Fue al cumplir los 36 años de edad, el 11 de enero de 1875, estando en la ciudad de New York, que el Gran Maestro Eugenio María de Hostos sintió aquel impacto estremecedor al contemplar su primera cana en su cabeza. Dice él, en su diario del día siguiente:
«La primera cana. Con la precipitación del miedo, apenas la he visto, la he arrancado. Fruto tardío de un dolor temprano, esa cana no representaba la edad de mis pesares. Ya no habría un cabello juvenil en mi cabeza o en mi barba si cada pesadumbre se hubiera convertido en una cana. Y, sin embargo, y a pesar de ser mi alma mucho más vieja que mi cuerpo, no veo sin espanto el envejecimiento corporal, y hasta con satisfacción orgullosa de mí mismo estoy viendo desde los quince años el precoz envejecer del alma. Se explica. Desde que me asigné un objeto de vida sentía la gravedad de la vida y de su objeto, conocí la necesidad de adecuar a uno y otra las fuerzas intelectuales y morales, me consagré a desarrollarlas, y, cuando contando ya con ellas, me lancé al torbellino de la realidad, ya era espíritu viejo en mí mismo».*
Luego de algunas emotivas confesiones a su diario sobre el discurrir de su vida, el prócer puertorriqueño reflexiona así:
«Si el cabello ha empezado a encanecer, obra es del tiempo que no pasa sin dejar su huella. Pero ¿de quién, sino obra mía, es la muy triste que hoy palpo, envejecido el cuerpo cuando ya no tiene el espíritu ni posibilidad ni esperanza de reconstruir la juventud que eliminó?»
Nos conmovió esta confesión personal del Padre de la educación moderna dominicana: «…he podido sonreírme con plácido desdén, adolescente todavía, del espanto que a viejos encanecidos en la lucha de la vida les producía mi experiencia prematura».
Quizá, en gran medida, a esa «experiencia prematura» que el mismo Hostos reconoce en él se deba su también prematura madurez intelectual y su amplia y prematura visión sobre la vida toda, su conciencia profunda en torno a su ideal. Eso pensamos.
Y como en un estado de desaliento y frustración «al contrastar los esfuerzos con el éxito, la vida con el resultado», reflexivo, Hostos concluye su diario del 12 de enero del año señalado del siguiente modo:
«Nunca tan exigente la necesidad, nunca tan ávido el anhelo como en estos terribles meses que erizan sus desengaños contra mí en cada momento que transcurre. En el mismo período en que esa crisis se realiza, encuentro el primer signo de vejez externa en mi bigote. Condenado a no gozar de juventud ninguna, me he dicho con horror. Dígame con crueldad que es mía la culpa. Si el cabello ha empezado a encanecer, obra es del tiempo que no pasa sin dejar su huella. Pero, ¿de quién, sino obra mía, es la muy triste que hoy palpo, envejecido el cuerpo cuando ya no tiene el espíritu ni posibilidad ni esperanza de reconstruir la juventud que eliminó?».
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*Eugenio María de Hostos. Obras completas. Edición conmemorativa del Gobierno de Puerto Rico 1839-1939. Habana, Cuba: Cultural, S. A., 1939. Vol. II: «Diario». Tomo II, pp. 171-173.