Cuenta el Libro Sagrado que Jesucristo tuvo que aparecerse a su incrédulo discípulo Santo Tomás y llevar su mano a la herida lanza en el costado de su cuerpo lacerado para convencerlo de que había resucitado.
A estas alturas, con tantas heridas que presenta la depredada geografía del planeta que habitamos y los cambios climáticos cada vez más ostensibles que se dejan sentir, resulta absurdo que haya quienes todavía se nieguen a aceptar la preocupante realidad del calentamiento global y sus perniciosos efectos. Tanta ceguera es difícil de concebir, salvo por aberrante obstinación o por desmedida voracidad mercurial.
En el caso de la República Dominicana, esos cambios están a la vista y se dejan sentir con creciente evidencia. Los estudios de los expertos climatólogos nos ubican entre los países más vulnerables y que sufrirán más prontas y profundas consecuencias, que tendrán lugar de manera progresiva hasta alcanzar su nivel de máximo riesgo en un estimado de tiempo de apenas unas pocas décadas.
Ahora mismo estamos recibiendo la visita del científico norteamericano James Gary Linn, especialista en el tema. Fue traído al país invitado por la Fundación Quisqueya por las Américas, que dirige el doctor Rafael Ledesma.
El señor Linn visitó áreas agrícolas del Cibao y el Noroeste del país y ofreció entrenamiento en diversos centros de estudios así como a técnicos y empleados de la regional del Ministerio de Medio Ambiente. Sus advertencias y recomendaciones estuvieron dirigidas principalmente a los efectos nocivos que sobre la agricultura nacional ya está provocando el calentamiento global, como la más reciente sequía, la más fuerte y prolongada que haya sufrido el país desde que se lleva el registro de los cambios climáticos, que tan cuantiosas pérdidas ocasionó a los cosecheros y ganaderos.
Mostrando mapas de la República Dominicana en el 2001 y el 2010, el especialista estadounidense hizo notar la gran diferencia que en apenas una década ha tenido lugar en nuestra foresta, contrastando el panorama que ofrecía una vegetación tupida en el primer caso con amplias áreas deforestadas en el segundo.
Para nadie es secreto la importancia que reviste la producción agrícola nacional. Hoy por hoy, nuestros agricultores están supliendo el ochenta por ciento o más de los alimentos del agro que consume la población, aparte de satisfacer los requerimientos de la cada vez más pujante industria turística, por un monto que este año rebasará los 22 mil millones de pesos.
Vegetales, víveres, frutas, azúcar, tabaco, café, cacao, pollos y huevos de producción nacional constituyen importantes renglones de exportación y generación de divisas. Las labores agrícolas son también la principal fuente de ocupación laboral. Y recientemente el propio Presidente Danilo Medina, frente a los graves efectos que la sequía está provocando en la producción agrícola mundial, mostró clara comprensión de su gravedad y enfatizó la necesidad de incrementar la producción del agro para garantizar la Seguridad Alimentaria del pueblo dominicano.
Bastaría esto tan solo para adoptar de urgencia las medidas requeridas para preservar el agro nacional en el mayor grado posible del impacto negativo del cambio climático. Pero en adición, el propio especialista estadounidense como tantas veces lo han hecho calificados técnicos nuestros y la misma Academia Dominicana de Ciencias, alertó sobre los demás riesgos que conlleva para el sistema económico y social del país y la salud y la vida misma de sus habitantes.
Hoy por hoy, la necesidad imperiosa de afrontar los riesgos del calentamiento global a fin de reducir al mínimo posible su impacto, tiene que convertirse en una gran toma de conciencia nacional y figurar entre los temas de mayor prioridad en la agenda del gobierno.
Son advertencias que no pueden echarse en saco roto. En ello nos puede ir la vida misma.