Para argumentar la novela La danza del arco iris la añoranza me intimida a evocar unos hechos particulares del pasado. Tengo el honor de haber sido alumno de César Cuello. ¡Y lo fui por partida doble! Fue algo ocurrido a principios de la década de los 80. Hacia el año 1982 recibí clases de filosofía del profesor César Cuello cuando yo era estudiante de economía en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Y para ese mismo periodo también nos encontramos en un curso de marxismo que él impartía y yo recibía en esa condición que ambos teníamos de militantes del Partido Comunista Dominicano (PCD). El transcurro del tiempo nos distanció. Pero nos reencontramos de nuevo, esta vez ya no por la docencia, ni por la militancia partidaria, sino por la literatura. César Cuello publicó la novela Saturno devorado por el padre tiempo en el 2008. Lo supe un par de años después. El regocijo que me produjo de encontrarlo en el área a la que yo siempre me he dedicado me llevó, en el 2011, a escribir un comentario sobre esa novela. Posteriormente me enteré de que César Cuello es un viejo amigo de Reina Rosario, mi compañera, a quien conocí en el año 2013. Y ahora, de nuevo, la literatura nos obsequia este reencuentro que se produce por la novela La danza del arco iris.

La literatura dominicana registra un hecho particular que siempre suelo resaltar porque con el paso del tiempo no hace más que reafirmarse. Posiblemente sea un fenómeno que le suceda a la literatura de todos los países. Se trata de un número bastante amplio de personas que han hecho vida profesional exitosa en otras áreas del saber. Y estos, en su madurez, han venido a la literatura con importantes propuestas en las áreas de la poesía, el cuento y novela. Uno de los casos más recientes es el de Margarita Cordero, una veterana y reconocida periodista que acaba de debutar con Nosotras las de entonces (Santo Domingo: Editorial Santuario, 2019), una novela sobre la revolución de abril. Otro caso de los días actuales es el del jurista Daniel Beltré, quien publicó en el 2018 el poemario No es un soplo la vida. Con esta obra Beltré acaba de alzarse, nada más y nada menos, que con el Premio Anual de Poesía Salomé Ureña de Henríquez del 2020.

César Cuello

Henri Cuello, un profesor universitario, historiador, publicó el libro 13 cuentos sucios, (Santo Domingo: Editora Búho, 2014), con una excelente facturación de la narrativa de corto aliento. También está el caso del arquitecto Joaquín Gerónimo, quien publicó la novela Con los pies en el cielo (Santo Domingo: Editora Búho, 2010) con un magnífico sello escritural. Otro ejemplo lo tenemos con el jurista Fernando Hernández Díaz y su obra Anacaona, la reina del nuevo mundo (Santo Domingo: Editora Corripio; 2002). Se trata de una novela sobre el tema indígena que, por su calidad y su visión crítica sobre la colonización en la isla, debería sustituir la obra Enriquillo de Manuel de Jesús Galván, de reconocida visión hispanófila. Son solo cinco muestras de obras de autores con una vida profesional brillante en otras áreas y que han descollado con muy buen éxito en la literatura. Hay muchísimos casos más que podríamos mencionar. César Cuello ha entrado en este grupo de autores. Y lo hace como un autor persistente. La danza del arco iris es su segunda novela. Y, como parte de su entusiasmo en el campo de la narrativa, sabemos de un libro de cuentos que tiene en proceso de añejamiento. Por igual, está trabajando en su tercera novela.

El fenómeno señalado habla bien de la novelística dominicana de las últimas décadas. Una idea cuantitativa al respecto nos ilustraría mejor. Según Frank Moya Pons, en los primeros 135 años de historia como país en la República Dominicana se publicaron 230 novelas. En un estudio que realizamos sobre el género encontramos que “Entre enero de 1980 y agosto del 2009 (apenas 30 años) en la República Dominicana se publicaron 438 novelas.” Esta cantidad de publicaciones habla, necesariamente, de que la novela dominicana tiene un campo de seguidores. Y estos datos desmienten a Giovani Di Pietro cuando afirma que “la novelística dominicana contemporánea no tiene un público de lectores de qué hablar, pues nadie prácticamente la lee.” Es importante destacar que, del total de los profesionales de otras áreas del saber que vienen a la literatura, una parte de ellos se queda con una sola obra.

Con La danza del arco iris (Santo Domingo: Editora Búho, 2020), la segunda novela de César Cuello, el autor reafirma su presencia en el campo de la literatura. Sabemos que Cuello es una persona realizada profesionalmente en los campos de la filosofía, la historia de la ciencia y la tecnología y, en urbanismo y políticas públicas. En el primero de los casos Cuello estudió en la Universidad Lomonosov de Moscú; en el segundo en la Universidad Politécnica, en Nueva York; y, en el tercero, obtuvo su Ph.D. en la Universidad de Delaware, los dos últimos casos en Estados Unidos.

