En su edición del 27 de diciembre pasado Diario Libre reseñó la actividad desplegada en días navideños por nuestro ministro de la Presidencia. La reseña sugiere que, como su acostumbrado bajo perfil contrastaba con la inusual exposición a los medios generada por esas actividades, el presidente Medina podría apoyar su candidatura presidencial para los comicios del 2020. Tan sorpresivo planteamiento amerita, por su plausibilidad, una ponderación imparcial. En un escenario político ambiguo y difuso como el actual, algunas de las lecciones a derivar podrían ser lúgubres.
En el anillo palaciego de Medina no hay otro funcionario que pueda disputar a Montalvo una mayor cercanía al mandatario. Se conoce que la misma comenzó años antes de que fuera nombrado ministro, permitiéndole eventualmente la coordinación de un ramillete de “Metas Presidenciales” que articulaban el programa de gobierno “danilista” a desarrollar en cada dependencia del Estado. Esa efectiva colaboración le granjeó la confianza necesaria para su designación como presidente de la Comisión de Transición en el 2012, una función clave para vislumbrar los puentes entre los sueños de las Metas y las realidades del desarrollo nacional.
En sus funciones de primer ministro, Montalvo se ha caracterizado por ser un fiel colaborador que agota intensas jornadas de trabajo y maneja asuntos sensibles. Según la reseña de Diario Libre, se le tiene como “pragmático” y algunos de los calificativos que se le han dado –como radical, inflexible, honesto y ortodoxo—le han valido el aprecio de muchos ciudadanos. Aunque sin gran carisma, la reputación de Montalvo de ser un funcionario honesto le bastaría para merecer el apoyo presidencial a su eventual candidatura. Y como no ha protagonizado escándalos, ha fungido de conciliador y suya es la paternidad del útil servicio 911, ha acumulado galones para calificar como un idóneo precandidato presidencial.
Son varios los factores que determinan la plausibilidad de la candidatura. El primero sería la improbable repostulación de Medina. Aunque el mandatario disponga de los recursos para imponer otra modificación constitucional, las circunstancias no la hacen aconsejable. El rechazo publico contra tal posibilidad es sin precedentes. No solo los principales gremios empresariales y destacados personajes de las iglesias católica y evangélica se han pronunciado en contra. También la última Gallup reveló que un 71% de los encuestados la rechaza. Imponiéndola Medina correría el riesgo de que le pase lo que le pasó a Hipólito Mejia cuando se repostuló en el 2004.
El segundo factor determinante sería un cambio de estrategia política del mandatario para limpiar su imagen histórica. Frente a la indignación ciudadana que desató el escándalo de los sobornos de Odebrecht y el descarado enriquecimiento ilícito de muchos altos funcionarios peledeistas, con la candidatura de Montalvo se estaría respondiendo al clamor de la ciudadanía por un freno a la corrupción y la impunidad. El apoyo a quien muchos tienen como un referente de idoneidad en la gestión pública seria también una manera de Medina regenerar a su partido, devolviéndole su mística boschista al bloquear a los pordioseros morales que lo han pervertido.
El tercer factor es que la rebatiña interna actual del PLD no resultara en su división. Con un triunfo de la oposición en el 2020, el espectro de las persecuciones judiciales se cierne como una temible amenaza sobre importantes dirigentes peledeistas y el temor correspondiente sellará su unidad en torno a un candidato. El partido deberá evitar ese triunfo a toda costa. Como Medina domina ampliamente tanto el Comité Central como el Comité Político es lógico pensar que quien él apoye sería el candidato presidencial del partido. Los partidarios del expresidente Fernandez tendrían que, para protegerse, conformarse con elegir alguien para la vicepresidencia nuevamente.
Con Montalvo como su candidato y una unidad real, el PLD tendría grandes posibilidades de retener el poder en los comicios del 2020. No seria tanto porque pudiera encandilar esperanzas en los votantes ni porque su programa de gobierno garantice las simpatías mayoritarias del electorado. Seria mas bien por la dotación de recursos de que dispondría para la contienda electoral, tanto los que le suministraría estar en el gobierno como aquellos recursos líquidos que pudiera obtener de los políticos y empresarios enriquecidos durante la gestión presidencial de Medina.
En este contexto, la oposición tendría que obrar milagros para vencer al PLD. Las necesarias simpatías electorales solo las conseguiría si escoge un carismático y dinámico candidato aglutinador, vende una utopía cautivante y logra el financiamiento privado que usualmente rehúye comprometerse con candidatos no convincentes. Ninguno de los tres partidos grandes de la oposición –PRM, PRSC y PRD— ofrece el candidato necesario ni están actualmente posicionados para separadamente poder ofrecer esos caramelos electorales. Y las posibilidades de que puedan aliarse para, conjuntamente, competir contra el PLD no se vislumbran por ahora.
También improbable sería un rol determinante de los partidos pequeños y/o de los movimientos de la sociedad civil todavía no comprometidos. En la actualidad prevalece la atomización entre unos y otros y las señales son de que repetirán su actuación de la pasada contienda. Los partidos pequeños no parecen estar dispuestos a sacrificar las candidaturas presidenciales de sus figuras principales y los movimientos de la sociedad civil se debaten entre pretender sustituir a los partidos con candidatos propios y alinear a sus simpatizantes con algún candidato especifico de los grandes partidos. Revertir esa tendencia egocentrista requeriría desprendimientos muy difíciles de lograr.
Entonces las perspectivas electorales para el 2020 desconsuelan. No se otea una posibilidad de que resulten en una verdadera profilaxis moral de la sociedad. De poco serviría una triunfante candidatura de Montalvo, un hombre con reputación de probidad y de luces, porque no garantiza que se prive de la libertad a los “corruptos, engreídos y perezosos” que parió su partido. Eso se desprende de su colindancia con las figuras de su partido que han manchado indeleblemente el ideario boschista. Y lo peor del caso es que tampoco aparece aquella figura de la oposición que, teniendo dotes de buen gerente político, una vez en el gobierno pueda también combatir tenaz y eficazmente la impunidad.
Ante el supremo objetivo nacional de lograr en la próxima contienda electoral una alternancia del partido en el poder, ¿sería Montalvo entonces lo menos malo de lo malo que nos espera? Lo ideal es que no gane el PLD y, por tanto, que no gane Montalvo. Pero la oposición será culpable de que pueda ganar porque sus dirigentes no deponen sus ambiciones personales y cierran filas detrás de un candidato unitario, evidenciando así un enanismo político incriminatorio. Eso sugiere que los “orcopolitas” del 2020 no serán los peledeistas sino sus opositores. Son ellos quienes, acogotados por la omnipotencia de la rutina política, harían plausible la opción Montalvo.