Circuló por WhatsApp, durante toda esta semana, un audio de Danilo Medina en el que reunido con su personal de apoyo para insuflarle ánimo ante la derrota, discurseó, desde su vertical y amenazante talante de jefe, sobre el proceso electoral y sus resultados, en un desbocado mar de contradicciones con el que pretendió culpar a todos los presentes de los errores que, producto de sus timos, obsesiones y desvaríos, acompañaron las acciones que comenzó a acometer desde su llegada al gobierno en 2012, sin calcular la siembra de vientos que desató el vendaval que despedaza a su empresa con desprendimientos que sacuden sus cimientos y desguañangan su fachada.
Atribuyéndose, sin sonrojo alguno, logros de gestiones anteriores y propias, que en la mayoría de los casos fueron el producto de la inercia que avanzó sobre el empuje que dieron pasadas administraciones a las fuerzas productivas que fueron creando un modelo de desarrollo que ya acusaba un evidente cansancio, el jefe político del PLD intentó, de entrada, preparar una celada discursiva para legitimarse como el “gran timonel” víctima de peledeístas pedigüeños, que no eran capaces de integrarse a la campaña electoral “si no aparecía la logística”; esto es, dinero que, según denuncias, rodó por las calles, desde las arcas del Estado.
En su arremetida contra los peledeístas de la dirigencia media y de base, e incluso del Comité Central, “reveló” que éstos le abordaban con la sola finalidad de pedir empleos para sus familiares y no para sus compañeros de partido; una afirmación que irritó al peledeísmo e indignó a la sociedad, sabedora de que en violación a las leyes y la Constitución de la República nombró en la administración pública a una gran cantidad de sus familiares, convirtiendo su gestión de gobierno en “nepótica” y un club de amigos que ocuparon espacios de principalía mientras el grueso de los miembros del partido que se desvencija, era ignorado o relegado a puestos de tercera y quinta categoría, cuando era tomado en cuenta, porque como he afirmado, desde que perdió las internas de su partido en las primarias de 2007, decidió vengarse de los militantes de la organización y apostar al sector externo, a los corchos, y toda suerte de olfateadores oportunistas que huelen la ruta del poder político.
Inhabilitado para ocupar la Presidencia de la República recurrió a un cuento para párvulos: “la desconexión del partido con la sociedad”, en razón de que todos los dirigentes estaban dedicados al gobierno. De ese pretendido dato sacó la genial idea de que el congreso en curso debe definir que los que ocupen la presidencia y la secretaría general de la formación política, no puedan armar proyectos presidenciales, “porque ello afectaría al resto de los aspirantes”. Piensa que nadie hizo la lectura apropiada: convertirse en presidente del PLD, para lo cual debe ir creando las condiciones.
Su afán de liberarse de culpa, lo condujo a afirmar que las elecciones también las perdieron debido al agotamiento natural de gobernar por cinco períodos, como queriendo borrar que antes del timo a los peledeístas que convocó para pedirles que aspiraran a la Presidencia de la República y el fraude con que se le robó la candidatura a Leonel Fernández, el PLD marcaba una preferencia en el electorado de un 57 por ciento, suficiente para ganar las elecciones en primera vuelta.