«Hemos acumulado demasiadas derrotas, se precisa de análisis concretos de la realidad concreta para diseñar tácticas que conduzca pequeñas victorias, para acumular experiencias, levantar la moral y exhibir fuerzas» Dantes Ortiz

Entramos en un Año Nuevo, 2020. No lo detuvo nadie, fue inexorable. Las expectativas no se dejan esperar. Los protagonistas confían en convencer a la población para alcanzar sus metas y objetivos en el mediano plazo. De lo que se trata es de llegar al gobierno y en eso se diputan los distintos sectores que componen el conservadurismo, clase social dominante.

Las fuerzas revolucionarias brillan por su ausencia. Algunos dirán: no importa, ese no es nuestro escenario, desconociendo olímpicamente la esencia y el carácter científico de la teoría revolucionaria. No solo están ausentes en la coyuntura electoral, sino en los principales acontecimientos de la vida social, política y económica de la sociedad. Y eso debe ser material de preocupación para los que aspiran construir una nueva sociedad.

El revolucionario debe tener la capacidad de enfrentar, con soluciones efectivas, los problemas que afectan el desenvolvimiento sano y productivo de la sociedad. Dar la cara, prepararse, ante los desafíos del presente y los del futuro. Esto no surge al azar, sino del «análisis concreto de la realidad concreta», sin inventos. Tomando en cuenta la realidad, política, económica y social, objetiva, las contradicciones principales y secundarias, y el nivel de organización y conciencia de sus fuerzas sociales.

El movimiento revolucionario no debe permanecer involucionando constantemente, repitiendo, en forma reiteradas, los mismos errores sin generar una implosión, a lo interno, de sus organizaciones que estremezcan, revolucionar, los cimientos estructurales y de dirección; quitar los obstáculos que impide su crecimiento, ganar el corazón y voluntad de la población, y, en particular, trabajar con las fuerzas fundamentales de la revolución.

Al parecer a nadie le importa un carajo, actúan con mucha irresponsabilidad, como si nada estuviese pasando; peor aún, como si todo marchara de maravilla, y no es verdad. Esto es muy peligroso, porque atrofia un cuerpo responsable de producir los verdaderos cambios, propulsor de una nueva sociedad.

El permanecer indiferente, mirando hacia otro lado, ante un hecho tan grave, es un error. Como muy bien lo señala Mao Tse Tung: «Todas las ideas en favor del estancamiento, el pesimismo, la inercia o la complacencia son erróneas». Estaría cavando su propia tumba. Y eso no es revolucionario.

Si no se entiende, comprende, la etapa por la que atraviesa la revolución estarán confundiendo los escenarios; por consiguiente, equivocando a los enemigos y a los amigos, no identificando las contradicciones principales y secundarias, perdiéndose en el carácter democrático burgués con el socialista, y abandonar el trabajo político en las verdaderas «fuerzas motrices» de la revolución.

El ejercicio de la política se dinamiza y se adapta al tiempo en curso, no es estática y mucha menos muerta. Se alimenta de los avatares de la época para no quedarse en el pasado. Se requiere de una profunda reingeniería comunicacional y organizativa que conecte a los revolucionarios con el pueblo. La gente vive su realidad, quiere ver soluciones, resultados a sus problemas.

He considerado importante redoblar, 2020, las críticas constructivas para vencer la división y la dispersión que afecta a los revolucionarios. Teniendo como punta de partida la unidad, unidad de acción, sobre la base de un plan que tenga como base un programa de luchas reivindicativas políticas, económicas y sociales, que se correspondan a las necesidades de la población. No es un listado interminable «letanía» y aburrido; por el contrario, sería una guía «dinámica» teórica y práctica para trabajar unidos en los sectores puntuales de la sociedad.

Ha llegado el momento de revolucionar el pensamiento y el accionar de los revolucionarios. Presentarse ante la sociedad, con un proyecto de nación democrático, como una fuerza social y política con capacidad de administrar la cosa pública apegada a la ética, la moral y el patriotismo. Promoviendo un gobierno responsable e impulsando la producción nacional y el desarrollo de sus fuerzas productivas; que sustituya la dependencia colonial en los órdenes políticos, económico, social y geopolítico.