En un artículo publicado por la BBC de Londres, titulado a Merced de los manipuladores, se narra una historia muy interesante. Unos meses después de que Saddam Hussein invadiera a Kuwait en 1990, la opinión pública estadounidense estaba dividida, y se inclinaba más hacia la no intervención.

El presidente George Bush había fijado un plazo límite para que el ejército de Irak se retirara del suelo kuwaití, y ya estaba en conteo regresivo.

Fue entonces que una fotogénica niña de 15 años llamada Nayira se presentó frente a un grupo de congresistas y dio un vívido testimonio de la brutalidad de las tropas iraquíes durante unos 3 minutos.

Sus palabras reverberaron en los medios internacionales y esa historia fue repetida varias veces por los senadores, incluso el día del voto que decidió que EE.UU. estaba en guerra.

Fue después que se supo que la misteriosa y elocuente joven era realmente la hija del embajador de Kuwait en Washington y que nunca había estado en los lugares que mencionó en su testimonio y que su discurso había sido redactado por un turbio grupo de cabildeo vinculado a la monarquía kuwaití.

Eran mentiras, pero los políticos después dijeron que eso no quería decir que hubiera sido incorrecto intervenir, aunque quizás parte de la información que tenían fuera errada.

Lo que generalmente pasa es que los gobiernos hacen lo que les parece y luego urden el consentimiento de la gente, en algunos casos manipulando el lenguaje para que sus decisiones suenen más aceptables.

En otros casos, como el ejemplo de la guerra contra Irak, afectando la percepción de un país entero posicionando ideas específicas, valiéndose de técnicas de publicidad. Usando las palabras más convenientes, los gobiernos pueden dirigir a la gente en una dirección particular.

En este orden, siempre he creído que es una falacia eso de que los dominicanos queremos ir al cine a reírnos, me parece que sencillamente nadie quiere apoyar películas que incentiven el pensamiento crítico de la gente. Esta hipótesis de alguna manera me la reforzó una entrevista que le hicieron al cineasta Ángel Muñiz donde afirmaba que su película Ladrones a domicilio no encontró patrocinio y que después de este filme la policía no le permite utilizar uniformes ni vehículos de la institución.

Leonardo Boff, en un artículo publicado en este mismo diario, afirmó que lo que los dueños del poder más temen es a un pueblo que piensa. Lo quieren ignorante para poder dominarlo ideológica y políticamente y asegurar así sus privilegios. Yo creo que cuando se trata de la manipulación del gobierno, entre más consciente esté uno de lo que está sucediendo, más fácil es resistirlo.

“Cuando yo escucho a un político, no lo tomo muy en serio, porque sospecho que un relacionista público lo instruyó a decir cosas como ‘elecciones justas y libres’ o ‘libertad’ o lo que vaya a provocar en los que lo oyen la reacción deseada”.

Y es que en la política actual sólo sobreviven y tienen éxito los que utilizan la maldad de manera calculada y con más persistencia, disimulo e histrionismo que cualquier contrincante.

Esta práctica encuentra eco en las ideas de Maquiavelo en su obra El Príncipe: “El político necesita fundamentar su acción en la realidad efectiva y estar guiado por lo que se requiere hacer en cada circunstancia para conseguir el éxito y no por lo que moralmente debe hacerse”.