Educar es tarea de todos, por tanto, la misión educativa sobrepasa las estructuras del recinto escolar. El compromiso por la educación de los niños, niñas y adolescentes presupone la complicidad creativa de un sinnúmero de actores sociales en los que destacan el personal docente, las familias y los agentes responsables de las políticas públicas. Si deseamos un desarrollo integral de los estudiantes de nuestro país, debemos aunar voluntades, esfuerzos y talentos para brindarles un acompañamiento responsable y capaz de desplegar sus vidas para el provecho propio, de sus familias y de la sociedad.
Las actuales circunstancias que atraviesa la humanidad, a raíz de la pandemia del COVID-19, pone en riesgo lo más preciado: la vida. Sin embargo, la misión educativa no cambia, se adapta para mantener los estándares de calidad y la búsqueda del bien para todos. Los diversos actores del sector educativo se han empeñado en la tarea de buscar maneras articuladas y efectivas, desde la humildad de sus recursos y la creatividad de muchos, para continuar responsablemente con la misión encomendada. Si bien es cierto que hemos sido sorprendidos por esta situación sanitaria que ha costado tantas vidas, la formación de los alumnos es motivo de esperanza para el mundo que anhelamos: un mundo donde la constatación de la vulnerabilidad compartida nos impulsa a trabajar en común y a poner todos nuestros dones a la disposición de la construcción de una sociedad más justa y humana.
En momentos de calma, de crisis, de cambio, de reformas, algo se mantiene inamovible en la escuela: la misión que es “el niño”. Simon Sinek nos habla de la importancia de tener claro el propósito y el por qué de nuestra labor y nuestra existencia. Es en cada estudiante en concreto que se materializa la efectividad de nuestra misión educativa, es en cada rostro en particular que se va forjando un futuro esperanzador para nuestro país, para el mundo y para la humanidad. La misión compartida de educar, familia, escuela y Estado, con todos sus desafíos y aristas, es hoy uno de los modos por excelencia de gestar el amor a la patria que ha de continuar y por la que debemos velar. Educar es amar, pues amar es también ayudar al otro a que sus dones se desplieguen en favor de los demás. El trabajo en común, pues, deja de ser una opción entre muchas para transformarse en la vía más eficaz, no para adquirir conocimientos, sino para que puedan desarrollarse como seres humanos íntegros y generosos.
Los centros educativos que integramos la Asociación de Instituciones Educativas Privadas -AINEP, ofrecemos a toda la sociedad dominicana un marco reflexivo, capaz y comprometido producto del esfuerzo de la labor realizada por colegas nacional e internacional. Confiemos en nuestras escuelas, que estamos comprometidas en el bienestar de nuestros estudiantes y nos acompañaremos de los debidos procesos para el próximo curso escolar. La historia de los meses anteriores nos hace mirar hacia el futuro con optimismo y lecciones aprendidas. Es verdad que habrá que preguntarse cómo hacerlo, sin embargo, la respuesta más feliz es hacerlo unidos, entre todos, sin prejuicios, que nos podamos mirar con esperanza y proactividad. La escuela, clara en su misión, sabrá buscar los medios adecuados. Si la historia vivida como nación educadora hoy grita y es escuchada, solo podremos sentir la felicidad de continuar el camino. La escuela no es el plantel, la escuela somos todos. La misión es una, pero misioneros somos todos. Unidad, creatividad, generosidad y la mirada puesta en la misión de educar, es lo que nos exigen los tiempos, es la invitación audaz que nos trae la situación actual. No perdamos esta oportunidad.
Autores
P. William Hernández SJ. y Mari Francis Benzón -PhD
Opinión de la Asociación de Instituciones Educativas Privadas – AINEP