Uno de los atractivos más incitantes que hasta hace poco años tenía el viajar al extranjero consistía precisamente en descubrir lo extraño que resultaba para un visitante las costumbres y las usanzas de los pueblos de acogida, constituyendo muchas de ellas motivos de asombro tanto por su radical diferencia respecto a las propias como por sus similitudes con las encontradas en otros territorios.

Representaba un disfrute sin igual para los ojos, oídos, paladar, nariz y en especial para el intelecto desembarcar en una comunidad en que deambulaban hombres enturbantados y mujeres envueltas en coloridos saris hablando un galimatías incomprensible dentro de un ambiente saturado de olores, donde era posible degustar sabores nunca antes conocidos.

A estas gratas impresiones se sumaban además las singularidades de naturaleza geográfica o topográfica, sus bienes históricos y arqueológicos, sus características raciales, sus peculiaridades botánicas y agrícolas, y desde luego sus originalidades artísticas y culturales, no existiendo posibilidad alguna para que el aburrimiento se apodere del vacacionista.

Durante mi septuagenaria existencia España ha sido uno de los afectos más constantes de mi vida, empezando todo cuando en 1953 fui discípulo del Instituto Iberia en Santiago de los Caballeros, siendo desde 1971 un asiduo visitante de su área peninsular, insular y continental (Ceuta y Melilla) y por consiguiente testigo de su etapa franquista, de transición y de su integración a la Unión Europea.

Si en verdad la represión impuesta desde 1939 yugulaba cualquier asomo de modernización y europeización del país, en las grandes ciudades y sobre todo en los poblados de provincias, el turista tenía la ocasión de visualizar rasgos y manifestaciones de secular tradición que el régimen se empeñaba en certificar como propias de las etnias que lo habitaban.

Muchos de estos comportamientos fueron magistralmente descritos por los dos mejores novelistas españoles el castellano Miguel de Cervantes y el canario Benito Pérez Galdós, y con posterioridad Miguel de Unamuno, Cansino Assens, Pío Baroja, Ortega y Gasset, Ramón J. Sender y Camilo José Cela entre otros, escribieron páginas memorables reseñando la idiosincrasia y cultura de este mosaico étnico.

Desde mis primeras visitas a este país, cuáles atributos y testimonios de su población me impresionaron más e incorporé de inmediato a su identidad o perfil?

Al salir por esas calles de Dios me apercibí que mi estatura 1.82 metros superaba con creces la del promedio de la población peninsular, y que su forma de hablar no solamente era diferente a la nuestra sino que en el manejo del idioma nos aventajaban en corrección y propiedad, resultando común y corriente que un camarero o dependiente de una tienda se expresara mejor que un profesional dominicano.

En aquel entonces los inmigrantes de Madrid, Barcelona y Bilbao eran mayormente andaluces, extremeños y murcianos, o sea, todos procedentes de otras regiones del país aunque menos favorecidas económicamente, y si acudía a los bares, cafeterías y plazas frecuentadas por ellos en las referidas ciudades, tomaba conocimientos de su manera de perorar, gesticular y vestir, así como de sus preferencias culinarias, culturales y deportivas.

Muy a menudo sorprendía a muchos viandantes solitarios hablando en voz alta y con bruscos ademanes, o sea con ellos mismos, comportamiento indicativo de que la vida en sociedad requiere para su normal sostenimiento  silenciar lo que realmente pensamos de los demás, pero la eruptiva idiosincrasia española es incontenible debiendo desahogarse refiriéndole al aire, al viento su personal y verdadero sentir.

Por el gran número de curas y monjas avistados en las principales calles y avenidas de las capitales provinciales, el forastero pensaba que el Episcopado español celebraba con frecuencia encuentros o celebraciones de la más variada índole, predominando en la atmósfera  urbana un difuso y persistente olor a ovejas, incienso, cera derretida, sacristía, sotana y como contrapunto el tañido de las campañas eclesiales.

Los aficionados a los toros celebraran sus ruidosas tertulias en plazas, parques y bares del género, y no pocas veces cuando le solicitaba a un transeúnte anónimo por una dirección cualquiera éste abandonaba el itinerario que llevaba para acompañarme personalmente al lugar demandado, sin que al final de este altruísta servicio me requiriera alguna ayuda económica y mucho menos me despojara con violencia de alhajas o accesorios de valor.