Portada La danza del arco iris, de César Cuello

Cuando abordo la crítica a una obra literaria prefiero hacerlo presentando una visión del alcance logrado por el autor o autora tanto en el tema tratado como en la estructura y la escritura de la obra. Sobre el tema es importante resaltar que la historia que ha de contarse en una novela siempre será la misma sin importar el ordenamiento que le dé el autor o autora. Lo importante entonces será que en la historia contada, capítulo tras capítulo, los lectores encuentren la expectación y el desgarramiento. Sobre este particular afirman Bourneuf y Ouellet que los autores tienen que “dedicarse a inventar y a ensamblar los acontecimientos que tendrán en vilo al lector.”

En La danza del arco iris se narra la historia de una familia que, forzada por las limitaciones económicas que vivía, se ve obligada a trasladarse de un poblado suburbano a una zona rural totalmente apartada de la población. Dentro del drama colectivo vivido a cada uno de los miembros de dicha familia le toca una tragedia particular. La madre, Marcela Espinosa, desde muy joven quedó con un embarazo que le frustró el sueño de convertirse en maestra. Los hermanos con edad escolar, Rafael y Carlitos, fueron afectados en la posibilidad de que el sistema escolar organizado les avalara el avance en sus estudios. Antonio y Javier, los dos hermanos menores, se salvaron de esa debacle porque todavía no estaban en edad de iniciar la enseñanza formal.

Carlitos juega un papel central dentro de los personajes producto de que, por la mudanza a un lugar tan remoto, le brotó todo un cuadro de angustia y terror. El padre, Pablo Pereyra, con toda seguridad, es el que sufre el mayor de todos los avatares: fue dos veces derrotado. Primero por ser la víctima directa de la avaricia del terrateniente que lo explotaba inmisericordemente en las tierras que cuidaba. Y luego porque tuvo que volver a vivir a casa de los suegros, y allí ya había reñido con la madre de su mujer, cuando esta le aconsejó que no se fuera a ese confín del mundo, porque iba a significar la ruina de su familia.

Parece un tanto fácil mostrar el resumen del argumento de la obra. Pero ahí es donde está la gran tarea que tiene el arquitecto de la novela. Porque en ese momento es que, como afirman Bourneuf y Ouellet, “el novelista se sitúa entre el lector y la realidad que quiere mostrarle y la interpreta”. Ese es el instante donde surge la tarea titánica de convertir una historia suelta en una obra de arte. Y justo en ese momento es donde adquiere consistencia una novela. Porque es, justamente, donde el autor tiene que mostrar unos resultados óptimos. Henri Coulet le llama a esto “una serie de sucesos encadenados en el tiempo desde un principio hasta un fin”. Es precisamente en ese proceso en donde César Cuello, en la construcción del contenido de La danza del arco iris, sale totalmente airoso. Así se puede percibir en la historia robusta que cuenta esta novela. Una historia consistente y, como se ha dicho que debe ser, se muestra expectante, desgarrante.

El poblado de Estero Viejo, en La danza del arco iris, es solo un eco del pasado por donde el presente se desplaza sobre “la carretera nueva”. El Balatá es el lugar alejado, en el campo, a donde se tuvo que refugiar la familia. La mejor descripción de ese punto proviene de la suegra: “Ese lugar es una jurunela”. En cambio en Nueva Matanzas, como se ve, es el espacio donde viven los padres ya envejecidos de ese Carlitos que vuelve, con toda la humildad, vuelto un hombre preparado que estudió fuera del país. Hay tres personajes que, de manera colateral, tienen un papel importante en la obra. El primero es Ibrahím, la personificación del terrateniente desmedidamente ambicioso, indolente, inhumano y explotador. El segundo es Juan Pié, en quien se ve al inmigrante bondadoso y trabajador que tiene encima ese lastre la xenofobia que siempre proviene de los que tienen la visión más conservadora de la sociedad. Y el otro es Hermes, un lechero que luego devino en un guardia ambicioso y corrupto. El tiempo en que se desarrolla la obra está ubicado en el último lustro de la tiranía de Trujillo.

Cuando se están construyendo los personajes de una novela es preciso recorrer el carril de las precisiones. Isabel Cañelles nos dice al respecto que: “Construir un personaje es creer en su existencia. Crear es crecer. Y es que a la literatura, como a la religión, hay que echarle fe. Para que el verbo se haga carne, es decir, personaje, el escritor tiene que rezar muchas oraciones… alcanzar su objetivo es cuestión de fe en los medios que está utilizando.” Los lectores notarán que “las oraciones” de César Cuello para la construcción de sus personajes fueron escuchadas. Porque, en cada caso, tanto los personajes principales como los secundarios, son robustos, contundentes y logran pervivir en la mente de los lectores.

