En el último año la sociedad dominicana ha sido testigo como el culto a la personalidad se ha instalado con mayor firmeza en el litoral gubernamental. Si bien, ya se venían dando expresiones de uso de los recursos públicos para la promoción personal de funcionarios públicos, el acto realizado el martes 27 de diciembre en el palacio nacional, retrotrae al país a momentos históricos que se creían superados.

Como resultado de una imperiosa necesidad de reconocimiento, quien dirige el Poder Ejecutivo se ve compelido a propiciarse escenarios para tales fines. Es así que cada vez son más asiduos, los actos de besa de mano al Presidente, quien al lado de quienes entiende son sus sucesores, se dedica a recibir las loas de sus acólitos.

Fiestas populares, actos en palacio, así como publicaciones pagadas en periódicos de circulación nacional, son dedicadas a rendir pleitesía a quien con pesar se despide de la silla presidencial.

Sin duda el poder aliena y crea una autovaloración basada en la lisonja cotidiana, que oculta hasta el más mínimo defecto llegando a los extremos del rey desnudo.

Un ego que se construye al pensarse como un brillante estadista de dimensión mundial, como consecuencia de sus fundamentales aportes a la política internacional, que sin duda redundarán en la solución del conflicto palestino-israelí, así como la eliminación de la especulación de los alimentos a nivel mundial.

Mientras tanto, los jóvenes de nuestros barrios caen abatidos por la principal política de seguridad ciudadana, los intercambios de disparos;  al igual que las esperanzas de los campesinos y campesinas de esta tierra, como consecuencia de la mafia especuladora nacional.