Nada como un día de asueto para reflexionar sobre el poco o ningún asombro que provoca el que entre los políticos locales unidos por lazos de concubinato con Fidel Castro figuren algunos que nos recuerdan la humillante sumisión con que aquí se adoró a Trujillo. Y nada de extrañar eso tiene por cuanto, guardando los matices ideológicos entre uno y otro, ambos gobernaron como auténticos tiranos. La diferencia la marca el tiempo. Mientras Trujillo sólo pudo mantenerse por 31 años, la tiranía hereditaria cubana lleva ya 55, con lo cual se ha convertido en el más longevo y anacrónico de los despotismos modernos.
Ambos delegaron el puesto en sus hermanos, aunque nadie en sus cabales se creyera el cuento. Mucho del castrismo existente en el país, y no lo digo sólo por aquellos que le sirvieron incondicionalmente a Trujillo y todavía en posiciones públicas, no es más que nostalgia por los días de mano dura del “jefe” y su perversa cuadrilla de calieses y aduladores. Cuando uno escucha a los Silvio Rodríguez y a los Pablo Milanés dedicando loas al hombre que los ha gobernado por más de medio siglo, sin darle oportunidad a nadie más, ofreciendo sus vidas por la salud de Castro, forzosamente nos llegan los recuerdos de las extravagancias con que el tirano dominicano obligó a sus colaboradores a la más deprimente sumisión.
Y es que, como escribiera Oscar Wilde, “es más fácil esclavizar el alma de un hombre libre que liberar la de un esclavo.” Lo cierto y paradójico es que muchos que ejercen la libertad plenamente en este sistema al que tanto combaten, saben que no podrían hacer lo mismo en Cuba. Que sus críticas severas a presidentes electos democráticamente, no podrían formularse jamás contra Castro y su revolución. Lo que no se entiende es que funcionarios de un régimen democrático compartan sus amores con un régimen de dos tiranos viejos y cansados como el de los hermanos Castro.