Tomé un “concho” en la San Martín el cual, luego de doblar en la Meriño, enfiló hacia Las Mercedes. Y me quedé en la Hostos. Entonces, los vehículos hacían una ruta súper larga que, comenzando en la Máximo Gómez y terminaba en la Feria. Al llegar al Conde, doble a la izquierda hasta el parque Colón, el punto de partida de las protestas populares en aquellos días nerviosos donde, en ese momento, se oía a una multitud gritar.
¡Libertad/ ¡Que no la hay!
En el cine Capitolio, al frente, anunciaban para ese día “Agonía de amor”, con Gregory Peck y del otro lado, en la acera de la Catedral, varias viejitas acariciaban sus rosarios, como presagiando el desastre, mientras en el parque la multitud aumentaba, bajo el grito de:
¡Juventud, juventud/ no permite esclavitud!
Las miradas se dirigían al balcón del edificio número 13 de la calle El Conde, sede del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), desde donde Ángel Miolán, días antes, había presentado al profesor José del Carmen Rodríguez, quien le lanzó al Dr. Balaguer la frase de Cicerón a Catilina, en la primera “Catilinaria”: “Hasta cuando Catilina abusarás de nuestra paciencia”. Él, también, fue el primero en llamar la atención sobre la inscripción grabada en el Altar de la patria que decía: “Dulce et decorum est pro patria mori”, cuya traducción es: “Dulce y decoroso es morir por la patria”. Pero, sobre todo, José del Carmen Rodríguez, hacía pocos días, había estado en primera fila cuando la quema de Radio Radio, uno de los símbolos más odiados de la etapa final de la tiranía del Jefe.
Al lado del PRD estaba el consulado de los Estados Unidos, que se había convertido en refugio de los calieses trujillistas que buscaban la forma de escapar del país, ante el inminente descalabro del gobierno títere que manejaba Ramfis Trujillo, cuya cara visible era el Dr. Joaquín Balaguer. Varias veces estos personajes habían sido identificados por las multitudes enfurecidas que, en diversas ocasiones, les habían propinado soberanas palizas.
De modo, que al llegar me integré militantemente al griterío que lanzaba al viento de la historia este mensaje:
¡Abre el ojo policía/ tu no cabe’ en el avión!
Todo lucía normal.
En El Caribe, en el número 1 de la misma calle de El Conde revisaban revisaba la distribución de las noticias del periódico que saldría al día siguiente, mientras más hacia el Oeste las tiendas no habían perdido su ritmo habitual: La Joyería Prota, La Ópera, La Parisien.
En el “Sublime” varios intelectuales, unos de derecha, otros avanzados, teorizaban sobre los días que le quedaban al régimen. Y hasta allí llegaba el eco de la voz poderosa de la multitud que repetía sin cesar:
¡Que se vayan, los Trujillo! ¡Que se vayan, los Trujillo! ¡Que se vayan, los Trujillo!
Todo iba muy bien hasta que alguien gritó:
––¡Corran que vienen los paleros de Balá!
La gente se movió en varias direcciones, pues junto a perverso Balá estaba la temible Josefina La Gorda, una de las pandilleras que cometía todo tipo de desafuero contra los anti-trujillistas.
Yo fui uno de los que se precipitó al Oeste, por la calle de El Conde, crucé la Hostos y, al llegar a La Duarte, doblé hacia La Mercedes, donde vi que el local del instituto “Duployé” estaba vacío. Seguí por la 19 de marzo, José Reyes, Sánchez, Santomé y, finalmente, la Espaillat. Fue ahí donde me di cuenta de que no había hecho otra cosa que seguir una corriente humana. En esa calle vi una enorme inscripción sobre la pared, donde se podía leer:
“Territorio Libre”
Nos hicieron señas para que torciéramos por ahí y, luego de cruzar El Conde y la Nouel, llegué hasta una cosa que parecía un chalet y subí apresuradamente el techo, donde había otros jóvenes y muchas piedras amontonadas.
