Regularmente la visita a un terapeuta es movilizada por un miembro de la familia, un evento en particular o las dificultades propias que provocan los tiempos de transición que les lleva a otro momento del ciclo de la vida familiar.
Cuando se trata de un miembro particular de la familia, lo que en nuestro lenguaje técnico sería el paciente identificado, tienen la delantera los niños, niñas y adolescentes, estos son los que con mayor facilidad se encargan de decir de alguna manera, a través de su conducta, que algo está pasando. Son los emisarios más frecuentemente elegidos a nivel inconsciente para abrir los temas familiares; como suelo decir en consulta, "son esos seres humanos sensibles que sacan la banderita blanca de la paz para pedir ayuda fuera del sistema familiar" y ellos son encantadores para esto, sobre todo en esas familias donde se quiere hacer creer hacia fuera que todo está bien y que el único "problema" es el niño o niña. Recuerdo a un padre decirme una vez: "pero venga acá, nosotros vinimos por este niño y han salido temas que no me interesa tratar", este es el poder de los niños, hablan sin hablar y lo dicen todo.
Hay otras familias donde quienes movilizan a la terapia son los progenitores, especialmente las madres: una depresión, despedida de un ser querido o cambios propios de este momento familiar donde los hijos y progenitores cambian de roles.
De igual forma cuando se trata de las parejas, es frecuente que ambos no estén en iguales ritmos y momentos de crecimiento. De hecho, es posible que la persona que demande atención psicológica, sea la que está más herida, más necesitada o más lista para crecer. Todavía suelen ser las mujeres las que con mayor frecuencia buscan ayuda psicológica para un problema de pareja, su compañero puede o no estar convencido de la necesidad de este recurso, lo que sí es cierto es que con él o sin él, es una oportunidad de crecimiento que ella no debería perderse.
Muchas veces se inician procesos terapéuticos en el convencimiento de que la otra persona es la que más lo necesita y la que tendría que cambiar. La terapia da la certeza de que el único cambio posible y controlable es el propio, cuando esto se llega a comprender es suficiente para iniciar el camino del propio cambio, lo que a su vez cambia la manera de mirar el problema.
Siempre digo a mis pacientes que un proceso terapéutico es una oportunidad de crecimiento familiar, pero sobre todo individual. Con mucha frecuencia recibo hijos e hijas preocupados por sus padres y son ellos quienes salen beneficiados. Comienzan a ver, pensar, descubrir, tener sueños e imágenes que les llevan a una nueva perspectiva de su propia vida. Se desenfocan de mamá o papá, ocupándose de sí mismos y de manera casi mágica las cosas comienzan a cambiar. Cuando les pregunto ¿qué pasó? a veces no tienen una respuesta. Y sí que pasó, pues la familia es ese terreno común y al mismo tiempo particular donde cada conversación abre un mundo de experiencias y vivencias que cuando los adultos están listos para crecer, sencillamente ocurre.
Lo que intento decir es que en la vida familiar hay regalos que vienen en envolturas muy raras y diferentes, a veces muy feas, pero por el amor solo posible en la familia, esta envoltura se convierte en una hermosa estrella que trae luz y vida a cada persona que participa. Y las familias son especialistas en recibir amor a través del dolor, comprensión después de la rabia, compañía y alegría luego de una árida soledad. La familia es aquel lugar confuso y certero a la vez, de crecimiento y muerte, donde a veces somos parte del clan y otras veces islas encerradas en la propia individualidad.
Lo que sí les aseguro es que solo podrán ver la luz de la estrella quienes estén dispuestos a trabajarse y crecer, leer, buscar, indagar y entrar en ese momento oscuro donde se desnudan las miserias, para más tarde lucir la vestidura hermosa que aletea alegremente la mariposa, luego de luchar para dejar de ser oruga.