Pocas veces un poeta se interna en las cavernas más negras del lenguaje, y consigue iluminar el mundo desde el fondo, como Clayton Eshleman (1935-2021).

Hijo de un ingeniero y un ama de casa (“¿cuál es la naturaleza de la noche? ¡dejé mi vida en la tumba de mi madre!” escribiría en An anatomy of the Night), descubrió la poesía durante sus clases de escritura creativa en la Universidad de Indiana, donde estudió Filosofía y empezó a leer obra traducida de Lorca, Perse y otros poetas, a cartearse con Louis Zukofksy y Robert Creeley, y a interactuar con poetas más cercanos en edad a él: Paul Blackburn, Robert Kelly, Jerome Rothenberg y David Antin, por ejemplo. Paul Blackburn lo presentó con William Carlos Williams, Allen Ginsberg y Denise Levertov.

El joven Clayton iba camino muy temprano a convertirse en uno de los poetas más descollantes de la tradición norteamericana reciente.

He aquí que, con apenas treinta y dos años, funda y dirige la histórica revista Caterpillar (1967-1973), que se extendió por veinte números. Previamente editó Folio (en sus años de universidad) y concibió en Lima Quena, publicación periódica abortada en su primer número por razones de orden político. Entretanto, anduvo viajando por España, México, Perú, Japón, París, y al visitar las cavernas de Lascaux se despierta su interés por el mundo paleolítico, que se convertiría en el eje de su estética. Poco antes de partir a Francia en 1973, había escrito en su libro Coils, como premonición: Yorunomado cerró la mano izquierda de mi libro. / Desde ahora, dijo, / tu obra se interna en la tierra. Y, en efecto, esa mano izquierda de su libro resultaría ser la fase inicial de su vida literaria, y a partir de ahí el internamiento en tierra lo condujo al descubrimiento del inframundo del Periodo Glacial, según sus propias palabras en la Introducción a Juniper Fuse: Paleolithic Imagination & the Construccion of the Underworld, un texto en 400 páginas construido durante veinticuatro largos años.

A su regreso en 1981 emprendió el proyecto de la segunda gran revista que fundó y dirigió: Sulfur (subtitulada A Literary Tri-Quarterly of the Whole Art), cuya vida se extendió por casi dos décadas y cuarenta y seis números, con su compañera Caryl de editora gerente. En sus páginas, al igual que en tomos de ensayo y varios poemarios –como sus libros Hades in Manganese (1981), Fracture (1983) y Under World arrest (1994)– se desarrolla parcialmente esa “recuperación de la profundidad, de lo insondable” que significó para él el Paleolítico superior, en tanto que Hotel Cro-magnon (1989) y From Scratch (1998) lo hacen de manera muy particular. El culmen de esta búsqueda, Juniper Fuse (2003), como Eshleman afirma es “una anatomía compuesta de poesía, prosa poética, ensayos, conferencias, notas, sueños y reproducciones visuales”, una “composición cambiante a la manera de un móvil de Calder: la poesía transformándose en prosa y la prosa transformándose en poesía”.

Parece decidido a erigirse en el poeta autoexiliado de la República pues, a diferencia de la singular alegoría de Platón, es justamente en las sombras, internándose en las “vísceras cavernosas”, donde descubre la inteligibilidad del mundo. Tras un remonte a las metáforas del Cro-Magnon, Eshleman considera que los trazos del hombre y la mujer primitivos fijaron la conciencia del ser, al percibir al animal como un otro, y que la mente del Paleolítico reside en el reino de la imagen: se trata de poesía en estado puro. El inframundo de las culturas cavernícolas correspondería al subconsciente del hombre moderno. Conducir todo este fardo por los rieles literarios sólo podría realizarse cuestionando la poesía desde el poema mismo. Y ese ha sido su designio. Definitivamente, y en general, la escritura de Eshleman “no coopera con el gusto, ni los juicios, ni los estándares estéticos” cómodos a los lectores, como se dijo en su momento en el New York Times Book Review. Y no es extraño: hacer concesiones no es precisamente un atributo suyo, contradictor constante, asiduo a las negaciones, constructor por desmontaje. Su furor no tuvo límites: editor incansable, investigador acucioso, pensador. Y su faceta de traductor es simplemente impresionante: desde Residencia en la Tierra de Neruda hasta toda la poesía de César Vallejo; desde Aimé Césaire a Vladimir Holan a Antonin Artaud, pasando por Bei Dao y hasta José Antonio Mazzotti, con un arco pleno de nombres y poéticas dispares. Estuvo además envuelto en los alucinógenos tanto como en los movimientos antibelicistas, y fue un viajero incansable. Un coctel bastante espeso de fecundo contenido.

