El valor del agua y su función primordial como fuente de vida son nociones archiconocidas o intuidas por casi toda la población. Estos conceptos y percepciones se hacen más conscientes, o son recordados espontáneamente, cuando las personas se encuentran en cuarentena o en una situación de emergencia que se extiende más de lo normal.
Los actuales tiempos de reclusión y aislamiento serán más efectivos mientras tengamos una suficiente disponibilidad de agua en nuestros hogares y hagamos todos los esfuerzos para no derrocharla. Basta pensar en que, si careciéramos de agua o si esta no estuviera disponible, ni siquiera los detergentes y los alimentos serían suficientes para combatir con eficacia el actual virus que nos amenaza.
Ahora que estamos cuasi paralizados por la reclusión en nuestros hogares, detengámonos un momento ante el vaso de agua que tenemos en la mesa cuando vamos a comer. Antes de ingerir este maravilloso regalo de la Creación cósmica, veamos con calma su transparencia cristalina llena de nutrientes y disolventes beneficiosos para optimizar nuestro funcionamiento orgánico. Y, luego de que la bebamos, contemplemos el agua que queda en el vaso con aquella apariencia diamantina, manteniendo su condición totalmente inolora y con un sabor impar en todo el planeta.
Observemos también el agua que sale de las tuberías y apreciemos como su dinámica flexibilidad le permite adaptarse a cualquier superficie, resbalando por nuestras manos y penetrando por todos los intersticios de los objetos lavables para así higienizarlos con su bondadosa pureza.
Las dos acciones anteriores están garantizadas para quienes que pueden tener un acceso directo y regular al agua dentro de sus hogares. No obstante, hay que pensar que un 24% de los hogares dominicanos no usan fuentes de agua mejorada para beber y no tienen instalaciones sanitarias apropiadas. Esto se agrava en el estrato más pobre de los hogares del país donde el 57% no disfruta de esas fuentes ni tiene dichas instalaciones (ENHOGAR-MICS 2014, Informe Final de ONE-UNICEF. 2016).
Todo lo anterior implica que una significativa proporción de hogares rurales y urbanos pueden también sufrir una especial situación de riesgo de contaminación viral, precisamente por la crítica condición de pobreza que le impide satisfacer sus necesidades básicas para prevenir sus enfermedades. En el caso de esta pandemia, las ventajas que la República Dominicana tiene frente a Europa debido a que nuestro bono demográfico está compuesto por una población mayoritariamente joven, podrían parcialmente reducirse por la deficiente entrega de servicios sanitarios y de agua para los sectores sociales vulnerables.
Estamos en un momento para pensar en la presente situación que amenaza la salud de todos, pero también podríamos reflexionar en cómo se puede ir revirtiendo la desigualdad social antes descrita con tal de estar mejor preparados para enfrentar cualquier eventualidad futura después que pase la situación de emergencia por la que estamos atravesando.
Volviendo al tema del agua en sí, hay que reconocer que, desde mucho antes de que sucediera la actual pandemia, los centros educativos, las agencias gubernamentales, los organismos internacionales, las instituciones y grupos ambientales, y diversos programas en alianzas público-privadas, difundían periódicamente a través de todos los medios de comunicación que “el agua apta para su uso y consumo es el factor fundamental, único e insustituible para la sanidad y la sobrevivencia humana”. Sin embargo, no habíamos reparado en la veracidad absoluta de este principio axiomático, hasta que surgió la grave situación mundial que se ha interpuesto en nuestro camino para forzarnos a valorar el agua como el principal medio para evitar la propagación del virus, antes, durante y después de la cuarentena.
Quizás estos tiempos de cuarentena también pudieran permitirnos la oportunidad de interesarnos por la real situación del agua en nuestro país con deseos de conocer mejor la problemática de nuestros recursos hídricos. Bajo esa perspectiva, podríamos comprender que el agua que corre por todo el territorio dominicano, hace tiempo que también se encuentra amenazada por un virus que no es biológico sino social.
Ese virus social ataca la disponibilidad de agua cada vez que se agreden los bosques montañosos; cada vez que se hacen presas y canales para solo beneficiar a algunos sectores productivos en detrimento de las comunidades, aun de aquellas que quedan cerca de sus redes; cada vez que las malas prácticas domésticas y de muchas actividades productivas provocan su derroche innecesario; cada vez que prolifera la contaminación y sedimentación de sus cauces, embalses, balnearios y vías acuíferas; cada vez que se descuidan las infraestructuras hídricas o que estas se construyen inadecuadamente o no se habilitan donde verdaderamente hacen falta…
Ahora que estamos en cuarentena, valoremos la amenazada y perecedera disponibilidad de este líquido vital que todavía nos queda. Estos son tiempos para generar una actitud consciente que nos lleve a adoptar buenas prácticas con el fin de incentivar y rehabilitar con cuidado no solo la producción natural de agua, sino también su distribución con calidad y justicia, y su consumo responsable.