Los analistas y encuestadores han expresado opiniones acerca del resultado de las elecciones estadounidenses de “a mitad de término”. Algunos hablan del “mensaje” que los electores han enviado al resto de la población. Otros explican en detalle los resultados en contiendas específicas. Ahora bien, con pocas excepciones en la historia, el partido de gobierno siempre pierde escaños en el Senado y la Cámara en elecciones celebradas seis años después de la primera toma de posesión de un Presidente. Nada sorprendente ha ocurrido.
Además de la escasa concurrencia de votantes, las encuestas a boca de urna revelaban que, independientemente de la forma en que se emitía el sufragio, el elector promedio rechazaba, en cuestiones fundamentales, tanto al Partido Demócrata como al Republicano. Los demócratas, al verse obligados a defender un número elevado de escaños obtenidos en el 2008, estaban en desventaja, teniendo en cuenta la baja popularidad del actual mandatario. En el 2006, sexto año de su predecesor George W. Bush, otro presidente que terminó su mandato con poca popularidad, los republicanos, que controlaban ambas cámaras, las perdieron al mismo tiempo, algo peor que lo que acaba de ocurrir a los demócratas este año.
La tercera parte del Senado se elige cada dos años. Cada senador debe servir seis años antes de buscar reelección. Pues bien, dentro de dos años, el Partido Republicano confrontará una situación que le hará muy difícil mantener la mayoría que acaba de obtener. Se discutirán 34 escaños, de los cuales 24 son actualmente republicanos, mientras que los demócratas sólo tendrán que defender 10. Gran parte de los senadores republicanos que busquen entonces su reelección tendrán que hacerlo en estados con tendencia demócrata.
Pasando a la Cámara de Representantes, el cuadro sería quizás mejor para los republicanos, pero sin que necesariamente logren conservar la docena de curules adicionales obtenidas este año. Es más, en elecciones presidenciales, que atraen una votación mucho más alta de las clases más pobres, de los jóvenes y de las minorías, la cambiante demografía favorecería, con mayor grado de probabilidad, a los demócratas. En otras palabras, los republicanos posiblemente mantengan entonces el control de la cámara baja, pero sin la significativa mayoría de que disfrutan actualmente.
Antes de hablar propiamente de demografía, se impone mencionar la economía. Existe disgusto en el país con ambos partidos y eso afecta al partido gobernante. Algo muy parecido a lo que está sucediendo en España al Partido Popular. Pero el ciclo económico que heredó la actual administración de su predecesora en aquel año 2008, cuando triunfó Obama por primera vez, ha ido mejorando apreciablemente y el desempleo sigue disminuyendo.
Es la demografía la que debe ser estudiada prioritariamente con vista a las próximas elecciones presidenciales. El Presidente ha anunciado que utilizará sus facultades ejecutivas para emitir decretos en caso de no lograrse un acuerdo legislativo sobre inmigración. Si los republicanos continúan obstaculizando la aprobación de una generosa reforma inmigratoria, los hispanos volverán a votar abrumadoramente por los demócratas. Ese tema no admite mayor discusión
Bastantes problemas tienen ya los republicanos con los afrodescendientes, los homosexuales, las mujeres y la nueva generación como para contribuir a agravar su ya precaria situación entre los votantes de origen hispano. La política timorata del Presidente Obama, caracterizada por la indecisión, ha alejado de las urnas a muchos votantes de habla española, pero los republicanos, al dominar ambas cámaras, no podrían ofrecer excusas convincentes a a los votantes hispanounidenses, el grupo con mayor crecimiento.
Aún si estas elecciones se interpretan como un plebiscito contra Obama, lo cual tiene cierto sentido, la escasa votación y los pequeños márgenes de victoria individual no dicen mucho acerca del 2016. Los mejores amigos recomiendan a los republicanos que, más que celebrar, deben dedicarse a mejorar su actitud hacia las demandas de los hispanos y evitar nuevos problemas con las otras minorías. Y depender prioritariamente de impredecibles acontecimientos internacionales para lograr así una mayoría definitiva pudiera no ser adecuado, o suficiente, para contrarrestar los grandes cambios demográficos internos.
Quizás en el 2016 se produzca la victoria republicana. Los demócratas tienen también una larga historia de errores y falsos triunfalismos. Nadie puede estar seguro de lo que sucederá a dos años vista. Eso sí, mientras tanto, los republicanos pueden complicar la vida al gran indeciso, es decir a Obama, pero éste puede vetar las leyes aprobadas por un Congreso republicano. Y los demócratas del Senado, con sus 45 o 46 votos, pueden detener la legislación republicana. Para impedir la discusión de una ley en el Senado basta con 40 votos.
Mientras aguardamos por los candidatos republicanos que se enfrentarán a la muy probable candidata demócrata, la ex primera dama, ex senadora y ex secretaria de Estado Hillary Clinton, que ya hace campaña estado por estado, seguiremos viendo a Obama en una difícil situación con un Congreso republicano. Ambos partidos seguirán contribuyendo a la polarización prevaleciente, la cual sitúa los intereses de los partidos antes que los de la nación. Sin olvidar el dato adicional de que las elecciones, por el costo billonario de las campañas, sujetan el bienestar de la población al beneficio de unos pocos “contribuyentes”.
Las frecuentes indecisiones de Obama y la frustración política que ha ido en aumento han concedido un buen año a los republicanos, pero éstos, como sus adversarios, no disfrutan ahora de mucha popularidad sino todo lo contrario. El “mensaje” de estas elecciones no convence a la mayoría de la población. Y el mensaje de los dos grandes partidos no es demasiado convincente.