En los años setenta del pasado siglo el puterío callejero estaba integrado en su mayor parte por regordetas matronas parecidas a la reina Victoria de Inglaterra al final de su largo reinado, y cuando advertían tu interés  te desglosaban su menú y el valor de sus prestaciones.  Recuerdo siempre una que al final me precisó esto: “oye majo 500 pesetas y 1000 al vicio que me pidas”. Eran cosas de la época.

Desde su ingreso a la Unión Europea en los años ochenta y la subsiguiente globalización y apertura de los mercados, una espiral de desarrollo y modernización se emplazó en España que desde mediados de la década pasada ofreció muestras de agotamiento o excedencia permitiéndoles a los más curiosos observadores evaluar sus impactos sobre la sociología e identidad del país.

En las pasadas navidades y no obstante el frío polar soportado en Madrid y Barcelona me dispuse pacientemente comparar lo que vi hace cuarenta o cincuenta años atrás con lo que observaba a pie de calle en los actuales momentos.  A mi pesar debo confesar que lo inventariado respaldaría lo sentenciado por el poeta castellano Jorge Manrique al exclamar que todo tiempo pasado fue mejor.

En apretado resumen los resultados de esta decembrina lectura son los siguientes:

Sea en el Paseo de Gracia, Vía Layetana, la calle de Alcalá o la Gran Vía la estatura de la generalidad de los españoles que transitaban era más alta que enantes, menos significativa su diferencia con respecto a la mía, incremento que en el pasado fue registrado también en la población del Japón y que de seguro ocurrirá en el futuro con los chinos, coreanos y malayos. La explicación avanzada es la de una mejoría en la calidad de la alimentación.

Pronunciar de manera diferente la ce y la ese y resaltar la fonética de la zeta que tanto distingue el castellano de la península del hablado en Hispanoamérica, se encuentra hoy en sistemática retirada en las principales ciudades españolas, escuchándose en su lugar, y de forma cada vez más acusada, el español del altiplano andino, de la cuenca del Caribe y del cono sur, además del pujante protagonismo del inglés, árabe, swahili, yoruba y otras lenguas de la Europa oriental y el Lejano Oriente.

Los andaluces, extremeños, murcianos y gallegos que antes eran los inmigrantes en las zonas industriales de España regresaron hace tiempo a sus comunidades de origen, los cuales han sido reemplazados por fugitivos económicos de Hispanoamérica, África del Norte y Subsahariana, de los antiguos países de la órbita soviética y  numerosos asiáticos como los filipinos, pakistaníes, vietnamitas, hindúes, del Bangladesh e indonesios principalmente.

Como mulato dominicano no abrigo  ninguna segregación racial hacia éstos emigrantes que tratan escapar de la pobreza, pero siento clara nostalgia por aquella época en que  la chispa de un taxista sevillano, el salero de un mesonero murciano, la gracia de un bartender gallego o la guasa de un ascensorista extremeño convertían la estadía en España en un divertido espectáculo donde todos los elementos populares eran autóctonos.  Era un verdadero acontecimiento arraigadamente ibérico.

A mi juicio lo que ha desnaturalizado más la España folclórica que conocí en el siglo pasado es la viral pandemia de los teléfonos móviles y sus aplicaciones accesorias (cámara, radio, grabadora etc) pues esta especie de “Sésamo electrónico” por sus múltiples usos ha sustituido muchas de sus expresiones callejeras, de sus manifestaciones públicas en fin de sus actitudes espontáneas que le distinguían como un pueblo distinto a los demás.

En esta visita no descubrí a nadie hablando solo por las calles, y en el caso de avistar uno éste tenía audífonos o micrófonos incorporados al móvil y por ello lo hacía.  También fue mínima la presencia urbana de los representantes terrestres del denominado Hijo del Carpintero, ganando cada vez más espacio miembros de otras religiones, de sectas esotéricas o apocalípticas, y de organizaciones laicas.  Las únicas campanadas que se escuchan provienen de los relojes públicos de un krishna extraviado o de un miembro del ejército de Salvación.

Con respecto a los toros hago constar que sus opositores han logrado prohibir la denominada fiesta brava en varias regiones menguando notablemente su interés por parte de la población, y aunque en las páginas deportivas de algunos periódicos recogen sus incidencias en las plazas permitidas, es justo reconocer que la tauromaquia está en la actualidad de capa caída. !Quién lo hubiera creído en la época de Manolete y Dominguín!

