Las redes sociales han generado un escenario donde las mentiras se usan como moneda de curso legal para alentar lo peor de la especie humana. El chovinismo, el racismo, la misoginia y las apelaciones mágicas han redimensionado su poder de influencia social gracias a la difusión de falsedades usando el Internet y han tenido impacto en decisiones políticas relevantes como el Brexit y las dos elecciones donde participó Trump. Se falsea la historia, las ciencias naturales, y todo conocimiento que se fundamente en el rigor de la investigación. Charlatanes y demagogos se erigen en dueños de una “verdad” que se agota en sus opiniones, sus filias y fobias, sus pulsiones más escondidas.

Nos hemos acostumbrado a que existe un grupo relativamente numeroso de ignorantes que piden se les respete su teoría terraplanistas.  Nos reímos, pero cada día más estúpidos se suman a semejante brutalidad. Fanáticos religiosos de todas las denominaciones en varios países han impulsado una agenda que saque de la educación la biología (porque conduce a reconocer la evolución), el conocimiento sobre la sexualidad y el sexo (y dejar a los jóvenes a merced de la educación pornográfica en Internet) y la suplantación de la democracia y la diversidad cultural por modelos teocráticos y fascistas. Los países con mayor cantidad de muertos por esta pandemia en términos absolutos han sido provocados por líderes que niegan el virus y la vacunación.

A nivel local el chovinismo siempre anda difundiendo mitos como la matanza de Moca, sobre la religiosidad haitiana y ocultando las raíces masónicas de nuestros símbolos patrios. Si no se ha leído estudios, ni investigado, el origen del cuento de Moca, los más insensatos ponen a transitar al ejecito haitiano del 1805 por la moderna autopista Duarte y matar a más del doble de la población de ese pueblo sin dejar rastros. Otros se les llena la boca negando que hay más católicos en Haití que en República Dominicana, cuando incluso la Iglesia Católica haitiana se desarrolló con mayor vigor y estructura antes de la dominicana, a tal punto que hasta los años 50 del siglo pasado el Nuncio de Puerto Príncipe servía a la iglesia dominicana. Sobre las raíces masónicas de la cruz del resucitado, la biblia abierta escrita en español y con una cita tan específica, y todas las alegorías trinitarias, únicamente es comprensible para quien haya dedicado horas de estudios al tema y no reaccionando por sentido común.

De casi todos estos temas he escrito artículos extensos en Acento.com o aguardan ser publicados posteriormente. Por más adicción que se tenga a leer twitters y contestarlos, nada de eso sustituye la disciplina de horas-nalgas (la versión del Dr. Maceiras es más grosera) leyendo y escribiendo con rigor libros y artículos de revistas arbitrados. Si es grave ser presa de las mentiras difundidas por la extrema derecha local e internacional, llevando a muchos a creer que Trump ganó ambas elecciones o que nos están implantando un chip con las vacunas, entre otras estupideces, peor es mentir a conciencia por prejuicios contra otros seres humanos que únicamente tienen como “culpa” ser diferentes o pensar diferente.

El nacionalismo fascista es una de las ideologías más peligrosas para la vida y bienestar de las mayorías, sobre todo los más pobres y los vulnerables por su edad o género. Es razonable que toda comunidad y todo pueblo establezca señales de identidad que sensatamente le brinde ciertos rasgos de identidad, dentro de la diversidad misma de su composición, pero a su vez esa identidad necesariamente es porosa y constantemente está en proceso de intercambio con otras culturas, dando y recibiendo. Lo dominicano encierra diversidades tan ricas como la cultura cocola en el Este y el liborismo en el Oeste, los cultivos de tabaco en el Cibao y la dieta del maíz en el sur. Y sobre esos rasgos, producto de una historia que necesita ser estudiada, y no neciamente negada, tenemos un contante proceso de influencia de otros pueblos y sociedades en la actualidad que nos brindan perspectivas diversas para nuestro desarrollo.

En un artículo publicado por Agustín Espinosa Pezzía y otros coautores, titulado Identidad nacional y sus relaciones con la ideología y el bienestar en cinco países de América Latina se destaca un párrafo inicial donde se señala que: “Desde las ciencias sociales, el concepto de nacionalismo propone distintas lecturas que van desde un análisis del conjunto de doctrinas ideológicas sobre una nación hasta un análisis de los sentimientos y el reconocimiento de pertenencia que realizan grupos de personas hacia esta, propone que ambas aproximaciones sobre el nacionalismo necesitan ser diferenciadas, pues a pesar de estar conceptualmente interrelacionadas, no siempre van de la mano. Sin embargo, otros autores intentan conciliar estas lecturas al referir que el nacionalismo alude a una identificación de carácter simbólico e ideológico con una nación” Intentar fijar un discurso nacionalista como identidad de una nación, digamos el estadio actual dominicano, o el trujillismo al que apelan casi todos, es un recurso autoritario, propio del fascismo, que niega la diversidad en el seno de una sociedad y genera hostilidad hacia las otras naciones.

La pobre educación pública dominicana no ha contribuido a emancipar a las generaciones presentes con sentido crítico y rigor científico, muchos menos a brindarles a los jóvenes con herramientas adecuadas para su desarrollo laboral. Todo eso es materia pendiente y no contamos todavía con suficientes maestros para esa epopeya. El desprecio por los más pobres, la óptica de líderes que ven el mundo desde una jeepeta y odian visceralmente el mundo del teteo, el microtráfico, las chapeadoras, los pasoleros y los colmadones, que representan más de la mitad de nuestra sociedad, nos conduce a posibles escenarios de violencia entre segmentos sociales hostiles unos a otros. La falta de liderazgos políticos y sociales capaces de recoger las legítimas aspiraciones de la inmensa mayoría de esos jóvenes excluidos y canalizarlas mediante la educación de calidad, el arte, la política y espacios lúdicos para su recreación, incrementa el conflicto. Por eso tantos estamentos sociales medios y altos se aferran a los guardias y policías, a recluir a esas masas en barrios periféricos y promover la corrupción como mecanismo de ascenso social.