Una de sus principales transgresiones, analiza Eliot Weinberger en la introducción a la antología The Name Encanyoned River: ver la vida de la mente como una serie de imaginativas confrontaciones con el “otro” –otros humanos, otras especies, el otro histórico, el otro geográfico, el otro personal. Ese otro histórico (una constante en la poesía norteamericana del siglo: para Pound la China Antigua, para H.D. la Grecia Clásica, la Mesopotamia para Olson, el Neolítico para Snyder) es para Eshleman, fundamentalmente y como hemos consignado, el Paleolítico superior, y con su tratamiento ha levantado un mito: que éste representa la crisis del hombre separándose del animal, el nacimiento (al tiempo que caída) original. A este modelo habría que añadir las influencias recogidas de sus versiones de Vallejo y de Artaud (cuyos influjos Eshleman aplica en lo que llama lower body, cuerpo bajo: semen, babas, excremento, flujo menstrual…); la exploración del eterno femenino en What She Means (1978) y los múltiples datos autobiográficos que deja colar de línea en línea. Como se ve, una poesía plural y desbordante, tardíamente traducida al castellano.

Por su insistencia en la Edad de Piedra, el mundo tribal y las culturas milenarias se le asocia con Charles Olson y con la etnopoesía. Por su escritura innovadora se le vincula con los poetas y teóricos de L=A=N=G=U=A=G=E (Marjorie Perloff, Bruce Andrews, Charles Bernstein, que escribe: “no hay documento alguno de la civilización / que no sea al mismo tiempo un / documento de la barbarie”), quienes además colaboraron profusamente en Sulfur magazine, la que constituía un islote editorial para escrituras alternativas y experimentales. En una flecha temporal más meteórica, la llamada ecopoesía también le debe parte de su rápido caudal, cuya desembocadura viene a ser la fascinante obra del geólogo y poeta Forrest Gander, colaborador relevante de la revista Ecopoetics –editada por Jonathan Skinner–, y que publicó en 2012 junto a John Kinsella Redstart, an Ecological Poetics, y luego obtuvo Premio Pulitzer de Poesía 2019 con Be With, libro que cuenta con dos versiones en nuestro idioma: Estar con (Mangos de Hacha, México, 2019, traducción de Ricardo Cázares) y Está con (Libros de la Resistencia, Madrid, 2019, traducción de Antonio Alarcón). En 1980 Gary Snyder escribió a Eshleman: “conocer más sobre la imaginación del Paleolítico es conocer la Paleo Ecología de nuestras propias mentes”. Se hace visible el trazado de una línea continua –que viene desde Olson–, entre la etnopoética (creada por Rothenberg con abundante eco) y la Ecopoesía de Jack Collom, Juliana Spahr, Forrest Gander y otros más.

Por último, el vínculo de Eshleman con la poesía escrita en español se ha producido en forma de un intercambio enriquecedor, primordialmente con México y Perú, donde incluso publicó un opúsculo: The Chavín Illumination (Lima, La Rama Florida, 1965). En México se editaron en 2013 Sealoque / Everwhat (Mantis Editores/Instituto Queretano de la Cultura y las Artes, traducción de José Manuel Velázquez) y Mecha de enebros (Aldus, traducción completa de Juniper Fuse hecha por Hugo García Manríquez). Vale recordar que la primera edición de Everwhat ocurrió en Islas Canarias (Zasterle Press, 2003).

Clayton Eshleman y los poetas peruanos Roger Santiváñez y José Antonio Mazzotti.

A mi modo de ver, ha sido una difusión bibliográfica al ralentí. Yo mismo empecé a traducirlo y publicarlo a partir de 1997 (revista POESÍA N° 113-114, Universidad de Carabobo, Venezuela), luego del impacto que me produjo la lectura de sus textos en Una antología de la poesía norteamericana desde 1950, de Eliot Weinberger (Turner para España y Ediciones del Equilibrista para México, 1992, edición en español de María Baranda). La llama comunicativa entre nosotros se mantuvo viva todo el tiempo, gracias al intercambio de cartas, postales, libros y revistas, y pasó con la Internet a los correos electrónicos. Así, le propuse traducir su brevísimo The Aranea Constellation cuando me lo envió, pero ya García Manríquez estaba en proceso de hacerlo, y se incluyó en la mencionada edición como Colocaciones II: “la Constelación Araña”. A cambio, Eshleman me pidió preparar una antología suya que contuviera los poemas que yo eligiera y algunos seleccionados por él. Como anécdota supletoria, recuerdo haberme interesado en su poema “Monumental”, en memoria del pintor Leon Golub, y enseguida me advirtió que ya Mario Domínguez Parra lo había traducido. A sus setenta y cinco, finalmente se expandía su poesía en español. Nuestra muestra antológica saldría, por sugerencia suya, bajo el título de “Una anatomía de la noche”, en honor a su antepenúltimo poemario, An Anatomy of the Night (2011). No pudo ser: quise buscar, antes de llevarla a término, y como estímulo al proceso, una editorial dispuesta a erogar (primero lo primero) el pequeño monto por los derechos de autor a Eshleman. Una década después, no ha aparecido quien la edite.

Y ahora Eshleman ha muerto. Ha viajado –iluminando su camino con una rama de enebro– de regreso a las cavernas del origen. Nacido en Indianápolis (Indiana) un primero de junio, falleció hace un mes, durante la madrugada del 29 al 30 de enero, en Ypsilanti (Michigan). Y esta es la necrológica de un lector que, simplemente, lo admiraba. Por nombres como el suyo se titula esta columna “El canon accidental”: por esas obras que –ajenas al afán de fijar las jerarquías y el sentido genealógico de las “autoridades”–, un día tú descubres por azar, y decides construir con ellas un canon propio.