En la arena del circo, dispuestos a degollarse entre ellos a golpe de acápites, artículos, y giros interpretativos, debaten jurisconsultos como gladiadores. Combaten, igual que siempre, con sofisticados argumentos, cuya efectividad, al final, dependerá de si el pulgar del emperador gira hacia arriba o hacia abajo. La controversia es espectacular y culta, pero podría resultar irrelevante si queda a merced del poder y no de las leyes.

Los enjundiosos argumentos de los grandes juristas, los tribunales, y los incompresibles debates, se esfumarán en cualquier momento. Bastaría una decisión del actual presidente, una cadena de manipulaciones, sobornos, concesiones y chantajes, para que se olviden artículos, acápites, e interpretaciones. ¿No es acaso a lo que ha venido sucediendo a través de nuestra historia?

El problema de la política dominicana no es la Constitución, a esa se la meten y se la sacan por donde les da la gana. Es la oposición. El alboroto acerca de la legalidad de la reelección es una trampa, una distracción en la que han caído opositores, analistas, y periodistas.

Con tanto poder, dinero, y maledicencia, Danilo Medina intentará reelegirse si lo considerase indispensable para evitar ser llevado ante los tribunales. Pueden desgañitarse abogados e intelectuales, revirar y reinterpretar la Carta Magna, que no servirá de nada. Por eso, presiento que esta discusión, que no se suelta hace semanas, no merece la pena seguirla.

Desde que el presidente, durante el cómodo y “light” conversatorio con Jatna Tavarez, dejó en suspenso su decisión reelectoral, desencadenó exitosamente una descomunal “garata con puños”. Todos dejaron lo que estaban haciendo y se dedicaron a opinar del asunto; y como resultado, se debilitó bastante el tema de las demandas externada por la Marcha Verde, las acusaciones sobre Odebretch, y la infinidad de escándalos que protagoniza este gobierno a diario. Todos se enfrascaron en “el cuento del candado, que ya está contao…”

El problema, repito, no es la Constitución, es la oposición. No tiene líderes, no cede sus débiles candidaturas para buscar candidatos de consenso que apasionen a la población. En la actualidad, Abinader no sube del treinta por ciento, a Hipólito le baja la aceptación, y el resto no logra posicionarse.

Como expone convincentemente Juan Bolívar Diaz en su más reciente análisis, deberíamos seguir intentando formar una gran coalición opositora. Es en ese propósito donde deberíamos concentrar nuestra atención y nuestros esfuerzos. No perdamos más tiempo discutiendo sobre reelecciones.

Debemos tener bien sabido que, de no producirse esa coalición de fuerzas opositoras – y a pesar de las evidencias que colocan a Danilo Medina y a Leonel Fernández dentro de la categoría de delincuentes políticos – cualquiera de los dos pudiera obtener una fácil victoria electoral. No importa lo que les cueste, si se colocan en la boleta, conseguirán triunfar.

Un nuevo gobierno peledeista terminaría por destrozar lo que queda de democracia y de justicia, y nos dejaría anclados en el subdesarrollo. Además, destrozaría los endebles partidos mayoritarios, sacando de circulación a sus actuales candidatos. Y ni hablar del tiro de gracia que recibirían los escasos valores morales que atesora esta sociedad.

Como en otras naciones, la única posibilidad de violentar civilizadamente el poder establecido es a través de una poderosa oposición, y aquí no la tenemos. En su ausencia, la formación de una gran concentración opositora produciría su derrota. Pero todo parece indicar que los partidos mayoritarios, en especial sus líderes, se resisten a convertir en realidad esa unión cívica. Ego versus patria, “that is the question”.