A Frank Vives,

Al Gordo Oviedo.

 

Siempre me ha apasionado el tema.

Tal vez es porque pienso que la vida es eso: una travesía por el boulevard of broken dreams. Naturalmente, siempre dependerá de cómo decidamos vivirlos: si rotos o en perfectas condiciones. Y aquí radica toda la diferencia. Una aspirante con sueños de llegar a Hollywood se lanzará con todos sus bríos a conquistarlo. Al quincuagésimo fracaso, levantará los hombros con un indiferente: «¡Buff, haré otra!». Otra en cambio, en el primer intento con resultados negativos, se pegará un tiro.

¿Por qué nos obsesionan ciertas cosas, ciertos logros?

Por seguir los convencionalismos. Simplemente.

Tenemos que ser exitosos en todo lo que emprendamos y, sobre todo, hacer como hacen los demás: casarse con el hijo o la hija de Fulano, tener hijos como hace todo el mundo, poseer un apartamento en el mejor sector de la ciudad, y una casa en el campo. Poco importa si nos toca dejar la piel en el intento.

Y es que hace falta mucho carácter, mucha personalidad y tener, sobre todo, buenas garras para ser uno mismo, para vivir al margen de las normas establecidas.

Carolina de Monaco lo tiene todo  ̶ o por lo menos eso piensan los que la ven desde lejos

̶ pero ella quería un HRH y, especialmente, el apellido Hannover que pesa más que el de los Grimaldi. Terminó pillándole el marido a su mejor amiga. Su madre vendió el alma para convertirse en princesa de Mónaco. El príncipe Rainier pidió nada más y nada menos que la dote de más de dos millones de dólares  ̶ que en ese entonces representaba una cuantiosa suma de dinero ̶  a la familia de Grace Kelly para los fines. Con tales condiciones, me hubiese preguntado a mí el soberano  ̶ aunque  estaba muy lejos de haber podido competir con Grace ̶  y le habría respondido que podía quedarse con su título y todas las pompas que con él iban.

Todo fue perfectamente calculado para proyectar a Mónaco a la cumbre mundial. Y el plan funcionó a la perfección. Con Grace a la cabeza, todo el Jet Set mundial se hizo fiel a aquel otrora pequeño y olvidado principado perdido en una roca frente al Mediterráneo. Empero, ella ignoraba que con tal unión estaba sellando su propia desgracia: aparte de su fin como estrella vedette de Hollywood, era en realidad  el fin de todo, lo que firmaba.  Estaba muy lejos de imaginarse lo que le esperaba: un déspota y neurótico monarca con una ambición sin límites que le recordaría cada vez que la ocasión se presentaba, sus orígenes de vulgar americana  que solo gracias a él había podido convertirse en princesa. Resultado: matrimonio más desastroso que ese han existido pocos en la historia de las monarquías europeas.

El único refugio para una de las musas más preciadas de Hitchcock fue el alcohol. El final es conocido por todos.

El título de princesa conllevaba un alto precio: la vida misma.

De manera que, cuando en el boulevard de los sueños nos encontramos con esos espíritus libres que parecen no acomodarse con las reglas y preceptos que acomodan a otros  ̶ no abundan, pero los hay ̶  debemos detenernos y hacerles la reverencia. Son aquellos que se rigen por sus propias normas: sin credos, sin ataduras, sin dogmas.

Van por la vida haciendo exactamente eso: lo que les da la gana.

Rosa María Andújar P.

Santo Domingo, septiembre 7, 2020