El día 5 de julio, encontrándose la humanidad arrodillada por la pandemia del COVID-19, el pueblo dominicano acudió a las urnas y, respetando el protocolo sanitario dispuesto por la Junta Central Electoral, derrotó el miedo irracional al contagioso coronavirus, en unas elecciones que constituyen un referente mundial para la democracia, por ser las primeras en las que ha sido elegido un presidente en medio de la pandemia.
Se trató de una jornada de votación ejemplar en la que el mundo, que la observaba gratamente impresionado, pudo disfrutar de lo mejor de la democracia dominicana: el comportamiento del pueblo ante las urnas.
Sin embargo, no era la primera vez que el pueblo dominicano, motivado por su vocación democrática, se enfrentaba a un peligroso desafío electoral con repercusión internacional. En el año 1978, bajo la conducción de José Francisco Peña Gómez, el pueblo caminó, desafiante, hacia las urnas, por calles que eran verdaderos ríos de sangre, venciendo al miedo, para derrotar el autoritarismo y ponerle fin a la Era de los 12 Años de Balaguer. Esa épica lucha motivó el inicio de la Tercera Ola Democratizadora que puso fin a los regímenes autoritarios que gobernaban la inmensa mayoría de los países de Latinoamérica.
Los cambios de los años 1978 y 2020 tienen la particularidad de haber producido la alternancia en el poder, después de dos largos períodos que se caracterizaron por el control hegemónico que tuvieron los partidos Reformista y de la Liberación Dominicana, respectivamente, sobre los poderes del Estado.
Además de la represión, los asesinatos, los apresamientos, las torturas y los exiliados, el cambio del 1978 estuvo motivado por el hartazgo que sintió la ciudadanía como consecuencia de los doce largos años de gobierno de Joaquín Balaguer. Mientras que el cambio del 2020, que estuvo motivado por la corrupción, la impunidad, la inseguridad y la falta de institucionalidad democrática, también fue el producto del hartazgo causado por 16 años de gobiernos del PLD, que es el record para un partido político después del derrocamiento de la dictadura de Trujillo.
Todo lo anterior le da la razón a Winston Churchill, el gran estadista británico, en cuanto a su planteamiento de que “la alternancia en el poder es el abono de la democracia”.
En ese sentido, después de un largo período de gobierno, que posibilita que un partido político, como fue el caso del PLD, controle de manera absoluta los tres poderes clásicos y los extrapoderes del Estado, entre los que se encuentran el Tribunal Constitucional, la Junta Central Electoral, el Tribunal Superior Electoral y la Cámara de Cuentas, se precisa siempre de un proceso de transición para reconducir la democracia.
Resultó contraproducente el depósito de tanto poder en manos del Partido de la Liberación Dominicana, como lo demuestra el hecho de que terminó siendo considerado como el partido político más corrompido de la historia dominicana, luego de sostener que la sociedad se dividía entre corruptos y peledeistas.
Consumado el cambio, ahora se impone una transición en la que el nuevo presidente, Luis Abinader, garantice que la República Dominicana sea gobernada por las leyes, para que en ella impere un verdadero Estado de Derecho.