¡No se escucha, más fuerte!

A menudo se les dice esto a los niños y jóvenes para que respondan más alto o griten, transmitiendo el mensaje de que si no hay ruido no hay felicidad o no están prestando atención. No pueden ni hablar en las fiestas y celebraciones. Nos vamos acostumbrando y se va normalizando el ruido sin darnos cuenta del daño que el mismo puede causar en nuestra salud. Ponemos la música alta, usamos aparatos y equipos ruidosos, carros y camiones, tocamos bocina sin necesidad, hablamos como si estuviéramos en una llamada de larga distancia en los años 80, dando espacio a la contaminación acústica.

Recientemente estaba visitando a unos amigos en la clínica y era insoportable el ruido por el tono de voz de las personas que estaban ahí. Solicitaron silencio varias veces, pero fue imposible a pesar de ser un lugar que requiere de tranquilidad y respeto. Esto es solo uno de muchos ejemplos del mal manejo que tenemos con nuestro tono de voz y el ruido. Decimos que los dominicanos somos “bullosos” pero no nos detenemos a cambiar la forma como nos comportamos o como educamos a las nuevas generaciones. Lo peor es que nos hemos acostumbrado tanto al uso de un tono de voz alto y al ruido de fondo que a algunos incluso les molesta el silencio y la calma. No sabemos distinguir entre sonidos agradables y apropiados y aquellos que nos afectan negativamente e interfieren con nuestro desempeño.

¿Qué se escucha en la escuela y en el aula?

La mayoría de las veces los niveles sonoros son excesivos. En muchas escuelas se educa a pesar del ruido, el cual puede llegar a ser ensordecedor. Hablan todos al mismo tiempo sin tomar turnos, sin escucharse. Los docentes tienden a subir el tono de voz y a repetir lo mismo varias veces para ser escuchados, quedando roncos, sin voz y agotados. Basta con visitar ciertos centros educativos para darnos cuenta de la labor titánica en que se convierte el poder enseñar, aprender, comunicarse y escucharse debido al ruido exterior e interior.

En la escuela se puede y se debe enseñar a manejar mejor el tono de voz, a distinguir entre sonidos agradables y ruidos no deseados, a escuchar y a hacer silencio. No se trata de tener estudiantes callados y pasivos, sino de lograr un clima positivo y una comunicación adecuada en la que todos participan y colaboran, beneficiando la interacción, la concentración y el desempeño académico.

El tono de voz adecuado nos ayuda a estar tranquilos, a prestar atención y a escuchar. El ruido, por el contrario, puede causar estrés, promover conductas inadecuadas y causar dolor de cabeza y pérdida auditiva. Por esto es necesario abordar este tema en nuestros hogares y escuelas de manera intencional. Hay distintas formas de hacerlo. Un primer paso es prestar atención a los sonidos y ruidos que nos rodean y al tono de voz que usamos.

Un modelo digno de replicar en nuestro contexto es el del programa educativo llamado “Educar para vivir sin ruido” de Madrid que cuenta con guías a ser utilizadas por estudiantes y docentes para actuar a favor de la calidad de vida de su comunidad. Esto lo logran a través de la prevención de la contaminación acústica y el abordaje de la problemática del ruido realizando diversas actividades apropiadas en la escuela.

Lamentablemente el simple hecho de contar con las Leyes de medio ambiente, salud y de  prevención, supresión y limitación de ruidos nocivos y molestos que producen contaminación sonora no garantiza que el problema mejore si no aseguramos que todos y cada uno asuma su responsabilidad para minimizar este problema en cada lugar donde se encuentra y de todas las formas posibles. La escuela es uno de estos lugares.

Eduquemos sin ruido, modelando el uso adecuado de la voz y la escucha activa en nuestros hogares y en nuestras aulas, ayudando a disfrutar del silencio y de los sonidos del ambiente, a identificar aquellos dañinos con decibeles más altos de los recomendados, a ejecutar planes de acción y a hacer cumplir las leyes. El país lo agradecerá.