A primera vista, el lector ingenuo o el lince podrían creer que el título del libro de Pedro Antonio Valdez, El arte de singar (Santo Domingo: Hojarasca, 2015) remite a la primera acepción de este verbo registrada por el venerable Diccionario de la Real Academia Española: Intransitivo. Marinería. «Remar con un remo armado en la popa de una embarcación manejado de tal modo que produzca un movimiento de avance.» (Madrid, vigésima segunda ed., p. 2070).

Pero qué va. Remite a la segunda acepción, que en Venezuela y Cuba tiene el mismo significado que en la República Dominicana: realizar el coito. Y qué bueno que la Real Academia no cae en el vulgarismo del verbo comodín “hacer el amor”, que es galicismo y, a la vez, tremendo eufemismo. Oros diccionarios traen la acepción de “copular”. Pero este es un cultismo que solamente usan los zoólogos y los ornitólogos, como estamos hartos de oírlo en los documentales de Animal Planet o Nat Geo Wild.

Portada del libro de poemas de Pedro Antonio Valdez
Portada del libro de poemas de Pedro Antonio Valdez

El uso, al menos en nuestro país, tiene altísima frecuencia, pero si se consulta un manual o investigación acerca de las palabras más empleadas en el español dominicano difícilmente aparecerá semejante vocablo. La causa: la doble moral o bovarismo sexual de los sujetos dominicanos, que convierten en tabú lo que el uso ha consagrado como común. Argüirán unos, vulgaridad; otros, moralidad; y los últimos, tal vez, esteticismo. Pero lo cierto es que no hay verbo más usado que este de singar, documentado en España desde 1500. Pero, ¿cómo pasó de un simple término de marinería o navegación al significado de “copular” o, mejor dicho, como dice la Real Academia con su pizca d eufemismo: “realizar el amor?

No hay que ser muy filólogo para adivinarlo. La metonimia (movimiento del remo hacia delante= el todo) se trocó en sinécdoque (movimiento hacia delante, y hacia atrás, de los cuerpos que “realizan el amor” = la parte por el todo). En una operación lingüística de la ley del menor esfuerzo o redundancia al usuario español, venezolano, cubano o dominicano, le resultó más económico singar que “realizar el amor” o el galicismo “hacer el amor”, y comunica con menos esfuerzo con singar que con estas expresiones que constan de tres largos morfemas.

Y esto es lo realizado por Pedro Antonio Valdez: aclimatar y volver común por la escritura lo que está en boca de todo el mundo, pero que un eufemismo, salva hasta ahora, el tabú, la doble moral y la estética, tres nociones de la política del signo y su partido. Pero a partir de ahora, Valdez invita a todos los dominicanos, hembras y varones, a volver cotidiano el uso de singar, de la misma manera que los franceses, todos, dicen baiser o los norteamericanos to fuck y cada vez que un personaje de películas románticas lo pronuncia, nadie se escandaliza.

La obra poética de Valdez obligará a los lectores y lectoras del presente y del futuro a reivindicar el verbo singar porque lo ha actualizado en un discurso erótico y no en un tratado, como es el caso de todos esos libros que llevan por título “Todo que lo que usted quería saber sobre…” Y habrá de imponerse en el discurso o registro verbal primero, y luego en el registro escrito, porque su actualización ha sido hecha por Valdez a través de un tema tan universal que es la propia cotidianidad de todos los sujetos: el amor, la relación amorosa, al mismo título que la política. Y como dice Octavio Paz que la revolución del amor es más fuerte que la revolución política, pues muchas veces esta última termina sofocando la primera, como enemiga del amor y la transubjetividad que es la política.

El libro de poemas de Valdez es tan responsable que hasta un condón trae en la portada, acaso por si alguien olvida que realizar el amor comporta riesgos y responsabilidades.

A partir de la página 6, Valdez, o mejor dicho el narrador que se enuncia como categoría del discurso, se desencadena un imaginario de complejas figuras sobre el arte de singar. Y el término0no figura mucho en el texto, sino las metáforas alusivas a la copulación: «Un pozo tubular, / una piedra amarrada al extremo/ de un palo. /Esa suma logramos ser/cuando estamos solos.»  Pero casi todas las figuras están íntimamente ligadas con los tres reinos de la naturaleza: «Tallo y curvas encontradas. /Soy la manzana macho, tan remoto y fresco / como el Paraíso.» (p. 7).

