La lectura de su artículo “¿Merecen vivir los asesinos de Franchesca Lugo?” me ha causado dos preocupaciones.

En primer lugar,  me preocupa, me indigna y me entristece ver como la delincuencia sigue cobrando vidas inocentes, ver cuánto se ha banalizado la violencia en nuestro país, constatar que para los delincuentes, la vida humana se ha depreciado hasta el punto de valer menos que un celular y que nuestras autoridades siguen fracasando en  restablecer un clima de seguridad que al parecer ya es cosa del pasado.

En segundo lugar, me preocupa ver que sus posiciones, a mi juicio erróneas y ligeras, las cuales no sé si son la expresión del ímpetu propio de la juventud o simplemente de unas ganas de joder, con perdón, parezcan contar con un gran respaldo de sus lectores y, en consecuencia, de los dominicanos en general. Esta última razón me anima a contestarle.

Lo primero que me chocó en su escrito es el desprecio que parece manifestar por los que no piensan como usted. Quienes no piensan como usted son “personas despreciables, gente de poca monta” (esa es al menos, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, la acepción dominicana de la palabra sujeto); las acciones de los “ONGISTAS” no son más que frutos de “orgías” y por tanto pecaminosas; finalmente, parece considerar usted a los humanistas tan criminales como los desalmados que asesinan inocentes, acaso más. Quisiera creer que ha olvidado las comillas que denotan la ironía y que no mete usted en el paquete a Erasmo de Rotterdam o a Kurt Vonnegut. En todo caso, el contradictor que, en lugar de atacar las ideas de los otros, ataca sus personas, sustenta, las más de las veces, posiciones intelectualmente “flojas”.

Me chocó su desconocimiento – sincero o simulado – de la filosofía que sustenta un sistema penitenciario digno de tal nombre. Sin ánimo de convertirme en su profesor, permítame explicárselo. Entiendo que el objetivo de las cárceles es triple: castigar a los delincuentes con la privación de su libertad, prevenir que perjudiquen de nuevo a la sociedad e intentar regenerarlos.

Los  sujetos que reclaman una prisión digna – entre los cuales me cuento – no pretenden que los delincuentes vacacionen en celdas de lujo. Y aun si sus celdas contasen con cinco estrellas – con lo cual no estoy de acuerdo, repito – la privación de su libertad sería un castigo suficientemente riguroso. Si tener celdas con las comodidades de suites fuera sinónimo de vacaciones, ¿por qué los tutumpotes que están en Najayo hacen lo indecible por que se les libere? Estoy seguro de que si a usted se le confinara al penthouse de varios cientos de metros cuadrados del Hotel President de Ginebra (67 mil dólares por noche), dotado de un inodoro tan limpio que se podría beber de él, y se le brindara cada noche una langosta cubierta de caviar beluga y una botella de champaña rosada Veuve Cliquet del 1962, no aguantaría usted ni 30 días, no digamos ya 30 años: las cárceles doradas siguen siendo cárceles.

Duda usted que los delincuentes puedan regenerarse en las cárceles, y se equivoca. Para muestra, dos botones: Malcom X se transformó en la cárcel, pasando de ser un atracador a líder de la sociedad civil y defensor de los derechos humanos; Louis Armstrong, el más grande trompetista de jazz de todos los tiempos, aprendió a tocar la trompeta precisamente en el reformatorio – cárcel para menores- en el que fue encerrado con frecuencia. Malcom X defendió la sociedad, como lo hacen la mayoría de las ONG; Armstrong se convirtió en estrella musical, como puede ser el caso de alguno de los integrantes de la orquesta de Pavel Núñez. Mire usted que coincidencia.

Es usted partidario de que se metan 50 presos en cada celda, de que se alimenten con huesos, de que se les obligue a cagar en el piso, con perdón ¿Cree usted honestamente que esas condiciones permitirían su regeneración y reintegración a la sociedad? Más importante aún, ¿Cree que esas condiciones le devolverían la vida a Franchesca Lugo y a todas las demás víctimas de la violencia?

Tiene usted todo el derecho a indignarse por esta situación. Comparto su indignación. Pero si queremos evitar más asesinatos – estará usted de acuerdo de que es mejor prevenir que lamentar – tenemos que hacer otras cosas: reclamar al gobierno castigar a los corruptos que sustraen los fondos tan necesarios para el combate contra la violencia y destinar dichos fondos a tales fines; escribir a nuestros congresistas para que voten legislaciones más severas y castigar en las urnas a los que no lo hagan; exigir el saneamiento de una justicia que muchas veces suelta alegremente a los delincuentes y el de la Policía Nacional, en cuyas filas hay muchos delincuentes; y salir a las calles a protestar y no parar hasta que los reclamos se cumplan… En definitiva actuar, en lugar de denigrar a los que, como los “ongistas”, Pavel Núñez – a quien no conozco – y otros humanistas sí lo hacen. Por cierto, manifiesta usted preocupación por la humanidad cuando dice “la humanidad no se perderá de nada con ellos[…]”…¿Será usted también un humanista?

Curiosamente no contesta usted la pregunta que sirve de título a su artículo, al menos no expresamente. Asumo que la misma es sí, habida cuenta de que se dice partidario de la ley del Talión. Habida cuenta de que esta ley – vieja de varios miles de años – castiga los asesinatos con asesinatos y de que la legislación vigente no contempla la pena de muerte, imagino que es usted partidario de los “intercambios de disparos”…

Usted y los que como usted piensan tienen todo el derecho de exigir la adopción de la pena de muerte, por las vías que contemplan nuestra democracia y nuestras leyes. A pedir un referendo en el cual probablemente su posición gane. A lo que no se tiene derecho es a tomar la justicia por sus propias manos. Muchos piensan que el problema de la violencia se resolvería “más fácilmente” en un estado de no-derecho, entiéndase en una dictadura. Muchos, en su ignorancia, añoran, lamentablemente, una dictadura como la de Trujillo. De seguro los mismos partidarios de los “intercambios de disparos”. Pero se equivocan al pensar que resolvería el problema: solo la ley y la democracia – cuando se aplican, por su puesto – garantizan la justicia.

Hacer cumplir la democracia requiere esfuerzos, es cierto. Y hay quienes consideran – como el Negrito del Batey – que los esfuerzos son castigos. En ese caso, señor Chá, ¿merecemos la democracia?

Atentamente,

Pablo Gómez Borbón