¿Es real el calentamiento global?
¿Son ciertos los peligros que entraña o una exagerada y apocalíptica visión de obcecados ambientalistas?
Cuando meses atrás el Papa Francisco dirigió una alocución llamando a los gobiernos del mundo a adoptar medidas urgentes para enfrentar el reto del cambio climático, los poderosos intereses que resultarían afectados por el desarrollo de energías no contaminantes se soliviantaron. Su reacción no se hizo esperar y el Vicario de Cristo fue objeto de duras críticas por ese sector.
Pero ya a escasos días previos al inicio de la cumbre que se está efectuando en un vigilado bunker de París ante la amenaza de un posible ataque de extremistas islámicos, la Organización Meteorológica Mundial, organismo de las Naciones Unidas, lanzó una urgente alerta advirtiendo de un calentamiento de la tierra sin precedentes. Debido a ello y al fenómeno conocido como “El Niño”, hizo notar que el presente año ha sido el más caluroso desde 1880, cuando se comenzó a llevar el registro de los cambios climáticos.
Si bien cada vez cobra más fuerza a nivel mundial la toma de conciencia y movilización a favor de políticas encaminadas a la preservación del planeta, todavía este es objeto de irresponsable depredación. Casi coincidiendo con la clarinada de la Organización Meteorológica Mundial, se divulgó la información de que la Amazonía, la mayor área verde y el principal pulmón de la tierra, ha perdido casi un 17 por ciento de valioso inventario forestal, desmontado con fines de explotación agrícola y ganadera.
¿En qué punto del camino y qué nivel de riesgo hay para la República Dominicana?
¿Qué se está haciendo al respecto, más tomando en cuenta que somos el octavo país del planeta que presenta condiciones más vulnerables para sufrir los efectos nocivos de los cambios que se pronostican, una situación ya nos había advertido el ex vicepresidente estadounidense Al Gore en su impactante y premiado documental “Una verdad inconveniente”, donde menciona de manera específica a la República Dominicana”?
En París, agotando su turno oratorio, el Presidente Danilo Medina enfatizó que el cambio climático es una amenaza real y dijo que habíamos logrado reducir el impacto ambiental de 3.6 a 2.9 de toneladas de gases por habitante lo que nos convierte en uno de los apenas 23 países que han logrado reducir la contaminación. Es un logro a reconocer que debe servirnos de estímulo para continuar transitando por ese camino, donde todavía es largo y complicado el trecho a recorrer por los fuertes e interesados obstáculos que es preciso vencer.
Si bien el mandatario, con sobrada razón, reclamó que el peso principal de la lucha por la preservación de la calidad del medio ambiente le corresponde a las grandes potencias, que son también las más contaminantes, ello no excusa el que hagamos nuestra parte de esta tarea ingente y cada vez más urgente, habida cuenta de los advertidos riesgos que su deterioro entraña para el país y sus habitantes.
En este contexto, tenemos que defender a todo trance las áreas protegidas; incrementar el patrimonio forestal; preservar el caudal de nuestros ríos y fuentes de agua; estimular e incentivar el desarrollo de las energías renovables; seguir reduciendo la emisión de gases contaminantes. Es una tarea urgente de sobrevivencia, un compromiso que debe ser asumido como prioridad por toda la sociedad.
Por otro lado, siendo dos países compartiendo una unidad geográfica, es un trabajo que necesariamente hay que ejecutar de conjunto con Haití, lo que plantea un problema adicional de convencimiento y cooperación con las autoridades vecinas. Esto así, sobre todo, tomando en cuenta el elevado nivel de deforestación a que ha sido sometido el otro extremo de la isla, cuyo presidente la llegó a estimar en nada menos que un 98 por ciento de su territorio.
Los riesgos que apareja el calentamiento global no son invento de mentes enfebrecidas ni inclinaciones catastróficas. Por desgracia, son ciertos y amenazan la vida del planeta y de cuanto en él habita y se mueve. Un mundo del cual nosotros formamos parte y una condena de cuyo dictado inexorable no podremos escapar si no hacemos lo necesario por salvarlo.