La predicción del mensaje bíblico es una parte importante en la liturgia religiosa cristiana; por tanto, el sermón debe causar efecto de manera segura a los fieles oyentes.
El efecto del mensaje debe ser positivo, purificador, edificante, moralizante, de elevación y fortaleza espiritual, fehaciente, de esperanza, y de pureza de amor. Debe coincidir con la enseñanza de Pablo en I Corintios 13: 1ss. Tal es, como el amor, no debe ser: “un metal que resuena o un platillo que hace ruido”
De otro modo, el mensaje predicado puede ser para amonestar, reprender, corregir, pero no con palabras hirientes, ni sentencias condenatorias, o imposición de juicios. En ningún caso esto le toca al predicador.
Es apreciable, que el sagrado discurso, sea una plática didáctica, una disertación instructiva para señalar como mejor vivir conforme a los mandamientos de Dios, y los preceptos de las bienaventuranzas de Jesús Nazareno; de acuerdo al evangelio según Mateo 5:1ss .
El sermón podría ser una exhortación para: animar, orientar, aclarar, o tal vez, enfatizar una noción, una idea, una información, un suceso pasado, que inquieta el ambiente; y que el predicador entiende que es saludable orientar a la congregación de manera diáfana e imparcial.
El discurso evangélico es para proclamar que: Dios amó de tal manera a su creación, que se encarnó y se hizo presente en la persona de Jesús el Cristo, vivió, detalló el código del buen vivir, señaló el carácter de la verdad y la vida, confirmó el consuelo de los creyentes, auguró la esperanza que mantiene la fe firme y creciente para tener vida abundante aquí, y heredar y gozar en la vida eterna en la gloria celestial.
El sermón es con el propósito de abrir el entendimiento de los oyentes, sensibilizar sus conciencias, estimular la oración, confirmar el perdón a los arrepentidos, pautar la estrecha ruta hacia Cristo en el impetuoso mar de las tentaciones, y para prepararnos para vivir en paz y armonía, y morir con la esperanza de la vida eterna.
La homilía religiosa se pronuncia a la iglesia congregada, para estimular el fervor religioso. No debe ser como los tambores de los cultos del voodu para incitar la exaltación descontrolada. Tampoco debe tener el efecto de las clarinadas de las trompetas para excitar a los soldados a ir a la guerra.
La explicación desde el pulpito debe ser para inculcar humildad; robustecer la seguridad en medio de la tormenta; capacitar para bregar con los afanes cotidianos; infundir serenidad en este agitado mundo, y brindar ayuda para concretar la buena voluntad, a fin de seguir amando a Dios sobre todas las cosas, al prójimo y a uno mismo.
El recordado escritor inglés, C.S. Lewis, dijo lo siguiente, sobre el propósito del sermón: “es para preparar personas comunes para el destino extraordinario: la vida eterna”.
El encargo de Jesús a sus discípulos al momento de su ascensión fue: “Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre de Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes.” (Mateo 28:19).
Dada la importancia que tiene enseñar al pueblo, el predicador debe preparar el sermón con suficiente tiempo, después de orar y leer las Santas Escrituras. La preparación del mensaje bíblico debe ser hecha con mucho cuidado, buen tacto, palabras sencillas, conceptos de fácil entendimiento, fundamento teológico-bíblico, principios de la ética-moral, en conformidad a la doctrina apostólica, y en concordancia de la tradición de la Iglesia. Tiene que ser así, pues, el discurso religioso debe causar efecto directo en la mente y el corazón de los fieles oyentes.