Ya allí pude ver que en otros techos ocurría lo mismo.
La tensión era enorme.
“Esperamos la policía”, me explicó uno de los jóvenes que había subido primero.
Y no pasó mucho tiempo hasta que se vio venir, desde el lado del hospital Padre Billini, a un grupo de policías con máscaras que comenzaron a disparar balas y bombas lacrimógenas.
La muchachada le respondió con las piedras.
Y vi a un muchacho flaco, muy cerca de mí, que había sido alcanzado por un “rozón de bala”. Su rostro se cubría de sangre.
Rápidamente, los que estábamos allí corrimos sobre el techo y yo fui uno de los que logró bajar al patio de las casas, en una de las cuales nos dieron refugio. ¡El pueblo apoyaba al pueblo!
Estábamos recluidos en varios lugares de la casa que era, en realidad la “Óptica Félix” y cuyo frente estaba en la Arzobispo Nouel.
Desde allí oíamos los gritos de algunos que atrapaban en otras casas cercanas y que eran golpeados y apresados.
Durante un tiempo todo fue silencio.
Y, como oscurecía –debía ser pasadas las seis de la tarde— pedí que me regalaran un cartel de la óptica para irme a mi casa, pues tenía por costumbre estar en ella antes del anochecer. La gente de la óptica se opuso en principio, pero ante mi insistencia me entregaron lo pedido.
Y salí por la Arzobispo Nouel.
Ahí pude ver que había ya movimiento de gente, a pesar de que los policías estaban por todos lados.
Al avanzar sentí la mirada de algunos.
Pero llegué hasta “Los bomberos” y abordé un “concho”, luego de asegurarme de que tenía los diez centavos para pagarlo.
El vehículo peinó toda la avenida Mella, pasando por la “Casa de los cuadritos”, el cine Apolo, donde exhibían “Amistad sangrienta”, con Sidney Poitier; el mercado Modelo, la juguetería el Gallo (el almacén de los Santos Reyes) y llegó a “La Nación”, donde dobló a la derecha para subir por la José Trujillo Valdez. A la izquierda, el cine Max, que presentaría “La ley del hampa”, con Cliff Robertson y, al lado, el local del Movimiento Popular Dominicano (MPD). Más adelante, a la derecha, el cine Diana, donde exhibirían “Dos amores”, con Shirley McLine. Al llegar a la Caracas, sentimos el aire del Atenas, donde habría una cartelera de lucha libre, enfrentando a Relámpago y el Rayo contra El Vudú y el Corsario Negro.
Ahí mismo estaba el parque Julia Molina.
Y, a continuación, el Coliseo Brugal, en cuya pantalla se mostraría “El jorobado de nuestra señora de París”, con Gina Lollobrigida. A la izquierda, el Julia exponía: “Vivir del cuento”, con Tin-Tan. Y el “concho” enfiló por la Braulio Álvarez, mostrando al imponente cine Trianón, desde donde ya había partido un pintor de carteles, que respondía al nombre de Ramón Oviedo, quien había escrito la información sobre la película de esa noche “Escuela de verano”, con¨Tin-Tan y Flor Silvestre.
No pude ver más adelante, mientras cruzábamos por el Alma, en la misma Braulio Álvarez, cual sería la película del día. Como tampoco lo logré cuando entramos a la San Martín y cruzamos por el cine “Ramfis”.
Pero, lo cierto es que, cuando pasábamos por lo que fue el aeropuerto General Andrews, exactamente frente a la agencia de viajes “Santos Dumont” oí que, por la radio el doctor Balaguer comenzó su discurso así:
“Sean mis primeras palabras para felicitar…”
Sin embargo, en mis oídos y en los de la mayoría del pueblo lo que reverberaba era la voz firma de Viriato Fiallo, de la UCN y el sombrerito de cana, diciendo:
–¡Basta ya!
Yo puedo decirlo.
Yo estaba allí.
(Del libro “Antesala del infierno: yo estaba allí”, a salir el 9 de diciembre, 2019)