Otras veces es la abstracción la que impera en el discurso poético: «La cifra, la fórmula, / el número quebrado a golpe de cintura/en la almohada. / En cada singar contigo/la matemática se hace humana.» Que prefiero a este verbo comodín humanizar. Pero vamos, no soy yo el poeta. En “Corazón”, se vuelve al reino vegetal: «Siento un hoyo abril su puerta/bajo un seno/ y una fruta palpitante/se desprende de mi pecho/ y suena/ PUM.» (p. 10)-

Existe sospecha de reminiscencia cada vez que un poeta dominicano evoca el onanismo, porque todos conocemos a Manuel del Cabral y su “mano de Onán, pero en Valdez no es paja en el ojo ajeno: «Me crezco/ en esta soledad creada por la mano. / Se borra el sentido/ y eres tú en tu compañía más sola.» “Paja que se refleja en la otra”, p. 13). En una sola ocasión el narrador toma al poeta genérico por testigo: «Amigo poeta:/sigue ahí cazando las metáforas/persiguiendo en cada verso/ la luz de la eternidad, /mientras yo sigo en lo/mío: atar con urgencia/ estas palabras/ que me sirven/ para llamar a mi amor/con la excusa de leerle lo último/que he escrito sobre ella/ y que a cambio me muestre/que las puertas del infinito/ siguen en sus piernas/ y me deje tocarlas/ y me deje entrar.» (“Las puertas infinitas”, p. 19.

El escribir poemas se funde y confunde con el amor, a través de insinuaciones eróticas que rara vez tocan lo directo o denotativo, pues se trata de sugerir y mostrar indisolublemente: «Y sé de estos poemas simples, /ajuar de novia pobre, /con apenas carga de memoria/para encenderte a ti. / Incapaces de sestear las trazas/de un graduado en Literatura/ o de estallarle en los ojos/al muchacho que posee/ la aguja/de hallar el punto exacto/de la auténtica poesía.»  (“Arte poética”, p. 20). “La aguja es la erótica de la poesía.

Hay reminiscencia del tema barthesiano del grado cero de la escritura en el poeta titulado justamente “Grado 0” (p. 22): «Singar es la forma pura/de estar juntos. / Aplastar la lejanía, / transfigurarla en sal/ río bajo el fuego. / Singar es dar tijera al siglo, / reducir la distancia al grado 0.» ¿Qué es ese dar tijera al siglo? Acabar con el tiempo, pues a eso aspiran los amantes tanto como borrar el espacio separador de los cuerpos.

La risa de la cotidianidad, la risa de Bachelard, lo opuesto al silencio, pero también erosión de la seriedad: «Tu risa quiebra/los objetos unidos a sí mismos. / Cuando ríes/las coas/ se separan/ íntimamente.» (“Risa”, p. 24).

Valdez, artífice del poema breve, aspira a la síntesis, a la condensación, a comprimir y encerrar el amor en su propia definición poética. Es una tarea obsesiva. Hay un regresión y concesión a la estética moral en el título “Haciendo el amor” (p. 30) con respecto al título mismo de la obra, aunque los sentidos del poema lo desmienten, pero el título queda como ideología lingüística: «El amor/ estuvo sin hacerse/ desde la chispa/que lanzó de un tiro la existencia.» O sea, que cópula o coito surgieron juntos con el sujeto y el lenguaje, el mismo día: «Se deslizó en las caricias/ de pésimos amantes, / justificando su búsqueda/entre gritos/ y sudores inservibles, / perdido en actos notariales, / en la pornografía indiscreta, / cansándose/en el mar/ de leche a presión/ de los adolescentes.» Sentidos que van en orden al reconocimiento de que el amor no es el matrimonia o los videos pornográficos ni la impaciencia de la juventud. Ojo, poeta, al gerundio de posterioridad con tiempo pasado.

En “La nada que te queda”, el narrador vuelve a fustigar a “los pésimos amantes”, esos que malgastan sudores, y el poeta recupera una intertextualidad que un conocedor no debiera leer catálogos: «’Y tú, el del corazón atado a un pene, / el tallo de rosa que no importa, / la espina sin filo que no duele/ ¿Qué de ti, raya de ceniza en el caliche?’.» ((p. 46). Y a esa pregunta del intertexto, el autor se inscribe como respuesta: «Heme aquí, con el manto del aire, / disperso en los minúsculos escaños de la brisa, / heme sumando cada brizna del volcán/ que incendia calendarios. / Ave Fénix, macho y Pedro, / con el corazón más grande/ que todas las piedras reunidas.» (p. 47).

Acaba aquí el libro de poemas de Valdez, una de las pocas obras de la literatura dominicana que sale indemne de la prueba del amor, como sale indemne Tomás Castro y sus poemas amorosos o Luis Alfredo Torres de los suyos. Tema serio y complicado el amor, no es fácil transubjetivizarlo, pues se corre el riesgo de quedarse en lo patético o en la pornografía. Hay que cantarlo en el presente, el tiempo favorito del discurso y de los poetas, como lo ha hecho aquí y ahora Pedro Valdez, sin remilgos, sin poses y ripios románticos y que no quede duda de que el narrador no es el yo biográfico del autor, impudicia a la que nos tienen acostumbrados los cultivadores dominicanos de la poesía desde la muerte de Trujillo hasta hoy.