En este mundo de informaciones instantáneas, los problemas que enfrentan los países son bien conocidos. Ni siquiera las dictaduras más férreas pueden ocultar las condiciones en que viven sus pueblos. En sociedades más abiertas a la información y a la crítica asuntos tan universales como la inmigración se convierten en “pan nuestro de cada día”.  En Norteamérica nos pasamos un año completo discutiendo una reforma inmigratoria que ha quedado pendiente más allá del alivio temporal  representado por un decreto presidencial que favoreció a un número significativo de indocumentados.

Estados Unidos enfrenta problemas difíciles y complicados que han sido agravados por su condición de potencia cuyos tentáculos se extienden en todas direcciones. No es cuestión de defender o rechazar lo que algunos pueden considerar interferencia en los asuntos de otros, pero se trata de una realidad sin importar la posición que se adopte al respecto.

El monumental volumen de la economía estadounidense contribuye a hacer más difícil la tarea de cualquier gobernante, aunque en realidad los altos círculos financieros ejercen una influencia tal que muchas veces los más altos funcionarios del gobierno pudieran parecer más bien como ejecutivos de alto rango de las grandes empresas, las que generalmente inciden también en la comunidad internacional.

Estados Unidos es todavía una nación indispensable para la economía mundial y mucho más para los países del Caribe.  Sin las remesas de los emigrados y el turismo estadounidense sería casi imposible sobrevivir en estas latitudes. Y no nos limitemos a las áreas colindantes. Imaginar una economía europea sin Estados Unidos en cualquier ecuación o fórmula sería tan poco razonable como negar que la China es la gran prestamista de Norteamérica. Claro que Estados Unidos necesita de otros países, pero puede prescindir de algunos. Me pregunto cuál entre ellos puede prescindir totalmente de Estados Unidos.

Más allá de consideraciones ideológicas, estratégicas y de circunstancias del momento, sería bueno repasar algunos datos. En los días finales de la última administración Bush parecía que se avecinaba otra Gran Depresión como la del 1929. Seis años después del 2008, no sólo los bancos no han quebrado sino que las operaciones bursátiles siguen produciendo billones, el desempleo disminuye, los indicadores económicos y la confianza del consumidor están en alza. La Bolsa de Valores anda por los 18,000, duplicando las cifras de hace seis años. Los intereses permanecen bajos y la compra y venta de viviendas y grandes edificios ha recuperado intensidad. Una noticia reciente anuncia que el dólar recupera su fuerza comparado con monedas de otros países occidentales y de Rusia. Hasta ha bajado el precio del petróleo, lo cual favorece a Norteamérica. La lista sigue.

El tema electoral aparece con frecuencia, pero muchos asuntos tienen que ver con ciclos económicos más que con partidos políticos. Además de los naturales altibajos de la política, la derrota oficialista en las elecciones parciales, utilizada en ciertos medios para indicar serios problemas nacionales, no fue sino la repetición del “síndrome del sexto año” que afecta casi siempre al oficialismo en Norteamérica, sobre todo cuando la concurrencia a las urnas es escasa.

El fin de año coincidió con restaurantes repletos, el flujo de automóviles es impresionante. Nuevas universidades y escuelas se inauguran constantemente aunque en otros países la calidad de la educación sea superior. Casi toda la población dispone de electrodomésticos, celulares, computadoras. En algunos hogares funciona más de un televisor por cada miembro de la familia.

Estados Unidos comparte con el resto del mundo los problemas de inmigración, la escalada de violencia y delincuencia, el declive moral y mucho de lo demás. La guerra asimétrica y el terrorismo islamista hacen su aparición con frecuencia y debe preocupar, pero los países árabes e islámicos se han ido dividiendo en sus actitudes. No existe un bloque monolítico de musulmanes contra Occidente. Por otra parte, el terrorismo es tan viejo como el mundo y no se resuelve derrocando gobiernos e instalando sustitutos favoritos sin conocer exactamente lo que vendrá después.

No nos proponemos elogiar incondicionalmente el “American Way of Life” o la política exterior estadounidense, temas en que hay mucho, muchísimo, que criticar, pero en algunos ambientes se difunde la idea de que Estados Unidos “está en las últimas”, lo cual constituye una gran exageración. En el pasado se decía que el mundo comunista, Japón o Europa reemplazarían a Estados Unidos. Todo eso es ahora historia.

Algún día, las contradicciones del sistema, como sucedió con otras naciones y otras ideologías, conducirían a una situación casi imposible de resolver, pero esa hora no ha llegado. Las imperfecciones  e injusticias de la democracia representativa y la “libre empresa” son realidades comparables en algunos aspectos a los de otros sistemas existentes, pero no indican claramente la llegada de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, asunto que está en las manos de Dios y no de los humanos.

En lo que a Norteamérica se refiere, nada de lo  mencionado puede compararse a la Guerra Civil de 1865, las dos guerras mundiales del siglo XX o a la crisis de los cohetes de octubre 1962. Ahora bien, “no todo es color de rosa”. El imaginar que Rusia iba a defender sistemáticamente los intereses de Occidente o de Europa, que los islámicos aceptarían el estilo de vida  occidental y que el lucrativo negocio del narcotráfico desaparecería por arte de magia, no eran sino “sueños de una noche de verano”.  La condición humana sigue siendo la misma. En Estados Unidos y Occidente prevaleció un optimismo exagerado con el derrumbe de la URSS y el mundo socialista. Algo tan fantasioso como aquello del “mundo unipolar”.

El cuadro de hambre, miseria, narcotráfico, violencia, guerras civiles, fanatismos religiosos, prejuicios raciales y étnicos, y todo lo demás, es muy real y preocupante en el planeta. Estados Unidos enfrenta problemas, como ha sucedido desde el primer día de su creación, pero el país puede responder a los más pesimistas, al menos todavía, con aquello de “los muertos que vos matáis gozan de buena salud…”