"Tan sólo un 3% de los residentes en el Gran Santo Domingo alteraron los primeros días de ejecución del nuevo Sistema Nacional de Atención a Emergencias y Seguridad, instaurado en la República Dominicana por la Presidencia de la nación. La casi totalidad de los más de 2 millones de habitantes de la región capitalina recibieron con correcto comportamiento la entrada en actividad de este novedoso servicio público".

Así pudo haber sido la reseña noticiosa sobre la inauguración del "911″. Sin embargo, la información ha sido otra. El correr de las notas de prensa y reportajes hablando de unas 65 mil llamadas "molestosas" incidió en la percepción de los ciudadanos, para los cuales todo esto pone de manifiesto que "el dominicano es bruto", que no "cumplimos ni hacemos caso a la ley" y que "no somos como otros países más avanzados".

Siendo así, vale la pena preguntarse ¿Qué hay detrás de todo lo dicho y lo no dicho sobre el inicio del "911″? ¿Qué trascendencia tiene este nuevo servicio público, más allá de la atención a emergencias? ¿Qué nos plantea sobre el funcionamiento del Estado dominicano?

Para atender estas preguntas, hay que deshacerse antes de al menos 25 años de destrucción del conocimiento crítico y serio sobre el orden social y el papel del Estado, suplantado por el pensamiento mediocre y domesticado, armado con pseudoteorías y manuales que hablan del Estado y la sociedad como cosas diferentes e independientes, que se relacionan quizás por la buena o mala voluntad de políticos de turno, o su (in)capacidad "técnica".

¿Qué hay detrás de todo lo dicho y lo no dicho sobre el inicio del "911″? ¿Qué trascendencia tiene este nuevo servicio público, más allá de la atención a emergencias? ¿Qué nos plantea sobre el funcionamiento del Estado dominicano?

Hoy debemos rescatar la noción del Estado en su totalidad: la organización y el mantenimiento de las relaciones de poder en una  sociedad, y en concreto de la dominación de un bloque de clases (minoritarias) sobre otras (mayoritarias). El Estado, visto así, es al menos tres cosas: 1) organismos, órganos, leyes, normas, instituciones; 2) sistema de ideas, régimen moral y de valores, sistema de creencias, y 3) correlación de fuerzas entre clases en las instancias y procesos donde se toman las decisiones importantes.

Viéndolo de esta manera, sólo una revolución social y política puede transformar el Estado -no apenas el gobierno o las instituciones-, es decir cambiar en serio y radicalmente las leyes, normas y órganos que las ejecutan; las ideas, creencias y valores que los legitiman; y la correlación de fuerzas que permiten decisiones sistemáticamente a favor de uno u otro conjunto de clases.

Desde esta perspectiva, resulta evidente que las ideas y creencias condicionan a miles de personas que llaman irresponsablemente al "911″ sin temor a sanciones por parte de los aparatos represivos del Estado, pese a todas las advertencias. No creen que les vaya a pasar algo o que su acción sea un perjuicio. Pero, más allá, ¿No tiene que ver con el Estado existente que se construyera, casi inmediatamente, una matriz de opinión producida por élites y sus aparatos de difusión de ideas -que no pierden ni ganan con que este nuevo servicio funcione o fracase- orientada a desmoralizar la nueva política de atención de emergencias, y la capacidad de los dominicanos de comprometerse con su éxito?

¿No es esta la misma élite que ha construido un vasto mercado privado para resolver sus problemas de seguridad y emergencias, estableciendo en el país una especie de apartheid silencioso, y que se beneficia de ostentar el monopolio (a través del dinero y la publicidad) de la credibilidad de eso que llaman "los políticos", tradicionalmente indolentes o incapaces ante las preocupaciones de las mayorías? ¿Qué ha sido más irresponsabilidad histórica: las 65 mil llamadas o suscitar la percepción generalizada de que esto será un "nuevo tollo" o un total fracaso? ¿Por qué tuvo que salir el mismísimo Presidente Medina a pedir ayuda?

Por otro lado, podríamos anotar que la sensación abrumadoramente mayoritaria de que "Danilo está resolviendo", expresada a partir del arranque del "911″ o ante las ya famosas "visitas sorpresa", no debe entenderse como un gobierno "haciendo una "revolución", pero puede evaluarse como la influencia material y simbólica de un gobernante poniendo en evidencia los límites en que la mayoría ha vivido constreñida por la incapacidad, negligencia e indiferencia de todo un aparato de grupos e individuos al servicio de minorías que dominan con todo el poder.

Esa misma influencia permite también, quizás, que esas mismas mayorías reconozcan su realidad existencial de privaciones y necesidades elementales, y que las respuestas no dependen del Loto, los designios divinos y que lo dominicano no es igual a "atrasado y bruto". Visto así, El "911″ y otras medidas tienen el enorme potencial de dar luces para la politización de aquellas mayorías sometidas por casi dos siglos en un Estado no democrático, plegadas al clientelismo rapaz como una estrategia de sobrevivencia dentro de los límites de este Estado.

Finalmente, no se puede dejarse sin hacer y compartir una pregunta: ¿Dónde estuvieron y de qué se ocuparon gobernantes, gestores públicos y opinantes, que en la larga  "transición a la democracia" de República Dominicana parecen no haberse percatado de la descomunal necesidad de una atención ágil y responsable de las emergencias de los ciudadanos, con una demanda superior a las 4000 llamadas en una semana? ¿Qué perdón se les pide, qué consuelo se les concede, a quienes nunca tuvieron  el "911″?

A todas luces, el "911″ va a contracorriente, y posiblemente sus enemigos más poderosos y fieros no sean 65 mil irresponsables que apenas tienen un teléfono para molestar.