Después que los dominicanos vivieran la amarga experiencia de los más escuetos y horrorosos sucesos violentos de los 30 años que enlutó al pueblo la era de Trujillo, la sociedad quedó traumada y muchos correligionarios perdieron la fe en la instituciones públicas.  Han sido demasiadas grandes y enormes las heridas infringidas y las violaciones descaradas perpetradas contra los derechos humanos.  Desde la falta de respeto a la dignidad humana a simples robos de cartera.

Para el 25 de septiembre del año 1963 la democracia dominicana fue cercenada al perder la esperanza de dignidad a través del derrocamiento al entonces presidente constitucional profesor Juan Bosch (del que también fue sacado al exilio).  Y como si los golpes al costado del pueblo dominicano han sido insuficiente, el Triunvirato le metió más años de ansiedad, confusión, ingobernabilidad y una guerra civil con derramamiento de sangre inocente al pueblo dominicano.  Acto seguido, los 12 años de la Banda en los gobiernos del Dr. Joaquín Balaguer, incluyendo, las sustracciones a diferentes candidaturas electivas municipal, congresual y presidencial en las elecciones de los años 1978, 1986, 1990, 1994 y 1996.

De manera, ante está herencia de modelos de quienes han gobernado el país (…), sin lugar a duda, son coautores de la descomposición moral en el tejido social.  Y, por eso y otras razones más, las instituciones públicas están malogradas.  Las autoridades militares, castrenses, religiosas están en intensivo.  La falta a dignidad y de integridad en la mayoría de sus líderes y miembros de dichas instituciones es una palabra grande que debemos repensar.  Entonces, ¿qué hacer, ante tal desaprobación moral, de falta de voluntad y de competencias?

Hace muchos años el país está siendo constreñido a procesos violentos de todas índoles con o sin razón aunque injustificable (a pesar de que la violencia rara vez tiene espacio a la justificación).  Por ejemplo: Hombre mata a “su” pareja sentimental y se suicida; hombre descuartiza a expareja y emprende a la fuga; hombre decapita a mujer y dice se le escapó el tiro; (…).

Este país está volviendo a los tiempos de mi revólver ya q es la ley.  Aquí se pelea por un simple tranque de automóvil. Chofer en su carro le provoca el cierre a otro vehículo imposibilitándole salir del parqueo; y, se pelean. O, una jugada compleja de béisbol que cantó el ampáyer en el play genera una exacerbada discusión entre fanáticos y se disparan entre ellos mismos.  La gente se pelea por cualquier cosa al punto de llegar a la agresión física y violenta. O, peor aún, porque la mujer no quiere seguir con ese hombre este le lanza “ácido del diablo” en la cara y el resto del cuerpo o manda a un sicario a que lo haga en su lugar.  El ladrón sale a robar y se persigna ante su víctima. El violador disfruta la angustia de su presa.  La persona cada día pierde la fe en los demás y se está volviendo indolente, inhumano y salvaje.

El país no puede seguir así.  La gente no puede continuar esta pesadilla de terror metida en la piel social.  Estos episodios que salen a diario por los noticieros es una evidencia más de la descomposición colectiva en la que uno más que otro está padeciendo.  Nadie está exento de lo que está pasando. De alguna manera hemos fallado como padre, madre, hermano, amigo, empleado, empleador, o simple ciudadano.

Por eso tenemos que entrar en un tiempo de reflexión, arrepentimiento y perdón.  El Gobierno, y es mi sugerencia al presidente Luis Abinader, debería decretar el Día del Perdón. En ese día el país -la ciudadanía- encontraría un espacio espiritual de ayuno y oración para ir al santuario y ponerse a cuenta con las deudas familiares, sociales e institucionales. De alguna manera, todos le hemos fallado a alguien. Este problema no se va a resolver con eliminar una institución u otra, ya que el problema no está -solamente- en las instituciones, sino en nosotros mismos.