En mi adolescencia el barrio era mi mundo, el espacio urbano donde construí mis relaciones sociales más significativas: las charlas con los amigos, las interminables conversaciones en las esquinas, las actividades de ocio, baile, diversión, los encuentros con las chicas en las fiestas caseras y, las fuertes amistades con los amigos.
Paradójicamente, en la década del setenta, en pleno apogeo del autoritarismo político de los doces años de Joaquín Balaguer, el barrio se convirtió en un espacio caracterizado por la existencia de clubes culturales, de frecuentes tertulias literarias, históricas, políticas y, filosóficas donde, como generación, desarrollamos nuestras experiencias y, construimos nuestras subjetividades e imaginarios de compromisos políticos y de solidaridad con la sociedad.
Pero hay que reconocer que, en la era neoliberal todo esto ha desaparecido, el barrio que conocimos se desvaneció en el aire. Pasó de ser un espacio de construcción de solidaridades afectivas en la vida cotidiana, a convertirse en un territorio violento; de delincuencia e inseguridad social. De las experiencias políticas y, el interés por el bien público público en los clubes culturales, pasamos al predominio del interés privado, al auge de los negocios de bebidas alcohólicas; los drinks, colmadones y, el imperio de las drogas y del microtráfico.
En ese sentido, participación ciudadana dio a conocer los resultados de una encuesta sobre la percepción de los ciudadanos sobre las causas de la violencia y, delincuencia en las provincias y los barrios populares, realizada entre noviembre de 2020 a marzo del 2021 (https://pciudadana.org/publicaciones/).
Los hallazgos del informen señalan que, el aumento de la violencia y delincuencia en los barrios populares son multicausales y están asociados al: consumo de drogas y alcohol (10%), la desinstitucionalización familiar (10%), falta de empleos en los jóvenes (10%), baja inversión en los barrios (8%), ausencia de vigilancia policial (8%), influencia de las redes y los medios de comunicación (8%), deserción escolar (7%) y, prostitución y pandillas juveniles con un 6% (https://pciudadana.org/publicaciones/).
Según los encuestados, los tipos de violencia más frecuentes son: robos y atracos (81%), drogas (68%), conflictos intrafamiliar (59%), riñas y peleas (46%) y, homicidios con un 23%.
Hay que reconocer, como subrayan los autores, que la tarea de realizar un diagnóstico integral acerca de la violencia y delincuencia en un barrio o provincia, presenta ciertas complejidades, al menos, se debe contemplar la delimitación del territorio a evaluar y, un análisis que integre otras variables externas, aparte de la violencia y la delincuencia, por su carácter relacional y multicausal.
En principio, hay que admitir que la violencia y delincuencia se ha agravado con la contingencia de la pandemia, pero que, en diferentes magnitudes, siempre ha estado presente en las provincias y los barrios populares, pues, el aumento de la violencia y la delincuencia están relacionados con décadas de falta de inversión del Estado en educación, empleos, bienestar social y, las enormes desigualdades sociales que predominan en la sociedad dominicana.
Desde la década del noventa, el Estado neoliberal, renunció a la violencia y persecución política, pero abandonó la población a su propia suerte. Se produjo un deterioro de la educación, de los empleos, de la pobreza, la desigualdad social, aumentó la migración del campo a la ciudad y, la aparición de nuevos barrios populares sin los servicios básicos de calles asfaltadas, agua potable, energía eléctrica, produciendo un incrementó de la exclusión social.
Los barrios populares se convirtieron en los territorios donde se expresan los mayores niveles de injusticia y exclusión social, donde se ha establecido el poder de los mercaderes de las drogas y el alcohol. De manera, que en la actualidad, estamos experimentando las consecuencias sociales de décadas de crecimiento macroeconómico sin bienestar social de la población de los sectores populares.
Se trata de la revancha de los ni, ni, de ese segmento de jóvenes que sufrió las secuelas del proceso de privatización neoliberal, del crecimiento macroeconómico sin desarrollo social. Jóvenes sin empleos, sin educación, agravados por los vicios de consumo de drogas, alcohol, la desinstitucionalización familiar y, la complicidad en el delito de la policial y el sistema judicial.
De manera que la solución de la violencia y delincuencia en los barrios populares y la sociedad en general, no se puede reducir a una política de represión social, de reformas policial, de desarme de armas de la población, sino que amerita una mirada más integral, donde el Estado, los empresarios y las organizaciones de los barrios populares, se sientan, piensen y discutan no sólo el tema de la seguridad y la violencia, sino también el tipo de barrio y sociedad que se quiere construir.