Con respecto a la forma, se puede resaltar que la obra está estructurada en treinta y cinco capítulos de mediana extensión, cada uno numerado y titulado. La historia de esta obra tiene un desarrollo lineal. Pero en ella hay una ruptura con respecto a Saturno devorado por el padre tiempo, su obra anterior. En su primera novela César Cuello hace uso del punto de vista del narrador omnisciente. Es decir, un narrador en tercera persona que tiene el dominio de todo el escenario de la narrativa. En La danza del arco iris el punto de vista del narrador está ubicado en la primera persona. Esto es que toda la historia está contada por uno de los personajes de la obra, en específico Carlitos.

Cuando se lee con detenimiento una novela hay muchos aspectos a observar. Uno de ellos es, como diría Oscar Tacca, “una lucha entre las múltiples maneras posibles de contar algo”. Este es un aspecto muy importante a la hora de evaluar una novela. ¿Por qué es importante el punto de vista en una obra narrativa? Porque, como señala Tacca, “La novela, más que un modo de ver, es un modo de contar”. Y esta obra “contada” en primera persona permite que el narrador hable de la voz de quien en este caso es uno de los protagonistas. Es decir, una voz más cercana a los hechos que se airean, una voz más próxima que cuando se está narrando una historia en tercera persona. Tanto cambia la visión del lector cuando lee una obra en primera persona que, con frecuencia, algunos se acercan a los escritores para preguntarle que si se trata de un hecho que le sucedió al autor.

Otro aspecto en el que se siente un salto cualitativo muy importante del autor en La danza del arco iris, su segunda novela, no solo es en el título extraordinariamente hermoso que le dio a esta obra. Sino que, en su “contar”, se percibe un cambio bastante acertado hacia oraciones más cortas. Y ya sabemos que las oraciones, mientras menos extensas son dentro de un texto, mayor aporte suelen hacer hacia la precisión del mensaje. Hacia lo puntual. Esto es algo que se percibe a lo largo de toda la novela. Es como si el autor hubiera tenido un acercamiento con las reglas prácticas de redacción y estilo que resalta Eduardo Heras León en Los desafíos de la ficción cuando nos hace ese importante recordatorio que dice: “No se olvide que el lenguaje es un medio de comunicación y que las cualidades fundamentales del estilo son: la claridad, la concisión, la sencillez, la naturalidad y la originalidad”.

Un acierto adicional, y también de mucha importancia, es el de los giros poéticos y metafóricos que con frecuencia se exhiben en la obra. Pongo tres ejemplos de innumerables casos que se encuentran en su lectura. El primero, relacionado con la vuelta del protagonista, casi una década después, al lugar donde viven los padres que son protagonistas de la historia.

“El mar, insaciable y goloso, como un silencioso roedor, se había engullido palmo a palmo una gran parte de la espesura del bosque costero que yo recordaba poblado de cocoteros”. p. 17.

En el segundo ejemplo, la expresión poética está concentrada en hechos vinculados al arcoíris:

“Descubrí por fin el milagro del nacimiento del arco iris. Los colores brotaban de las gotas como si fueran la obra maestra de un poderoso mago.", p. 92.

En el tercer ejemplo de la metáfora tiene que ver con la derrota que recibió la familia en el intento de buscar mejoría:

“Mientras observaba el desplazamiento del viejo carretón sentía que, además de mi perro, faltaban más cosas en esa tumba rodante poblada de muertos vivos”. pág. 286.

Algún lector o crítico, masculino o femenino, no importa, reparará en el hecho de que La danza del arco iris es una novela sobre un tema rural. Este reparo, si surge, tendría que ver con el hecho de que la novela de los tiempos actuales se ha concentrado en lo citadino. Claro, muchos de los novelistas están tan concentrados en la visión citadina, que también ellos se han olvidado de la azarosa vida del campo en el capitalismo rampante del que no ha salido la humanidad ni siquiera en los días actuales. El estudioso de la novelística occidental Harold Bloom afirma que “Kafka sustituye la metáfora de la “persecución” por la de un asalto a la humanidad, desde abajo, a las últimas fronteras terrenales.” Guardando la distancia, en la obra de César Cuello, se siente ese asalto a la humanidad; sobre todo, a los más humildes de la tierra.

La historia que se cuenta en la novela La danza del arco iris, en su extensión total, es toda una metáfora del terrible estado de limitaciones en que se encuentran los sectores sociales menos pudientes en su lucha constante por sobrevivir. Aquellos que, en el campo o en la ciudad, solo tienen su fuerza de trabajo para enfrentar las estrecheces de la vida que les ha tocado. Y ese drama de la sobrevivencia, donde el terrateniente o el dueño de las maquinarias de una fábrica es el que impone las reglas, aún por encima de las leyes, siempre tendrá espacio para la denuncia dentro de la literatura. Eso es lo que ha hecho César Cuello en La danza del arco iris: un retrato de las injusticias sociales del campo. Y lo ha logrado con creces en esta obra.

Santo Domingo, 30 de julio de 2020