En el velatorio del querido dirigente campesino banilejo Onilio Sánchez, fallecido el 31 de enero de 2012 en Boca Canasta, Baní, un ganadero me recordó que yo escribí un reportaje de su finca hace 25 años para destacar la pujanza de la ganadería en Baní, pero se lamentó de que ya yo no escribo para defender a la agropecuaria.
Según él, "en ese tiempo éramos millonarios, pero ahora estamos quebrados", lo que atribuyó a los altos costos de la energía eléctrica, elevados precios de los combustibles, de los alimentos, del transporte, del financiamiento privado, por las importaciones masivas de alimentos… en fin, un camino directo a la ruina.
Le informé a ese ganadero que sigo escribiendo todas las semanas por algunos periódicos digitales que aceptan publicar las verdades que tienen que ser dichas en este y todos los tiempos: las que no quieren oír los gobernantes y sus socios para hacer del Estado un mercado, de los dominicanos unas marionetas y del territorio nacional un enclave para hacer negocios especulativos a costa del erario.
El grito de los ganaderos más o menos se escucha por todas partes, los productores de habichuela del sur también reclaman asistencia y freno a las importaciones para que la producción pueda sostenerse, los cebolleros son víctimas de la intermediación dirigida a provocar su quiebra, porque hay un oligopolio que inunda el mercado con importaciones, deprime los precios, compra la producción nacional a bajos precios, vuelve a exportar y cuando los productores se quedan sin bulbo, incrementan los precios internos por "escasez" para entonces esquilmar al consumidor.
¿No es eso mismo lo que hacen los especuladores internacionales con compras a futuro de materias primas que tanto molesta al presidente Leonel Fernández?
Pero si el drama de los ganaderos, los habichueleros y cebolleros es conocido, no lo es tanto la realidad de la caficultura.
Tan tarde como ayer jueves 2 de febrero de 2012, el presidente de la Confederación Cafetalera Dominicana, Rufino Herrera, concedió una entrevista al programa televisivo "El Bulevar con Pablo McKinney", cuyos datos provocan espanto: "En la década del ochenta el país exportaba 693,000 quintales de café anuales y ahora está exportando 104,000 quintales", con el agravante de que hoy, aunque se exporta esa pequeña cantidad, hay que importar 120,000 quintales al año, siendo los suplidores Haití y Viet Nam.
Cualquiera puede pensar que el declive de la producción cafetalera es el resultado de los bajos precios en los mercados internacionales, pero no es así. Una libra de café pilado cuesta actualmente más de dos dólares.
El factor determinante de la baja producción de café es el abandono de la asistencia técnica, los caminos carreteros inservibles, la falta del financiamiento y de la renovación de cultivos por parte de los gobiernos, pese a que la caficultura, como explicó Rufino Herrera, es junto a la cacaocultura, la única protección que tienen las cuencas hidrográficas donde viven los campesinos con sus familias.
Dicho así parece una tontería, pero no lo es cuando se sabe que en el norte y el sur del país están todas las represas que abastecen de agua amplias redes de acueductos, centrales hidroeléctricas y canales de regadío. Todas las presas están afectadas por la sedimentación, lo que las inutiliza parcial o totalmente en muy poco tiempo.
Sedimentadas están todas las presas, en mayor o menor grado, como resultado de la erosión que se hace mayor en la medida en que las cuencas sufren los efectos de la agricultura de supervivencia, que no es otra que la tumba y quema en laderas para plantar viandas, leguminosas y cereales, porque ningún campesino va a dejar morir de hambre a sus hijos contemplando la belleza de los pinares o porque escuche un mensaje que lo invite a proteger los bosques. ¿Y sus vidas, acaso no deben preservarse?
Dejar de producir aunque afecte a las cuencas equivaldría a un "suicidio patriótico" que pocos seres racionales admiten, sobre todo, cuando a los funcionarios les sobran recursos para hacer buenos negocios para su propio beneficio, como lo prueba el vertiginoso enriquecimiento que exhiben, en poco tiempo, la mayoría de ellos a la vista indiferente de los otros.
Las presas costaron un dineral, salido de los impuestos de los dominicanos, pues Joaquín Balaguer que ordenó su construcción, no buscó financiamiento externo para ellas, contrario a estos tiempos modernos en que para colocar contenedores de basura en todo el municipio de Santo Domingo Este, su alcalde, Juan de los Santos, dijo esta semana que va a buscar un financiamiento con la absoluta seguridad de que el Congreso Nacional se lo va a aprobar.
El futuro dominicano, dios me libre de ser pesimista, es con toda certeza, el abismo.
Ni siquiera unas represas que fueron construidas hace años, de las que no se debe un centavo, se pueden mantener libres de sedimentación, porque el Estado no se interesa por financiar con centavos el cambio de prácticas productivas que eviten que detrás de alguna limpieza, en el próximo ciclón vuelvan a rellenarse de agregados.
En cualquier país distinto a República Dominicana los campesinos de las cuencas altas de los principales ríos fueran asistidos para que no destruyan la vegetación, pero aquí son dejados al desamparo y ellos, quieran o no, no tienen otra opción que cultivar "frutos de ciclo corto" para supervivir, pese a que plantando café y cacao pueden fomentar el bosque, aminorar la erosión que llena las represas y obtener abundante producción para revertir la tendencia de un país que hace 20 años era exportador neto de café y ahora es importador neto.