"Dentro de unos años todos vamos a ser infieles. ¿Cómo lo organizamos?" Tamara Tenenbaum

 Hay en el largo recorrido de la historia del amor una trayectoria, tan incierta como inestable, que a menudo nos lleva a poner en duda el significado que se le otorga en cada momento del trascurrir humano a dicho concepto. La Rae -en su primera acepción- dice acerca del término: “Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”  E insiste en la segunda, profundizando en la idea de entendernos demediados y necesitados siempre de que alguien nos complete: “Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear”

“El arte de amar" el ensayo que Erich Fromm publicara en 1956, es una aguda y profunda reflexión -aún vigente y de inestimable valor- acerca de la naturaleza del amor, que contradice con rotundidad esa concepción de un ser humano incompleto que necesita del otro para llegar a vivir una sensación de plenitud.  El amor, para este filósofo humanista, es arte y como tal disciplina. Bajo este nuevo paradigma es un sentimiento susceptible de ser aprendido con el fin de lograrlo fuerte, capaz de enriquecerse y perdurar en el tiempo. Para Fromm el amor es la única respuesta posible al problema de la existencia humana, consolidada a través de la paradoja de dos seres convertidos en uno, en virtud de una unión preparada para mantener y proteger la propia individualidad de cada uno de ellos. Visto de este modo la experiencia amorosa se muestra como una energía capaz de transformarse mediante la atención y los cuidados que se le procuran para ser plenamente vivida. En sus propias palabras “El amor es un desafío constante; no un lugar de reposo, sino un moverse, crecer, trabajar juntos; que haya armonía o conflicto, alegría o tristeza, es secundario con respecto al hecho fundamental de que dos seres se experimentan desde la esencia de su existencia, de que son el uno con el otro al ser uno consigo mismo y no al huir de sí mismos.” Hay en Fromm una construcción, que va mucho más allá del amor romántico, amor compañía, amor nido, para establecer un marcado crecimiento de dos seres que, completos en sí mismos, generan una sinergia en común a partir de un proyecto compartido, basado en el mutuo respeto y un compromiso de carácter auténtico.

Bastaron tan solo unas cuantas décadas y ya iniciado el siglo XXI, para que el amor tomara un rumbo desconocido hasta entonces.   Zygmunt Bauman nos alerta sobre los profundos cambios que afectan al modo de construir las relaciones en el momento actual. Si para Fromm el amor es un hecho creativo que construye existencia en común y afectos, Bauman en su ensayo “Amor líquido: acerca de la fragilidad de los vínculos humanos” (2005) aborda el ocaso de un modelo que parece no encontrar ya su lugar y no solo entre las nuevas generaciones sino en aquellas que han realizado un largo recorrido. El hombre actual vive con angustia la dicotomía de asumir y disfrutar de la soledad y a la vez satisfacer su necesidad de compañía. Este nuevo hombre siente una profunda ambivalencia ante una realidad que le impulsa a decidir entre vivir juntos o estar juntos en la distancia. Frente al estrecho vínculo que establecía el arte de amar de Fromm el ser humano articula hoy en día nuevos usos de carácter abierta y decididamente fragmentario. Existe en este momento que nos ha tocado vivir una manifiesta incapacidad para establecer un compromiso responsable y que pueda ser contemplado a largo plazo. No hay consistencia en la idea de amar, por el contrario se rechaza -como algo caduco- la sola idea de vivir una relación con un cierto anhelo de persistencia, imagen ésta última que se contempla no solo insólita sino incluso poco deseable. El amor nace así con vocación obsolescente y fecha de caducidad marcada. Vivimos con la firme convicción de que todo puede y debe cambiar, el trabajo, el coche, los amigos y por supuesto también la pareja y la familia en una constante huida hacia adelante, que evita encontrarnos con nosotros mismos. Pretendemos cambiar una y otra vez aquello que nos rodea, como si al hacerlo algo se renovara en quienes somos.

A la sociedad del fast food, del consumismo feroz y de las emociones fuertes que pretenden compensar toda frustración aunque sea por breves instantes; a esa sociedad que se rige por la provisionalidad y el trabajo precario, que rechaza todo esfuerzo y todo límite cuya ausencia identifica con pretendida libertad, se le hace difícil incorporar la solidez de antaño. No existe el menor placer por disfrutar de las cosas bien hechas, por detenernos a mirar, por establecer la lealtad por encima del propio beneficio como modelo de existencia. No es difícil imaginar, que en un mundo con tales referencias, nadie piense en esforzarse por intentar soluciones ante cualquier conflicto cuando todo se contempla como casual, tan solo un producto de usar y tirar. Toda esta precariedad nos hace más vulnerables y más débiles frente al mundo, mientras nuestro autoconcepto hilvana su existencia y se asienta sobre mentiras fáciles de degustar.

Las redes sociales, por otro lado, han venido para complicar aún un poco más un sombrío panorama, que se despliega sin embargo tentador y revestido de las mejores intenciones ante todos. “Vivimos” una ficción creada ad hoc para asombrar a un mundo tan ficticio como lo somos nosotros mismos. Es el universo like, ese engañoso mundo sobre el cual pivota la imagen que construimos. Y lo compramos y paladeamos su oferta como yonquis cada día un poco más adictos, un poco menos libres, mucho más adocenados sin ser conscientes de ello. Son las  redes en apariencia inocentes y en cuyo fondo subyace una profunda soledad que creemos suplir con efímeros contactos plagados de engaños. Un mundo a veces sórdido, muchas veces nutricio de profundos desajustes emocionales que no logran más que incrementar su gravedad en contacto con la voracidad del consumo en red, parejas que encuentran en el anonimato la posibilidad de vivir una fantasía al margen de una relación que contemplan castradora, devociones aceptadas, toda una mezcla de supuestos afectos y dependencias que no suelen conducir hacia ningún lado. Las redes no son culpables, tan solo son el mecanismo apropiado para multiplicar hasta el infinito la insoportable inconsistencia de la naturaleza humana.