De aquella natural e instintiva confianza del español promedio hacia todo aquel que le solicitaba ayuda en la vía pública debo señalar que hoy es una pieza de museo, o sea que pertenece a la historia, y en las presentes circunstancias su reacción ante cualquier solicitud es en un primer momento retroceder, mirar hacia los lados y luego de observarte rápidamente de pies a cabeza, responder negativamente indicando que no tiene la menor idea de lo requerido.

En el mercado de la carne humana la telefonía móvil y sus múltiples servicios han revolucionado de arriba abajo el negocio, reduciendo a su mínima expresión los clásicos avances del galanteo, del acercamiento verbal entre la mercenaria y el momentáneo pretendiente, aunque aun sea posible en ciertas zonas metropolitanas el cortejo al viejo estilo, como se acostumbraba en otros tiempos.

Mediante el móvil de la meretriz, el futuro cliente no solo conocerá en pantalla su figura en paños menores sino que podrá leer la naturaleza de sus prestaciones sexuales, sus servicios no convencionales, el precio de cada una de ellas, el tiempo de arriendo y el uso obligatorio de preservativo, constituyendo un eventual regateo la única forma de intercambio oral previo a la consunción de un acto donde lo físico, lo estrictamente corporal es el santo y seña del acoplamiento.

Los picantes comentarios que ante antecedían a este tipo de ayuntamiento carnal, y que en cierta medida lo despojaban del carácter brutal y mercantil inherentes a todo proceso de compra y venta, ya no tienen lugar, privándose el arrendatario de escuchar por parte de su ocasional acompañante las expresiones soeces y barriobajeras que tanta fascinación y morbo le otorgaban a la cópula por dinero hasta hace solo unas décadas atrás.

Hasta el último tercio de la centuria pasada el aire de las grandes avenidas y en especial de las estrechas calles españolas estaba saturado por los efluvios de su variada y rica culinaria, destacándose ante todo el de los pescados y mariscos fritos en aceite de oliva, del estofado de ternera, del cocido y gazpacho andaluz, de la sopa de ajos, de la paella valenciana y de la fabada asturiana entre otros.

Hoy todas estas apetitosas emanaciones están remitiendo paulatinamente suplantadas poco a poco por otras pertenecientes a cocinas peregrinas, predominando las anodinas propias a la comida basura Norteamericana (hamburguers, hot-dogs, frituras de pollo) las de penetrante olor  como la turca (Doner kebab, sis kebab, paticlan kebab) la árabe (falafel, cuscús) la italiana (pizzas y pastas), la tailandesa, china, mejicana y otras más.

Salvo la masiva afluencia de turistas en  España ya nada es como antes, la revolución tecnológica, la globalización y el desarrollo han cambiado a pasos agigantados la sociedad que hace más de cuarenta años conocí, y aunque para muchos esta fase que podíamos calificar de digital es preferible a la analógica de antaño, para los nostálgicos como el autor de este artículo su lectura es como una invitación a la melancolía. 

Bajo estas novedosas circunstancias no debe provocarme ningún asombro que las grandes mayoría españolas, en lugar de favorecer en su intención electoral a personas formales, prestantes, de respecto están cerrando filas con PODEMOS cuya figura emblemática Pablo Iglesias recuerda con su coleta, no al español solemne de antes sino a un hippie redivivo, y su tercer hombre a bordo Juan Carlos Monedero parece un recién graduado de las becas Erasmo.

Reconozco que si el nivel de desarrollo de un pueblo puede evaluarse por el trato que dispensa a los niños, mujeres, personas mayores, animales y al medio ambiente, la España actual ha progresado muchísimo, pero el mismo se ha realizado a costa del menoscabo o la total desaparición de rasgos o manifestaciones que en mis años mozos atribuí al carácter nacional, a su identidad como pueblo.

No obstante esta aparente desnaturalización o metamorfosis, mi querencia hacia la tierra de mis antiguos profesores ya fallecidos Don Pepe Jiménez Miralles y David Masalles Lafulla se mantiene tan pura como la del agua de un coco sin abrir, y si como decía el poeta no vemos las cosas como son sino como nosotros somos, pido disculpas si mis observaciones no son del agrado de quienes también visitan con frecuencia a la otrora denominada madre patria por los países del llamado Nuevo Mundo.