Todavía hoy se escucha el barullo contra el Embajador James Brewster por  la “intromisión”  de atreverse a diagnosticar con bisturí las dolencias de la sociedad dominicana, y sobre todo, por la afrenta de resaltar la necesidad de que los dominicanos emprendamos con ahínco las grandes reformas que ya no pueden esperar más. En lugar de aprovechar al fin la oportunidad y lanzarnos con entusiasmo a propiciar las reformas oportunamente reiteradas  por el Embajador de Estados Unidos (pues no podemos pretender que fue ahora que descubrimos estas verdades), insistimos en castigar al mensajero: unos porque él es un diligente diplomático haciendo su trabajo de cabildeo sin tapujos;  otros, ofendidos porque Wally proclama su homosexualidad con sinceridad en lugar de andar por las tinieblas, como ha sido generalmente costumbre entre nosotros. Los más, por ambas penas a la vez. Mientras tanto, no se ha escuchado ni un solo comentario sensato rebatiendo los acertados señalamientos sobre la urgencia de actuar con voluntad para remediar  males ancestrales de nuestra sociedad;  pero sí hemos sufrido mucho el  estruendo de los que atacan al mensajero de Washington con toda especie de vituperios, sin nosotros poder llamar al 911 para que controle el escándalo de los histéricos, porque para vivir en democracia debemos ser tolerantes aun con los que no lo son con nosotros.

Sin embargo, por más que “algunos políticos” ladren, el afable Caballero del Cabildeo no se quedará sumiso en su casa, y mucho menos abandonará su puesto de avanzada. Todo lo contrario, el Barón Wally seguirá cabalgando para cumplir la encomienda de su gobierno de propiciar los cambios que permitan alcanzar los compromisos que hemos asumido libremente como nación, pero que no siempre cumplimos de buena gana. Así hemos visto que el diplomático no ha detenido su labor de cabildeo ni siquiera para descansar en el sagrado Día de Acción de Gracias, agotando la apresurada agenda que las circunstancias le han impuesto,  e incluso cogiendo impulso al reclutar colegas en apoyo de la causa compartida.

La verdad es que tenemos doble estándar.  A pesar de los buenos peloteros criollos que pululan en las ligas mayores y menores de EEUU y de muchos otros países, siempre importamos  refuerzos para deleite de los fanáticos de la temporada invernal. No rechazamos con soberbianía la participación de los importados en nuestra pelota; al contrario, los recibimos con brazos abiertos como hermanos y celebramos sus hazañas deportivas con fervor.  Ahora también nos prometen (o amenazan, dependiendo del punto de vista) con importar a nuestras universidades profesores extranjeros para ayudar en la formación de formadores. Seguro que al final, si vienen, los recibiremos con nuestra característica sonrisa y los adoptaremos como  nuestros. Y eso que en ambos casos (de los peloteros y de los profesores universitarios), los dominicanos tenemos que pagar de nuestro bolsillo colectivo los salarios de los refuerzos importados.

En cambio,  cuando  los embajadores de EEUU, UE, y Reino Unido (entre otros) y representantes de organismos internacionales vienen a reforzar a los dirigentes nacionales que abogan por reformas urgentes para subsanar dolencias identificadas, diagnosticadas y recetadas por criollos, los dominicanos no tenemos que pagar los  salarios  de los refuerzos importados porque los pagan sus respectivos gobiernos. Ellos abogan con pasión  por urgentes reformas en sus comparecencias públicas y en visitas periódicas a líderes empresariales y funcionarios públicos, animándonos a cumplir con los compromisos contraídos, haciendo coaching muy profesional, sin costo alguno para nosotros. No obstante, hay algunos trasnochados que prefieren permanecer en las tinieblas del pasado y se ofenden por el lobby extranjero en nuestro país, llamando la labor  de cabildeo de los diplomáticos extranjeros aquí, “intervención en nuestros asuntos domésticos”, pero aplaudiendo nuestra contratación de cabilderos extranjeros para reforzar a nuestros embajadores en su comprometida labor de cabildeo  en Washington, Londres y Bruselas. ¿Es esto medir con la misma vara de la reciprocidad?

