En un ambiente político lleno de gente que siempre sabe lo que tienen que hacer los otros, puede ayudar hacer el entretenido ejercicio de ir encontrando las razones por las que el “cambio” tan mencionado y aparentemente tan deseado tiene dificultades para ser realizado.

Empezaría por analizar algunas propuestas de competencia democrática que, de transformarse en permanentes, tornarían el cambio en absolutamente innecesario, por aquello de “más vale diablo conocido que santo por conocer”.  Explico.

La competencia electoral deseable suele ser un buen escenario para que quienes compiten muestren sus biografías y sus méritos para lograr imponerse. Siempre es preferible que se evite un discurso electoral basado en las imperfecciones del contrario, pero hay quienes insisten en hacerlo pues, pobres de biografías y de méritos,  entienden que les resulta  de utilidad.

Llama la atención en el ambiente una modalidad que desconocía y que consiste en un permanente envío de mensajes al candidato que se enfrenta para “convencerlo” de lo inconveniente de su postulación y de paso ofrecerle a cambio de asumir esa convicción, una buena y alta botella para parientes cercanos.

Tal insistencia sugiere que no se cree en la democracia como práctica y, peor aún, de ella se puede deducir la existencia de un drama que requiere ser atendido: quiere correr solo pero parece claro que le tiene miedo a perder y también teme ganar.

Otro ejercicio interesante es el que se ejemplifica en la afirmación “Hay que cambiar el modelo”.

Recuerdo que en la última campaña electoral un candidato con poco pelo, pero sin un pelo de tonto, inició su exposición ante los empresarios más o menos así: “Muchos hablan de un cambio de modelo, yo les pregunto ¿cuál modelo?”

Como se sabe un “modelo” es una representación simplificada de la realidad para facilitar su comprensión. Pero para hacer política las representaciones ideales sirven poco. La unidad que se logra acordando el cambio de “modelo”, solo serviría de algo si, como lo recordó el candidato citado, hubiese  acuerdo en cuál es el modelo que hay que cambiar.

Los más osados intentan la táctica conocida de ladrarle a la luna y declaran que hay que cambiar el “modelo neoliberal”.  No hace falta tener 20/20 de visión para ver que en nuestro caso eso no cuadra. ¿Cabe en un modelo neoliberal el “gasto tributario”? o, por ejemplo, ¿sabe alguien cómo se reparte el mercado interno y externo de ron dominicano, o de cerveza?. Las barreras de entrada ("la ración del boa", incluida) que hacen imposible la competencia y demuestran la existencia de monopolios no tienen nada que ver con el “modelo neoliberal”. Repito: “modelo” y de “neoliberal”, ná.

Y qué tal si nos damos una vuelta por el transporte. Ignoro si en otro país los empresarios estén impedidos de transportar sus propios productos e insumos. Los subsidios al transporte público son la negación del “modelo neoliberal” y los resultados de esta práctica puede usted verlos todos los días.  Para mejorar la seguridad de los pasajeros y la calidad del servicio sería una buena medida subsidiar la demanda en vez de seguir subsidiando la oferta. Esto sería, además, una gran ayuda para la lucha contra la corrupción, mucho más que las veedurías que no ven ‘ná’.  La mala noticia para quienes abogan por un cambio de modelo, es que medidas como esta son en realidad profundamente “neoliberales”.  Es decir, no cambiarían el “modelo”, lo harían funcionar.

Pero siendo justos debo reconocer que en esto de las alternativas al “modelo” leí una, la de un ministro que propone una República Dominicana socialista. Como es la única alternativa que he visto, por lo menos tiene la ventaja de ser una propuesta unificadora, pues no hará falta discutir sobre cuál es el modelo. La cuestión se va a poner entretenida cuando el proponente tenga que explicar la táctica de estar en el gobierno para cumplir sus grandes objetivos estratégicos y luego acordar las características del “modelo socialista”. Afortunadamente no me toca participar en esa discusión, que por lo demás nunca se va a hacer.