Enrique Krauze  publicó hace un tiempo un enjundioso artículo sobre el antisemitismo en la región, que atribuye al “enojo” de los sectores liberales y de la izquierda por los acontecimientos en la Franja de Gaza y Cisjordania. La irracionalidad de ese prejuicio racial tiene profundas raíces históricas, como bien resalta el insigne intelectual mexicano, autor de un ensayo sobre el chavismo titulado El poder y el delirio, lectura imprescindible para entender la tragedia venezolana y el fracaso del experimento revolucionario de la izquierda latinoamericana.

El artículo publicado en El País, se refiere a los grados de antisemitismo resaltados por encuestas. En el caso dominicano, dice, el sentimiento de rechazo a los judíos se estima en un 41%, superior al 31% de América Latina y muy por encima del  9% para todo el continente. La cifra es espeluznante porque implica una aceptación de prácticas odiosas que través de los siglos han intentado justificar los genocidios y restricciones que todavía prevalecen en muchos países contra los judíos, negándoles el derecho a incluso a vivir en paz dentro de fronteras seguras.

Según Krauze, dos factores adicionales han incrementado el  antisemitismo  latinoamericano, la propaganda chavista y el crecimiento de las redes sociales,  reforzado en el tradicional sentimiento antisemita de la vieja derecha con un fuerte endoso de los círculos académicos e intelectuales de la región. El artículo de Krauze me recuerda un pasaje de una novela de Pitigrilli titulada “Moisés y el señor Levy”, ambientada en la Italia de pre-guerra. El autor menciona la imaginaria conversación de dos ancianos sentados en un parque de Roma. “Habrá guerra por culpa de los judíos”, dice uno. “De los judíos y de los ciclistas”, responde el otro. ¿Y porque los ciclistas?”, agrega el primero. ¿Y porque los judíos?, pregunta el segundo.