“El buen arquero no es juzgado por sus flechas, sino por su puntería”-Thomas Fuller, clérigo y escritor británico.
La mayoría de los países del planeta tienen una apuesta firme a la eficiencia energética y la energía renovable. En particular, los países desarrollados, los principales causantes de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), entienden que de estos dos pilares deben derivarse las soluciones del problema. Los del grupo de los menos avanzados, además de los beneficios marginales que aportan al clima, priorizan el ahorro de recursos resultante y su destino a objetivos del desarrollo.
Los desafíos son serios para las próximas décadas. A nivel global se considera que, existiendo el compromiso político y una alianza efectiva con los actores privados, puede lograrse la reducción de más del 90% de las emisiones relacionadas con la energía, siempre bajo la determinación de privilegiar tecnologías seguras y ampliamente disponibles, no basadas en los combustibles convencionales.
Para lograr tal nivel de reducción de las emisiones nocivas a la salud y al ambiente, se precisa que la energía renovable pase de 15% del suministro total de energía primaria en 2015 (la que existe en estado natural o sin haber sufrido ningún tipo de transformación física o química mediante la intervención humana) a algo más de un 66% en 2050 (35 años). Por otra parte, se espera que en el mismo período la intensidad energética de la economía global -relación entre el consumo de energía y el producto interno bruto-se reduzca en la misma proporción.
Aquí hay más complicaciones porque la eficiencia energética agregada supone actuaciones en múltiples ámbitos correlacionados. Ellas enfocarse en la mejora de todos los consabidos indicadores directamente relacionados: de transformación y generación; de factor de capacidad para instalaciones de explotación y transformación, centrales eléctricas e instalaciones de transporte y de almacenamiento, y el factor de pérdidas por transporte y distribución de energía (indicador que mide el grado de desarrollo del sector energético).
A estos indicadores y las acciones relacionadas debemos adicionar la implementación en paralelo de todo un conjunto de medidas posibles, tales como la certificación de los sistema de gestión de la energía (ISO 51000); incremento de la eficiencia de los sistemas de frío comercial; optimización del consumo energético en los sistemas de aire acondicionado; bombas de calor e iluminación con la implementación de sistemas de control en la industria hotelera (sensores de ocupación que controlan las unidades de aire acondicionado) y la sustitución de los esquemas de alimentación interrumpida (UPS, por sus siglas en inglés) existentes por esquemas estáticos de alta eficiencia.
También la sustitución, adecuación o modernización de sistemas de aire acondicionado de alta eficiencia; incorporación del aislamiento térmico que minimice las pérdidas de calor o frío en tuberías industriales; actualización a nivel industrial de las calderas de proceso; transición rápida a las lámparas led; modernización de los esquemas de refrigeración industrial; sustitución de motores eléctricos tradicionales por nuevas unidades con sistema de variación de frecuencia y, finalmente, mejoras posibles de las instalaciones de cocción, secado y fundición, entre otras, (hornos industriales). Es un trabajo enorme que supone un elevado y permanente compromiso gubernamental y empresarial.
Podemos colegir que la ruta del aumento de la participación de las renovables en la matriz de generación dentro de una visión de transición energética, parecería más fácil de transitar que las medidas sistémicas y deliberadas de incremento del ahorro de la energía y la eficiencia energética.
De hecho, los dominicanos hemos avanzado mucho tanto en renovable como en eficiencia energética (la intensidad energética se ha reducido más o menos a la mitad en los últimos 20-25 años). No obstante, en uno y otro ámbito de trabajo carecemos de políticas actualizadas de Estado orientadoras y de planes especializados de largo plazo (Plan Nacional de Acción de Eficiencia Energética, como se llama en la UE, y Plan Nacional para la Penetración de las Fuentes Renovables de Energía, partiendo de los estudios hechos por la CNE).
El primero es un formidable instrumento de planificación que incluye en todas partes los objetivos nacionales de eficiencia energética, los ahorros posibles de energía primaria y secundaria, medidas de política, regímenes obligatorios, auditorías y sistemas de gestión, medición y facturación, programas de información y formación, y esquemas de calificación, acreditación y certificación (un componente valiosísimo que corresponde a la infraestructura para la calidad del país: Sidocal).
Este plan debe incluir igualmente el trato analítico y propositivo de la eficiencia energética en edificios privados (que hasta el momento ha sido solo retórica) y organismos públicos; compras sostenibles por organismos públicos (el MEMRD preparó una propuesta al respecto); medidas del ámbito del uso final (industria y transporte principalmente); calefacción y refrigeración y, obviamente, como ya hemos mencionado al tratar el tema de los indicadores, todo lo relativo a la transformación, transmisión y distribución, además de los criterios de eficiencia energética en las tarifas y en el diseño y regulación de las redes.
Existen otros muchos otros tópicos adicionales, pero, cualesquiera que sean las prioridades políticas y técnicas que se establezcan formalmente, la elaboración del marco de políticas y de los planes mencionados resultan ser prioridades insoslayables. Las buenas referencias y prácticas regionales e internacionales abundan. Además, tenemos avances normativos (anteproyecto de Ley de EE) y un proyecto en desarrollo de sustitución de lámparas de sodio por dispositivos led (BID-JICA) en el alumbrado público.