Bauman pone el foco sobre la nueva fragilidad de los vínculos amorosos, un decidido toque de atención sobre la cada vez más preocupante ausencia de empatía y  solidaridad que rige una sociedad, únicamente preocupada por el yo individual. Para el autor “Amar significa abrirle la puerta a ese destino, a la más sublime de las condiciones humanas en la que el miedo se funde con el gozo en una aleación indisoluble, cuyos elementos ya no pueden separarse. Abrirse a ese destino significa, en última instancia, dar libertad al ser: esa libertad que está encarnada en el Otro, el compañero en el amor." El amor sin embargo parece haber perdido todo sentido frente al inevitable temor ante el otro, un igual del que sentimos la necesidad de defendernos para que nada pueda dañarnos. En otro sentido la propia ferocidad consumista que dirige nuestros pasos impregna todas las áreas de nuestro devenir cotidiano. Todo se convierte así en inversión-resultado. Hemos aprendido a medir nuestra vida y nuestros afectos en términos utilitarios. Tu valor depende en última instancia, no tanto de ti sino del rendimiento que de ti obtengo. Cualquier valoración de la persona queda así distorsionada. Todos parecemos habernos convertido en piezas fácilmente intercambiables, las relaciones se suceden una tras otra sin dejar huella. Y de eso se trata precisamente, de crear relación sin apenas afectos que pasen luego factura. Al margen de consideraciones de tipo moral que desde luego el autor no aborda, lo verdaderamente preocupante sería –es sencillo  descubrirlo-  la absoluta veleidad de un ser humano inmaduro e infantil que no acaba nunca de tomar las riendas de su propia existencia, descrita ésta por Bauman como simple simulacro. El punto álgido de todo este proceso, la auténtica perversión implícita en el modelo, radica en su capacidad para destruir una relación con el menor coste posible. Sin responsabilidad no hay nada que dañe, nada que exija cumplir la palabra nunca dada.

Y llegados a este punto, un nuevo ensayo “El fin del amor” de la filósofa y escritora argentina Tamara Tenenbaum, viene para analizar las distintas formas que adopta el amor en las generaciones más jóvenes. Nuevos arquetipos abiertos a múltiples variaciones para construir pareja y modos de relación alternativos más allá de la monogamia y de lo ya conocido. La autora afirma que la pareja no constituye en estos momentos "la única forma de entender el amor" y que al fin ha terminado una época en la que el objetivo vital para toda mujer era la búsqueda de un compañero que diera sentido a su existencia. Actualmente la soltería no es una derrota sino una opción personal y conscientemente elegida. Tenembaum culpa del fracaso del modelo conocido a "una sociedad que nos educa por un lado a las mujeres para pensar que la pareja es lo único que importa y a los varones para pensar que la pareja es una carga". Y así en efecto se ha venido contemplando durante muchas generaciones la vida en común, como refugio para la mujer y cárcel para el varón que ha tratado de resistir con uñas y dientes a dejarse atrapar. Pero ahora son ellas las que también deciden y es precisamente en esta libertad de elegirse o no mutuamente dónde reside -en su opinión- el nacimiento del  amor. Tamara no renuncia a este sentimiento, por el contrario aspira a nuevas formas de expresarlo y sentirlo en libertad para ambos sexos.

En una época incierta, dónde todo debe ser redefinido de nuevo, los vínculos afectivos carecen de la pasión que los poetas adjudicaron desde siempre al amor. La pasión duele y deja huella, todo lo contrario del amor líquido que se diluye en la siguiente lluvia sin mojar nuestro rostro. Si Fromm sienta las bases para un sentimiento fuerte y creador, Bauman nos obliga a reflexionarnos, a mirarnos por dentro, a pararnos en vez de huir para afrontar una existencia que nos aleje de la banalidad, de la insustancial ficción que nos atrapa para hacer de nosotros seres inermes, manipulables e incapaces de amar. Tras ellos Tenembaum, irrumpe con fuerza con una visión joven y renovada, abriendo ventanas, sacudiendo telarañas de los rincones con conceptos desconocidos. Está por ver si el ser humano es capaz por una vez de detenerse y fijar sus coordenadas personales o como siempre se enroca obstinado en la peor jugada posible permitiéndose definitivamente aniquilar el amor. “No ser amados es una simple desventura. La verdadera desgracia es no saber amar”  afirma -y coincido con él- Albert Camus. Ella, esta joven pensadora y que ha llegado para ser leída por miles de jóvenes y no tan jóvenes, nos lanza abiertamente y sin complejos de género, una pregunta que nos permite intuir hacia donde caminan las nuevas propuestas en una cuestión tan profundamente esencial e inherente al ser humano como lo es el amor. Así nos interroga sin más preámbulo "Dentro de unos años todos vamos a ser infieles. ¿Cómo lo organizamos?" La hipótesis está sobre la mesa, verificarla es una cuestión no tan solo individual sino de todos y todas cuantos hacemos la historia.