La locura puede tener límites, pero no siempre: EE. UU. es el mejor ejemplo. Un tiroteo más en una escuela pública y 17 víctimas. A los pocos días de la tragedia, no a muchos kilómetros del recinto escolar, los pro-armas se atreven a organizar otro de los gunshows que hacen famoso al Estado de la Florida, en el que la gente hace largas filas para obtener su AR-15 (más en boga luego de la matanza).
Una sociedad que entroniza las libertades, amparada en el libre mercado, pero que ha perdido la capacidad de raciocinio. Se trata del país con la tasa más elevada de homicidios con armas de fuego del mundo[2]: cada 15 minutos alguien muere por un disparo; a su vez, con la tasa más elevada de posesión de armas en manos de civiles: 88.8 por c/100 hab.[3]. La mayoría de estas muertes no se relacionan con tiroteos masivos, sino que más bien responden a una conflictividad social exacerbada por el armamentismo: solo en 2016 ocurrieron 11,760 homicidios[4].
El National Institute for Health Research en las últimas décadas solo ha otorgado al tema de violencia armada y sus impactos 3 premios de investigación, mientras que a otras epidemias que no se asemejan en daños causados, como el cólera, por encima de 200 premios[5]. Desde los 70’s, más estadounidenses han muerto por impacto de bala (1.4 millones) que en todos los conflictos bélicos, incluyendo la guerra de Independencia (1.3 millones).
Muchos son los factores que han provocado tales niveles de violencia. Desde una interpretación exegética y descontextualizada de la 2da. enmienda constitucional, que establece el derecho ciudadano al porte y la tenencia, una economía sustentada en gran medida en la industria del miedo y, por consiguiente, en la venta descontrolada de armamento, hasta una cultura pop que banaliza y promueve las expresiones de violencia extrema por doquier.
Dado este escenario, pareciera imposible poder cambiarlo, sin embargo, con Parkland ha pasado algo distinto: ahora son las víctimas directas las que se están movilizando, a pesar del dolor, exigiendo que se tomen medidas drásticas para impedir que otra vez vuelva a ocurrir, estrujándole en la cara a la NRA, y a los políticos que cogen su dinero a cambio de silencio, su total culpabilidad.
Es por ellos que se aprueba una nueva ley de control de armas (aunque no incluye la prohibición de ventas de fusiles de asalto), y que nace un movimiento masivo a favor de mayores restricciones (@NeverAgainMSD). No van a lograr por ahora desmontar las estructuras de poder que mantienen el estado de cosas, pero muy probablemente sí será por ellos que el discurso pro-armas deje de convencer. La indignación debe ganar.
[1] Pensando en Emma González, y en todas las víctimas.
[2] https://www.nytimes.com/interactive/2017/11/06/opinion/how-to-reduce-shootings.html?smid=fb-share
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
[5] Ibíd.