Los “mesmos” que rechazan el cabildeo de los diplomáticos extranjeros en nuestro país porque “violan nuestra soberanía”, lamentan que nuestros embajadores actuales no tengan las agallas de los que empleaba Trujillo en nuestra  política exterior de antaño. La diplomacia no es solo disfrutar de recepciones y cenas protocolares;  en gran medida su esencia consiste precisamente en abogar agresivamente a favor de la nación representada en todos los espacios permitidos. Trujillo además se auxiliaba de cabilderos bien pagados en Washington (como hoy lo está haciendo también el gobierno actual), para promover “los intereses nacionales”, que como todos sabemos eran más bien los propios del tirano. Según Eduardo Latorre,  Trujillo “…también sobornaba a hombres públicos norteamericanos en su esfuerzo por influir en las políticas norteamericanas”, estableciendo una lista de precios de acuerdo a la jerarquía de los legisladores estadounidenses.*

Las labores de cabildeo de los diplomáticos son perfectamente normales en todas las democracias (de seguro que no en Corea del Norte), e incluso la contratación de “lobistas” no diplomáticos es usual en muchas naciones, aunque en algunos casos se requiere el registro de los cabilderos que no son diplomáticos acreditados.  Ese es el caso de Estados Unidos que tiene la ley FARA (Foreign Agents Registration Act) de 1938, “que es un estatuto de divulgación que requiere que personas que actúan como agentes al servicio de gobiernos extranjeros, deban dar información pública periódica de su relación con su contratante extranjero, así como de las actividades, los ingresos y los gastos en apoyo de esas actividades”. La ley FARA busca precisamente garantizar el ejercicio del cabildeo a favor de intereses extranjeros,  al tiempo evitando que gobiernos inescrupulosos excedan los límites del cabildeo legal, e incursionen como Trujillo, en el soborno de legisladores y funcionarios utilizando a “lobistas” no diplomáticos.**

Lo que queda muy claro es que el intrépido Caballero del Cabildeo no necesita de escuderos para realizar la labor que el Presidente Obama le ha encomendado en Santo Domingo, ahorrando a Estados Unidos los cientos de miles o quizás millones de dólares que nuestro pobre país gasta en cabildeo  en Washington y otras capitales. El Embajador Brewster ha demostrado su disposición a reclutar otros caballeros voluntarios y a trabajar las horas extras necesarias para- mediante la abogacía y la persuasión- promover la agenda de su gobierno en nuestro país. Igualmente queda claro también que la diplomacia es cabildeo.

Intromisión es casi siempre lo que sigue cuando el cabildeo de la diplomacia falla, o por lo menos, así ha sido históricamente. Cuando la persuasión y el diálogo fallan, el que se cree más poderoso suele recurrir a la fuerza, con o sin razón. La intromisión tiene dos caras: una cuando adversa los intereses del pueblo soberano, y otra cuando coincide con el bien. El atentado de Trujillo en 1960 contra Rómulo Betancourt es la cara fea (curiosamente nunca nos referimos al hecho como “atentado dominicano”). Para retratar la otra cara, recurrimos de nuevo a la  maestría del Dr. Eduardo Latorre, al exponer el caso de la intromisión estadounidense en 1961, colaborando con el ajusticiamiento del dictador:

Él había vivido demasiado, y simbolizaba un anacronismo en tiempos de cambio. Trujillo tendría que irse, fuera por persuasión o por la fuerza. Lo primero garantizaría una transición ordenada, y los Estados Unidos sugirieron su retiro en tres ocasiones diferentes, pero como el Benefactor no hizo caso del consejo, … 

Tres strikes (intentos de persuasión fallidos), y fuera.

Mientras el Caballero del Cabildeo y sus demás colegas se dediquen a discursear y visitar dirigentes y funcionarios para persuadirnos de cumplir con nuestros compromisos,  ¡bienvenidos sean! Más aún, si queremos eliminar el motivo de sus frecuentes comentarios y visitas porque ofenden nuestra hipersensibilidad patriótica, apresuremos el paso en la implementación de las urgentes reformas necesarias para hacer nuestra sociedad más abierta, justa, transparente, eficiente, solidaria, …

*“Trujillo no solo mantenía cabilderos pagados en Washington, sino  que también sobornaba a hombres públicos norteamericanos en su esfuerzo por influir en las políticas norteamericanas.”  Eduardo Latorre en Política dominicana contemporánea (Santo Domingo, 1979)

“Trujillo tenía una lista de precios para los hombres públicos de los Estado Unidos. Un diputado cualquiera, costaba como $5,000. Un Presidente de Comité de la Cámara de Diputados costaba tres veces eso, dependiendo del Comité. Los senadores eran más costosos, y un Presidente de Comité clave costaría de $50,000 a $75,000.”  (según el General Arturo Espaillat- “Navajita” citado por Eduardo Latorre)

**Ver  FARA (Foreign Agents Registration Act of 1938, as amended, http://www.fara.gov/)