Genaro Pérez Matos, 40 años de guardia, menudo, vivaracho, de piel negra, llegó a Pedernales en los años 50, como jefe de puesto del Ejército, y desde entonces fue todo historias que andan de boca en boca en cada tertulia del pueblo. Por Barraco le conocían.

Pintoresco como él, quizá solo su vecino Benino Pérez ¡Coñiiiiíto!, quien –presa de uno de sus “jumos”, le advirtió una vez a su nieto, el súper inquieto Fernelis Dotel, designado gobernador por Jorge Blanco (1982-86): “Mira, eres gobernador, pero nunca te olvides que dormías de culemba con mi hijo Gloris”. Culemba en Pedernales son las bolas o aventones en vehículos, o cualquier apoyo gratuito.

Barraco visitaba cada domingo, al mediodía, el lupanar de La China Cepín, detrás de un plato de sancocho. No mancaba, era como un ritual. Llegaba cantando y bailando. Se sentía en confianza entre las “cueros” porque La China era su nuera, la mujer de Genaro Pérez (Macorís). 

Una vez, las trabajadoras sexuales le sorprendieron con que su nuera no estaba y que ese día no había sancocho para él. A lo que increpó: “Si no me dan mi sancocho, le doy un tiro al caldero”.

De inmediato, entre risas, las mujeres le increparon: –“Barraco, ese revólver no tira”. Y él, sin pensarlo dos veces, repuso: –“Ah, vamo a ve si no tira”. Desenfundó su 38 y… ¡taaaaá!. Le pegó un tiro al centro del envase que contenía su manjar preferido, el sancocho criollo. El caldero se volteó con el impacto y las damas corrieron desesperadas en todas direcciones.

Desde entonces, las mujeres tomaron muy en serio el plato de Barraco. Cero broma en el cabaret de La China.

FOGÓN CENIZO

Con sus hijos pequeños aún, Belarminia Heredia (Mora), su pareja, lo mandó para la calle. “No haces falta aquí”, le dijo de malas maneras.

Al convencerse de que “el horno no estaba para galletitas”, él se marchó “con el rabo entre las piernas”. Pero, días después, sufría  la ausencia y mandó a un amigo a verificar el estado de su familia. Mora, ya calmada, le informó que “hoy ni se ha prendido el fogón”.

El emisario corrió adonde Barraco, quien, sin perder tiempo, se fue al colmado, compró alimentos y se los llevó a Mora. Y le preguntó: ¿Hago falta o no hago falta?

Otro día, él, borracho, estaba sentado en una mecedora, en la galería de su vivienda, en la Genaro Pérez Rocha. Mora, en sus labores habituales en la cocina, descorchó una botella: ¡Tap! Él, con instinto de guardia de la época, se espantó al oír el golpe seco, se tiró de la mecedora y, tambaleándose, llegó a la cocina. 

Y gritó: ¡Pégame el otro, Mora!

Mora ripostó: –“Barraco, vete a sentá pa llá, que fue una botella de vinagre que destapé”.

Con Mora crio nueve de sus hijos: Francia Pérez Heredia (Chichita), María (Lela), Teresita, Fátima, Marión (Marión), Luis Rafael (Lulú), Genaro (Macorís), Ramón Salvador (Chichí Barraco), Manuel (Manolo Barraco), Miladys (Tita), José Miguel (Lilí), Rafael Pérez Terrero (Nandó, como le llamaban en Duvergé a su padre). Guardia al fin – dicen–,  otra prole tuvo él en otros pueblos. 

Barraco, como su amigo Benino Pérez ¡Coñiiiíto!, era un apasionado bebedor de ron. Como vecinos, se la pasaban en un pulso sobre quién viviría más. Él murió a los 82, en 1983. Su amigo, a los 103.