“la historia mala no es inofensiva: es peligrosa”.  Eric Hobsbawm

En nuestro artículo anterior nos preguntábamos acerca de “muchos porqués, cómos, quienes, qué”.  Dada la imposibilidad de tener respuestas certeras acerca de esas dudas, estamos compelidos a  consultar la historia reciente. Mientras las respuestas aparezcan en campañas propagandísticas acomodadas a intereses electorales no será posible construir sobre hechos ciertos y sobre personas confiables las acciones que conduzcan al cambio que muchos declaran como necesario.

La debilidad de la democracia hay que buscarla en verdades que duelen, como ese dicho que se repite con demasiada frecuencia y hasta con elegante irresponsabilidad: “Para que haya democracia se necesitan demócratas”. Es decir, la ausencia de democracia se explica deportivamente en la ausencia de demócratas, pero se insiste, casi majaderamente en repetir las fórmulas.

Luego de una dictadura sólo es posible avanzar a un sistema político representativo -con separación de poderes, con reglas del juego que signifiquen igualdad para quienes compiten por la representación popular- si existe una “elite democrática”.  Es decir, un grupo social capaz de proponer una forma de relacionarse que tenga las características descritas para la democracia. Si este grupo social no existe, o es desplazado, o hasta es físicamente eliminado, la dictadura sobrevive aunque tenga una nueva fachada. Quienes ejerciendo el poder no han tenido ese comportamiento, es obvio que en el futuro no podrán ser actores de ningún cambio democrático.

El poder usurpado  -eso es una dictadura- sólo es recuperado cuando reina la soberanía popular, cuando los responsables son debidamente juzgados y políticamente expulsados de la conducción de los asuntos del Estado. Mientras eso no ocurra, hablar de democracia es una obligación para los demócratas y debe ser un permanente temor para quienes usurpan.

Es tarea de historiadores poner a cada uno y a cada una en su lugar, establecer quiénes fueron y si se hicieron parte de las raíces del poder usurpado.  La tarea debe partir de una premisa básica: no se conoce experiencia política alguna en que la democracia haya sido el resultado de las acciones de quienes formaron parte de la dictadura y consiste en determinar científicamente (eso es la historia) si los responsables de esa dictadura, que tarde o temprano habrá de ser vencida, fueron sancionados: los que justificaron los crímenes, los que cobraron y los que pactaron con los que justificaron y cobraron.

Chile con una transición pactada, que incluso incluyó la permanencia del tirano como senador designado y como comandante en jefe del ejército, puede ser una interesante referencia. Hoy se buscan los caminos del cambio constitucional que elimine la vergüenza de la Constitución de 1980 impuesta por el régimen de facto, reformas laborales que devuelvan a los trabajadores sus derechos y cambios en la educación que la instalen también como un derecho y no como un servicio o un bien que tiene precio. La democracia sólo es posible construirla sobre esas bases.

Los herederos de los dictadores, los de los discursos justificando los crímenes, deben ser expulsados del escenario, ya sea por la justicia o por el veredicto popular en elecciones libres. Cuando eso no ocurre, reina la política del “tigueraje”.  En el sur esa política ha provocado el escándalo del fraude del financiamiento electoral del que fuera el partido de los seguidores del tirano y que equivocadamente, en mi opinión, ha sido definido como acto de corrupción. El fraude electoral, sea por financiamiento ilegal o por prácticas que han llevado a desconocer la voluntad popular, es un crimen contra la democracia y de los criminales no se puede esperar más y mejor democracia.

Si estamos de acuerdo con Alvin Toffler respecto de que “El cambio es el proceso por el cual el futuro invade nuestras vidas”, debemos cuidarnos de los responsables del presente y de sus ofertas.  Quienes pactaron con un pasado de oprobio y con sus protagonistas no sólo deberán responder ante la historia, muchos también ante la justicia.   Y, en el marco de una democracia representativa que necesita ser mejorada, deberán también ser castigados por el electorado.

Si eso no ocurre, si la verdad no se dice, si los nombres se ignoran aun conociéndolos, entonces el futuro no existe y lo que estaremos es frente a una escabrosa repetición del presente.