, prestando la adecuada atención crítica en la historia  de estas formas de conductas tan frecuentes en Latinoamérica, inclinadas al autoritarismo y la veneración servil de caudillos con fórmulas mágicas a la crisis a punta de prohibiciones, imposiciones, abuso de poder, represión y control, como atestiguan las etapas de autoritarismo más duro de la región, el cual es incluso aclamado por la ciudadanía en tiempos en que, el “Apocalipsis zombie de la depravación” amenaza las buenas costumbres de la moral cristiana, con todo el sarcasmo que soporte el comentario; toda teoría y análisis no será más que un tomar partido a favor o en contra, para sustituir la obligación de pensar como diría Simone Weil.

Las inclinaciones instintivas y primitivas al autoritarismo y paternalismo, enraizadas en realidad en la necesidad de participar del orden social, un derecho fundamental de un ciudadano civilizado y la escasa voluntad que impera, para hacer frente a los excesos de quienes insisten en mantener un caos organizado afín a sus propósitos maquiavélicos, arbitrarios y megalomaníaco, nos conduce indefectiblemente a los pies del El Jefe, El Papá, El Lídel’, el Patrón enviado por Dios como único capacitado y elegido para “refundar” su democracia, la que finalmente emplea como un traje a medida, para crear una “nueva sociedad” dependiente a él y su “grandeza” por ser el único Benefactor de la patria nueva que hizo lo que nadie ha podido, en tales condiciones el subdesarrollo será la única estructura improductiva posible, ya saben, por aquellas máximas contundentes de que: “el que manda, nunca va”, y, “aquí quien manda, manda y come pan blanco.”

Todos en algún momento nos hemos preguntado: ¿por qué somos pobres?, y la curiosidad me condujo al debate más antiguo e importante de la región, ¿Por qué Latinoamérica es la zona más inestable y pobre de la civilización occidental?

El desaprovechamiento o subempleo crónico de una parte sustancial del potencial humano productivo, no es casual y no se encuentra en los orígenes coloniales propiamente dicho, sino en una cultura autoritaria e improductiva que favorece la concentración del poder político y económico, lo que impide la transformación gradual de las relaciones humanas con los recursos productivos, y por ende, las formas de relacionarnos con el capital son las que conducen siempre por el atajo más deshonesto, dependencia, corrupción y narcotráfico, negocios tales que solo se pueden mantener en el entorno de inseguridad jurídica que generan quienes jerarquizan el trato privilegiado ante la ley.

Lo que el capitalismo latinoamericano conoce, en lugar de mecanismos automáticos de ajuste y mano invisible, es el estancamiento, endeudamiento y monopolios; en lugar de un Estado guardián, un Estado totalitario y despilfarrador, lleno de pichones de dictadores, que mantienen súbditos, no ciudadanos; en vez de empresarios austeros e innovadores, rentistas ociosos y nuevos ricos por vías ilícitas, ya sea por narcotráfico o corrupción; en lugar de funcionarios con formación técnica y el expertise necesario, burócratas ineficientes y corruptos y jerarcas militares, un conjunto de jefes que absorben y dilapidan gran parte del excedente económico, fuente principal de su enriquecimiento, en lugar de una clase obrera en conocimiento de sus derechos, mentes belicosas y ociosas que a través de sindicatos actúan como un agente de tensión y presión social, por medios coercitivos de ser necesario, en fin, en lugar de un capitalismo floreciente y brioso, que favorece una relación con el capital fundamentado en seguridad jurídica y reposado en un sistema político democrático que goza de institucionalidad, tenemos un capitalismo subdesarrollado, inestable, improductivo y profundamente contradictorio, incapaz de multiplicar las fuerzas productivas en un lapso razonable y desafortunadamente lejano en el tiempo de ser un modelo de racional y eficiente utilización de los recursos productivos.

Para los que poseen este delirio ideológico, el desarrollo económico vendrá a la comunidad por la mano invisible del mesías, el individuo no es considerado con valor en sí mismo, sino una oveja o infante mental que debe ser controlado y protegido de sus excesos, ver el fracaso en el capitalismo, sin observar el comportamiento de los dioses que actualmente dirigen dicha estructura, con patrones de gasto obsesivamente consumista y corrupto, que dilapidan recursos en actividades improductivas e innecesarias, como propaganda, engrosamiento de la burocracia, obras públicas útiles para el enriquecimiento de dos o tres gatos y encima con un amplio margen para que una minoría con privilegios obtenga ingresos jugosos sin mover un solo dedo, es solo oportunismo ideológico, no ciencia.

No importa que haya fracasado el sistema de plantación; ni la instauración de la industrialización por sustitución de importaciones (ISI); ni las políticas redistributivas del ingreso;  ni el empobrecimiento y estancamiento que mantiene los monopolios continúe; ni cuántos episodios hiperinflacionarios además de los siete ya ocurridos, para subsanar sus errores; ni las políticas regulatorias, que establecen desde el Banco Mundial que mientras en Europa se precisa emprender para ser rico, en Latinoamérica se precisa ser rico para emprender, imponiendo un promedio de 27 obligaciones tributarias, cuando en promedio son solo 11; ni que treinta años después de los programas sociales y las prebendas, no han disminuido, por el contrario se han profundizado las desigualdades que pregonan resolver, pero mucho menos limitar los privilegios de los jefes que para disfrazar de legitimidad los abusos de poder utilizan la democracia como traje a medida del perfecto demócrata.

No hay Sancho que exclame: — ¡Válgame Dios! ¿No le dije yo a vuestra Merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?

—No, no hay forma, nada más soberbio que un hidalgo sin ingenio, de lo quijotesco te transporta a lo dantesco— dirá que fue el sabio Frestón que le robó el aposento y los libros, y que volvió a los gigantes molinos de viento, por quitarle la gloria de su vencimiento y como siempre en su delirio, poco han de poder las malas artes contra “la bondad” de su espada.